Testigo de la discriminación: confesiones de un chino han de Sinkiang

De Cha Naiyu, ex residente en Sinkiang

La población uigur y otras minorías musulmanas sufren discriminación y represión sistémicas en la región china de Sinkiang, pero ¿cómo es vivir allí siendo de la etnia han?

Los dos niños uigures eran mucho más fuertes que yo. Me enseñaban a dar vueltas en las barras paralelas cada día después de clase. Compartíamos la misma bolsa de aperitivos, bebíamos agua de la misma botella. En la época en que me crié en Sinkiang, no importaba que yo fuera han y ellos no. Pero ese Sinkiang ha desaparecido del todo.

En otras partes de China, Sinkiang es sinónimo de conflicto y estigma, y de lejanía y retraso. Pero muchos en Sinkiang dicen que es el lugar más seguro del país, y lo afirman con orgullo.

Me fui de allí hace varios años. Cada vez que vuelvo a casa noto el ambiente más cargado debido a que ha aumentado el control del gobierno. Cada vez que entras en un edificio —ya sea un restaurante, un centro comercial, un cine, un hospital o un supermercado— siempre es igual: control de seguridad, registro del bolso y deslizar el documento de identidad. Comparado con el lugar que recuerdo de mi infancia, me parece estar en una película de ciencia ficción.

Un año, al volver a la capital de Sinkiang, Urumqi, por la fiesta de la primavera, vi coches de policía alineados en el exterior de la estación de tren. Descubrí que las personas de minorías étnicas que no eran de Urumqi necesitaban una carta de garantía de su entidad empleadora o de sus familiares en la ciudad para poder salir de la estación.

Mientras, personas que llegaban del sur de Sinkiang, que hasta hace poco era predominantemente uigur, eran asignadas a puestos de trabajo nada más llegar por “unidades de trabajo” oficiales que vigilaban de cerca su conducta y rendimiento. A las que no fumaban o bebían, por ejemplo, o aparentaban tener fuertes inclinaciones religiosas, las sometían a un escrutinio especial. Cuando una persona musulmana no desempeñaba bien su nuevo trabajo era enviada a un lugar para “aprender”.

Un amigo me contó que, en 2017, en torno a la época del XIX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, un gran acontecimiento político en Pekín, muchas personas de minorías étnicas (sobre todo uigures) desaparecieron repentinamente de su unidad de trabajo. Ni siquiera sus familiares y amistades sabían donde estaban hasta que, días más tarde, se supo que habían sido detenidas.

Las razones aducidas eran diversas: no cooperar con las inspecciones de seguridad, hacer comentarios inapropiados… algunas simplemente fueron detenidas por tener antecedentes delictivos. Con independencia de la explicación oficial, estaba claro que las detenciones tenían que ver con el XIX Congreso Nacional del Partido.

Cuando una persona musulmana no desempeñaba bien su nuevo trabajo era enviada a un lugar para “aprender”.

No he sufrido en persona esta clase de cosas, pero las he visto con mis propios ojos. La cuestión está en nuestra respuesta como población china han.

El programa “visita-asiste-une” consiste en enviar a personas han a vivir en hogares de personas de minorías étnicas. Comen con ellas, “fomentan sentimientos nacionales” y “aprenden” juntas. A un amigo mío su empresa lo seleccionó para formar parte del programa. En otras palabras, no tuvo elección.

Cuando digo a mis familiares y amistades que no comprendo estas medidas, sólo suspiran y dicen: “así es Sinkiang”. En el tiempo que llevo fuera, la población se ha acostumbrado a este nivel de control, y eso me preocupa.

Durante muchos años, la población de Sinkiang que participaba en la gala de la Fiesta de la Primavera emitida por la televisión estatal estaba formada mayoritariamente por uigures que sabían cantar y bailar. Igualmente, en la Asamblea Nacional Popular que se celebra anualmente en marzo, las delegaciones de las minorías étnicas siempre visten sus trajes tradicionales.

A mis parientes mayores han de Sinkiang les gusta mucho esta danza tradicional, pero no parecen haber asociado nunca a los uigures que bailan con los uigures que viven a su alrededor. Estas imágenes estereotipadas impiden que la gente conozca las condiciones de vida reales y la verdadera situación social de la población uigur.

En el tiempo que llevo fuera, la población se ha acostumbrado a este nivel de control, y eso me preocupa.

Oí decir a un familiar mío que los miembros de minorías étnicas que están en la misma fábrica que él son muy lentos en su trabajo. Pensaba que no eran tan listos como las personas han. Otro amigo que trabajaba en una empresa estatal dijo que en su unidad no había personas de minorías étnicas y que no tenían previsto contratar a ninguna. Una compañera de clase comentó que odiaba “coincidir con uigures” en el tren porque son “ruidosos, sucios y huelen mal”.

En un viaje en tren de camino a casa estuve hablando con un hombre que trabajaba para el gobierno regional de Sinkiang. Me contó que la política que se está aplicando actualmente es la de “sacrificar una generación”, con medidas antiterroristas y de estabilidad social dirigidas a causar el estancamiento del desarrollo económico de Sinkiang. Una generación de personas han y pertenecientes a minorías étnicas tendrá que sufrir esta despiadada transición, pero se supone que las medidas severas de ahora crearán unidad para la siguiente generación.

Un año tuve el capricho de volver a mi escuela. Habían protegido todos los muros con alambrada. Si no sabías que era una escuela, podías pensar perfectamente que era una cárcel. Me pregunté qué pensarían los alumnos actuales cuando crezcan y conozcan otros lugares que no están rodeados de alambrada. ¿Se sentirán inseguros, o libres?

Pensé en mis amigos uigures, y recordé un día en que uno de mis compañeros de clase de etnia han me dijo que estaba estudiando el idioma uigur y mi reacción fue preguntarle: “¿para qué?” Ahora pienso que yo formaba parte de esa estructura social basada en prejuicios, y que siempre he formado parte. No sé que estarán haciendo ahora aquellos amigos, pero cada vez tengo más claro que las fronteras entre nosotros estaban destinadas a anular nuestra conexión.