La mañana en el que Zain Alabdin Ali, un joven sirio de 23 años, se fue la improvisada casa que compartía con sus padres y cuatro hermanos y hermanas en un pequeño pueblo cerca de su Alepo natal, pensó que la aventura no sería más que un escape temporal.
Corría el año 2012 y hacían pocas semanas que sus padres habían decidido mover a la familia fuera de Alepo, justo antes que la alguna vez imponente ciudad se convirtiera en sinónimo de horror y destrucción y obligara a millones de personas a huir aterrorizadas.
“Antes que comenzara la guerra llevaba una vida normal: me despertaba, iba a la universidad donde estudiaba medicina, salía con mis amigos. De repente todo cambio. Tuvimos que irnos de Alepo y en el nuevo pueblo no tenía nada que hacer, no podía estudiar ni había trabajo y luego las cosas se pusieron peligrosas allí también, las bombas, la violencia. Daba mucho miedo,” dijo Zain.
Antes que comenzara la guerra llevaba una vida normal: me despertaba, iba a la universidad donde estudiaba medicina, salía con mis amigos. De repente todo cambio. Tuvimos que irnos de Alepo y en el nuevo pueblo no tenía nada que hacer, no podía estudiar ni había trabajo y luego las cosas se pusieron peligrosas allí también, las bombas, la violencia. Daba mucho miedo
Zain Alabdin
A sus padres les preocupaba la idea de dejar que Zain viajara solo pero cuando llegó el momento de hacer el servicio militar, que es obligatorio en Siria, lo apoyaron en la decisión de salir.
“Irme de Siria fue muy difícil pero no fue una decisión, no tuve más opción que irme,” explica desde una oficina en el centro de México, donde vive desde Mayo.
El joven estudiante de medicina empacó tres mudas de ropa y cruzó la frontera al vecino Líbano.
“No llevé muchas cosas porque me fui pensando que iba a ser un viaje corto, de un par de semanas,” dijo.
Pero las dos semanas rápidamente de convirtieron en lo que parecieron interminables meses, y años.
Crisis de refugiados
En el Líbano, y casi sin esperarlo, Zain comenzó a trabajar con una organización humanitaria que brindaba ayuda en el campo de refugiados de Shatila, en el sur de Beirut.
El campo había sido originalmente establecido en 1949 para albergar a refugiados palestinos pero ahora era hogar de una creciente ola de sirios que se convertirían en protagonistas de la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.
“Cuando llegué habían unas 600 familias pero al año, después que comenzaran los bombardeos en Damasco en 2013, la cifra había subido a 1,600 familias. La gente estaba desesperada, no tenían nada. Había casas de cemento pero mucha agua y basura por todos lados.”
“Cuando llegué habían unas 600 familias pero al año, después que comenzaran los bombardeos en Damasco en 2013, la cifra había subido a 1,600 familias. La gente estaba desesperada, no tenían nada. Había casas de cemento pero mucha agua y basura por todos lados
Zain Alabdin
“No estaba en Siria pero trabajando allí por lo menos sentía que estaba haciendo algo para ayudar a personas Sirias,” explica.
Un año más tarde, Zain comenzó a trabajar de voluntario en una escuela para niños sirios que se había inaugurado en el campo de refugiados – un oasis para quienes la incertidumbre era ya una forma de vida. Y fue allí cuando el destino tocó su puerta.
Una mañana, el director de la escuela le dijo que quería nominarlo para Habesha un nuevo proyecto de una organización Mexicana que estaba buscando a jóvenes Sirios para ofrecerles la oportunidad de terminar sus estudios universitarios en el país latinoamericano, al otro lado del mundo.
Desde la llegada del primer estudiante en Essa Hassan en 2015, el proyecto logró apoyar a tres más, incluido Zain. Hay otros 26 en la lista de espera.
“La oportunidad perfecta”
“Muchas gracias,” dice, con un acento casi chilango. Desde su llegada en Mayo, Zain está tomando clases de español, paso obligado antes de comenzar con sus estudios de arquitectura, la carrera que eligió para terminar en México.
“No sabía mucho sobre México. Había escuchado sobre el Chapo y cosas así pero sabía que esa era una versión un poco de Hollywood sobre el país, así como piensan que en el Medio Oriente solo hay guerras. Lo único que quería era poder seguir estudiando y esta era la oportunidad perfecta,” explica, con una sonrisa.
“Quiero estudiar arquitectura porque creo que es lo que mi ciudad necesita. La guerra destruyo más del 60 por ciento de Alepo y cuando todo esto termine, se va a necesitar a gente joven que quiera reconstruirla. Quiero volver en cuanto termine la guerra,” dice y se le ilumina la cara como quien imagina que un futuro mejor es posible.
Los “otros” refugiados
Zain parece estar absorbiendo su nueva realidad con la curiosidad de quien cruza la puerta hacia una nueva, e inesperada, aventura. Conversamos sobre tacos, la polución, el chile y, claro, sobre los “otros refugiados”.
El joven estudiante conoce perfectamente la alarmante situación que enfrentan cientos de miles de hombres, mujeres y niños de Honduras, El Salvador y Guatemala quienes, a pesar de vivir en algunos de los lugares más violentos del planeta, enfrentan enormes obstáculos a la hora de solicitar asilo, y seguridad.
Entiende el estigma, la discriminación y los abusos que sufren porque los ha vivido en carne propia y tuvo la oportunidad de conocer alguna de sus historias como parte de un “experimento social” organizado por Amnistía Internacional en la que ocho miembros del público pasaron cuatro minutos en silencio frente a frente con ocho refugiados en México como forma de destruir barreras y prejuicios.
“Creo que hay mucho más que el mundo y los gobiernos deben hacer para ayudar a los refugiados. Hay muchas personas que necesitan ayuda. Tienen que entender que no salimos de nuestros países porque queremos, no nos queda otra opción si queremos vivir,” dice.
“Creo que hay mucho más que el mundo y los gobiernos deben hacer para ayudar a los refugiados. Hay muchas personas que necesitan ayuda. Tienen que entender que no salimos de nuestros países porque queremos, no nos queda otra opción si queremos vivir
Zain Alabdin