Desde 2017, Amnistía Internacional forma parte de un movimiento global para abrir nuevas rutas hacia la seguridad a través del patrocinio comunitario.
Los programas de patrocinio comunitario unen a gobiernos, sociedad civil y organizaciones como ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en la labor de empoderar a personas y comunidades locales (llamados “patrocinadores”) para acoger a personas refugiadas y ayudarlas a rehacer su vida. Los patrocinadores proporcionan apoyo emocional y ayudan a realizar tareas prácticas, como buscar vivienda, matricular a los hijos en centros escolares y aprender la lengua local.
Gracias a este esfuerzo colectivo, más de un millón de personas refugiadas han sido acogidas por millones de patrocinadores en todo el mundo. Hemos hablado con personas de Argentina, Australia, Irlanda y Reino Unido cuyas historias reflejan el impacto transformador que puede tener el patrocinio.
A continuación, Khairun y Belén, miembros del Comité de Bienvenida, un grupo creado por colegas de Amnistía Internacional en 2017, se ponen al día con Hatem, su hijo Anes y el resto de su familia, de Irak, que ahora viven en Londres, y reflexionan sobre el poder de la comunidad.
La historia de Khairun
Tres colegas del equipo de trabajo sobre personas refugiadas de Amnistía Internacional fundamos el Comité de Bienvenida —el primer grupo de patrocinio de este tipo en el lugar de trabajo— en 2017, en un momento en que Europa respondía a quienes huían del conflicto en Oriente Medio. Queríamos hacer algo práctico para apoyar a las personas refugiadas y coincidió con el establecimiento de un programa de patrocinio comunitario en Reino Unido.
Tuvimos una charla sobre patrocinio comunitario y el Comité de Bienvenida en el trabajo, y pedimos a la gente que se apuntara. Fue muy alentador ver cuántas personas estaban dispuestas a sumarse a la iniciativa para dar una cálida bienvenida. Aunque ya llevaba un tiempo en Amnistía, no conocía a mucha gente fuera del programa en el que estaba, por lo que fue una gran experiencia conectar con otras personas de la organización.
Cuando Hatem y su familia llegaron aquí, yo estaba en modo organizador y, sin hacer una pausa, asimilé todo lo que estaba pasando. Algunas partes fueron problemáticas pero, cuando tienes un grupo sólido, descubres la manera de superar casi todos los obstáculos. Organizamos una fiesta para uno de los hijos de Hatem en una sala local.
Allí estuvieron miembros del grupo y sus familias. Mi madre, que estaba de visita, exclamó: “¿Toda esta gente ha venido a ayudar?” Estaba muy sorprendida. Éste era el espíritu del grupo.
Fue muy alentador ver cuántas personas estaban dispuestas a sumarse a la iniciativa para dar una cálida bienvenida.
Khairun, patrocinadora
Con el tiempo, he podido echar la vista atrás, apreciar todo lo que hemos hecho y construir una relación de amistad con la familia, que me inspira de un modo increíble. Han pasado por mucho, y sin embargo siempre ven el lado positivo de la vida y la aprovechan al máximo en Londres. No ha sido fácil ni mucho menos, pero su talante positivo y su capacidad de disfrutar la vida son dignos de admiración.

