“Tenía 12 años cuando se llevaron a mi padre. Nunca más lo volví a ver”

El ciudadano filipino Ronaldo Lopez Ulep fue arrestado delante de tres de sus hijos en su casa de Doha, capital de Qatar, el 7 de abril de 2010.

Tras sufrir torturas en repetidas ocasiones mientras se encontraba detenido y pasar cuatro años en régimen de aislamiento, fue condenado a cadena perpetua en 2014, al parecer por vender información sobre su empleador, las fuerzas aéreas de Qatar. Su declaración de culpabilidad se fundamentaba en una “confesión” que le obligaron a firmar, pese a que estaba escrita en árabe, idioma que no podía leer. Otras dos personas de nacionalidad filipina fueron declaradas culpables en la misma causa; una de ellas está en peligro de ejecución.

Con motivo del inminente veredicto del Tribunal de Apelación sobre la causa de Ronaldo, su hija mayor —que en la actualidad tiene 17 años— habló con Amnistía Internacional sobre la traumática noche en que secuestraron a su padre y la larga lucha de su familia por que se haga justicia.

“Todo comenzó con unas llamadas de un número desconocido. Mi padre dijo que recibía cinco o seis al día, pero nunca contestaba.

Luego, una noche, una de las personas que vivía con nosotros descubrió que un hombre nos estaba fotografiando desde el exterior de la casa. Mi hermano echó un vistazo y vio a dos hombres en sendos automóviles que observaban nuestra casa. Mi padre nos dijo que hiciéramos una maleta y saliéramos. Pasamos la noche en nuestros automóviles tratando de dormir o simplemente dando vueltas.

Cuando regresamos, los tipos que nos espiaban se habían marchado, aunque las llamadas telefónicas continuaron. A pesar de todo, nunca imaginamos que nos esperaba algo tan espantoso.

Al día siguiente, por la noche, estábamos todos viendo una película en el salón y tomando un tentempié cuando empezó a sonar el timbre de la puerta una y otra vez. Nos pusimos a rezar y la persona que vivía con nosotros salió a abrir la puerta. Entonces, todo sucedió muy deprisa.

Entró una señora con vestido tradicional qatarí que dijo que venía del Departamento de Investigación Criminal. Detrás de ella venían dos agentes de policía y otros tres hombres con trajes tradicionales qataríes.

Preguntaron por mi padre y la señora nos llevó a las mujeres a otro cuarto de la casa. Antes de irnos, miré hacia atrás un instante y lo último que vi fue que un hombre le daba la mano a mi padre, le preguntaba cómo estaba y, de repente, le ponía unas esposas. Desde nuestro cuarto oíamos portazos y ruido de objetos pesados que caían al suelo.

Cuando la mujer nos dejó salir, yo tenía las manos tan frías que no sentía nada y la casa estaba completamente desordenada. Busqué a mi padre, pero había desaparecido. Se lo llevaron sin motivo, sin explicaciones y sin orden judicial.

Cuando subimos al piso de arriba, vimos que su ordenador portátil y sus teléfonos habían desaparecido, y los álbumes de fotos de la familia estaban tirados por el suelo. También se llevaron los ahorros que teníamos guardados en la caja fuerte, un dinero que mi familia llevaba ahorrando desde que éramos pequeños. Dijeron que mi padre volvería al cabo de dos días de interrogatorios, pero era mentira. Nunca más lo volvimos a ver.

Empecé a llorar y no podía parar. Se habían llevado a papá y no teníamos a nadie que cuidase de nosotros. Mamá estaba en Filipinas, de vacaciones con mi hermano, que entonces tenía dos años. Tuvimos que llamarla y contarle lo que le había sucedido. Nos dijo que debíamos marcharnos a Filipinas lo antes posible.

No acepto que mi padre esté en cadena perpetua. Es inocente y no se merece esto. Quienes merecen una condena son las personas responsables de este acto ilícito. Nunca renunciaremos a nuestra lucha por la verdad.

Papá es un buen hombre y un padre abnegado. Nos lleva a donde queremos en su automóvil, nos acompaña a la escuela, viene a recogernos, se va a trabajar por la mañana temprano y vuelve pronto a casa. Es alto, moreno y guapo. Es nuestro padre. Así es como lo recordamos, incluso ahora. Mamá nos enseña sus fotos todos los días y nos cuenta algunas de las cosas que hizo.

Echo de menos Qatar y todos aquellos recuerdos. Allí fue donde nacimos y nos criamos, y era un buen país. Simplemente, no sé qué ha ocurrido. Hace cinco años que no vemos a mi padre y cada día lo echamos más de menos. Mamá intenta ser fuerte para que sigamos adelante, pero no puede ser madre y padre a la vez. Nadie puede.

Mi hermano pequeño ya tiene siete años. No hace más que preguntar cuándo podrá ver a papá, no sólo en fotos, sino en persona, y le decimos que todavía sigue trabajando en Qatar. Lo único que podemos hacer es darle esperanzas y decirle que papá estará aquí mañana. A veces sale y se pone a mirar los aviones que pasan; de pronto, grita ‘¡Papá!’ y a mí se me hace trizas el corazón. Cada vez que ve un avión, se me saltan las lágrimas y él se da cuenta. Yo siempre le digo que se me ha metido polvo en el ojo.

Mi única esperanza es que las autoridades qataríes pongan en libertad a mi padre el 31 de mayo de 2015. Quiero pedirles que lo liberen de una vez y nos devuelvan lo que nos han arrebatado durante estos cinco años. Los tipos que se lo llevaron, lo torturaron y lo encarcelaron aún están a tiempo de enmendar su error antes de que sea demasiado tarde.”

Este artículo fue publicado por primera vez en el Huffington Post; para consultarlo, haga clic aquí.

LEE:Qatar: Cadena perpetua por “confesar” bajo tortura (acción urgente, 23 de abril de 2015)