Al tener nuestra base en el lugar de trabajo, pudimos contar con el apoyo y las aportaciones de colegas. Los miembros del grupo de Amnistía tenían flexibilidad laboral para apoyar a la familia en horario de trabajo y pudimos acompañarlos a citas sin tener que tomarnos tiempo libre. Fue increíble ver nuestra capacidad de unión y entendimiento en esta labor a pesar de que todos trabajábamos en distintas áreas de derechos humanos.
La historia de Hatem
Tuve que huir de Irak después de sufrir varios ataques. Intenté sobrevivir allí, pero llegó un momento en que tuve que salir del país con mi familia e irme a vivir a Turquía. Trabajaba de carpintero, de siete de la mañana a once de la noche, y mis empleadores solían atrasarse en los pagos de mi sueldo. No tenía derechos, no tenía nada. Nos enfrentamos a un montón de problemas en Turquía. Mis hijos no podían salir de casa porque sufrían rechazo en la zona en que vivíamos. Ni siquiera me permitieron matricularlos en la escuela debido a la barrera lingüística.
Así sobrevivimos varios años. Tres miembros de mi familia sufrían problemas de salud y tenían que ir periódicamente al hospital. Los hospitales no proporcionaban la atención necesaria; mi hijo tenía exceso de líquido en el cerebro y no tenían el equipo necesario para operarlo.
Acudí a la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y les expliqué que mi hijo se moriría si no me ayudaban. Poco después, alguien se puso en contacto conmigo y me ofreció la oportunidad de vivir con mi familia en Londres. Recibí una carta de presentación del Comité de Bienvenida; me quedé pasmado. Fue como si estuviera nadando en medio de un mar inmenso y alguien me tendiera la mano.
Cuando me dijeron que un grupo de personas [el Comité de Bienvenida] nos recibirían en el aeropuerto, me puse nervioso. A mi llegada había siete personas esperándome con un ramo de flores. Eso nos hizo sentir muy bien, sobre todo a mi hijo. Empezábamos de cero otra vez. Sabía que no sería fácil, pero ya lo había hecho antes y estaba seguro de que podía hacerlo otra vez.
Fue como si estuviera nadando en medio de un mar inmenso y alguien me tendiera la mano.
Hatem
Lo que el Comité de Bienvenida hizo por mi familia a nuestra llegada fue mágico. Nos ayudaron a instalarnos y a poner todo en orden, desde la asistencia médica hasta la educación. Aunque estuviera hablando hasta mañana, seguiría sin poder abarcar todo lo que hicieron por esta familia. Por ejemplo, cuando mi hijo tenía una cita médica, nos recogían en casa, nos llevaban al hospital acompañados de una persona que hablaba árabe y me ayudaba a comunicarme, y nos traían de vuelta a casa.
Ahora todos estamos entusiasmados con nuestros planes de futuro. Yo estoy en mi segundo año de ingeniería, y me siento muy orgulloso de estudiar en la universidad. He aprendido a hablar inglés. Hice cursos online y hablo con la gente todo lo que puedo para mejorar mis competencias.

El patrocinio ha sido la mejor experiencia de mi vida. Me ha inspirado para trabajar con otros grupos de apoyo a personas refugiadas y, cuando es posible, intento echar una mano con las traducciones. Nuestros patrocinadores se convirtieron en nuestros amigos —amigos que nos aconsejaban y nos ayudaban con la documentación y con las citas— y nos cambiaron la vida. Procuro seguir en contacto con todos los miembros del grupo que puedo, me intereso por todos y siempre voy a estar ahí para ellos también.
La historia de Belén
Al día siguiente de la llegada de Hatem y su familia, fui al piso para ofrecerles mi apoyo y les enseñé el barrio. Se mostraron muy abiertos con el grupo y nos recibieron encantados en su nueva casa. Hubo conexión al instante.
Teníamos en la zona a personas voluntarias para entablar amistades que hablaban árabe. Solíamos ir por parejas al piso de Hatem para ayudarles con el idioma. Cuando a la gente se le presenta una manera de ayudar, se lanza sin pensarlo. Por ejemplo, yo no tenía coche y necesitábamos llevar cosas al piso. Una amiga que estaba al tanto de lo que estábamos haciendo nos ayudó a trasladar cosas donadas al piso, y mi pareja ayudó a recoger un sofá en el otro extremo de Londres con una furgoneta que alquilamos. El apoyo fue mucho más allá del grupo, y teníamos un montón de personas animándonos.
El amor va más lejos de lo que pensamos. Recuerdo llevar a mis hijos al colegio y a su hija al centro comunitario; me impresionó su confianza. De repente acoges a unas personas como si fueran familia… y se convierten en familia. Ha sido una revelación emocional.
La historia de Anes
Yo tenía 13 años cuando llegué a Reino Unido y me encontré a un grupo de siete personas dándonos la bienvenida con flores. Fue estupendo venir aquí. Llevaba tres años sin ir a la escuela. Empecé a ir al segundo día de mi llegada. Fue una locura, muchos cambios en muy poco tiempo. Empecé en octavo curso, y era difícil para mí. No tenía tiempo de estudiar el idioma, pero lo fui aprendiendo y aprobé los exámenes. Estoy muy orgulloso de haber podido rehacer mi vida y volver a estudiar después de tres años y medio. He podido empezar de cero y construir una nueva vida y un futuro con esperanza.

Pienso que es una buena idea apoyar a las personas necesitadas. Yo vivía en Turquía y pude marcharme. Pero aún quedan millones de personas en la misma situación, y decenas de miles en Turquía, y si apoyas a estas personas verás cómo puede cambiar la vida.