Mi hermano se encuentra en peligro de ejecución inminente, pero no dejaré de hacer campaña hasta que se anule su sentencia condenatoria

Pannir Selvam Pranthaman es uno de los varios ciudadanos malasios que actualmente están condenados a muerte en Singapur. En 2017, cuando tenía 29 años, fue condenado a muerte por introducir 51,84 gramos de diamorfina (heroína) en Singapur.

Durante el juicio, Pannir declaró que no sabía que llevaba drogas prohibidas. El juez del Tribunal Superior de Singapur que lo declaró culpable concluyó que era “coreo” de drogas, puesto que su participación se limitaba exclusivamente a transportar las drogas. La Ley sobre Uso Indebido de Drogas de Singapur otorgar al tribunal la facultad de decidir no imponer la pena de muerte cuando la persona declarada culpable es “correo” y el fiscal le extiende un certificado declarando que ha cooperado con las autoridades. Sin embargo, el requisito del certificado no sólo traslada la decisión sobre la condena del juez al fiscal, sino que además el certificado se emite o retira mediante un proceso que carece de transparencia.

A Pannir se le denegó el certificado y se le impuso la pena de muerte. Siete años después, continúa en espera de ejecución. En este artículo, la hermana de Pannir, Angelia Pranthaman, cuenta cómo es tener un hermano en peligro de ejecución inminente y por qué no dejará de hacer campaña hasta que se anule su sentencia condenatoria.



Durante su infancia, Pannir tuvo múltiples aficiones, como el fútbol, el atletismo, los videojuegos, la música y la moda. Participábamos asiduamente en los campamentos y las actividades juveniles que organizaba la iglesia, de los que conservamos vínculos y recuerdos hasta el día de hoy.

Recuerdo que las noches de Diwali las pasábamos en el pueblo de mi tía, un lugar precioso rodeado de árboles frutales y ríos donde nos despertábamos con el canto de los pájaros. La noche antes jugábamos a las cartas y tomábamos teh tarik caliente y, a la mañana siguiente, siempre teníamos el desayuno puesto en la mesa: a menudo, tosai y pollo al curry.

Entre los recuerdos de la infancia en común figuran momentos entrañables de las vacaciones en familia. Durante Hari Raya, una de las festividades más importantes que celebra la comunidad musulmana de Malasia, nuestro padre nos llevaba a visitar a unos parientes en Cameron Highlands, donde él había crecido. Compartíamos esos días con nuestros familiares malasios, y vivimos con ellos momentos especiales.

Echando la vista atrás, estos recuerdos de las reuniones en la iglesia, la brisa fresca y la alegría de la infancia son como un sueño que anhelamos revivir, una época de felicidad que atesoramos en el corazón.

Pero cuando Pannir se hizo mayor, las cosas no tomaron el curso previsto. Se volvió más rebelde, y cada vez era más difícil comunicarse con él. Trabajó como ayudante de almacén en una fábrica de Ipoh, una ciudad del noroeste de Malasia, antes de marcharse a Singapur, donde se dedicó a la venta de libros educativos infantiles y más tarde trabajó como guardia de seguridad, a veces doblando turnos.

Ahí comenzó un viaje sombrío y difícil que pondría a prueba nuestra fe, nuestra resiliencia y nuestro concepto de la justicia y la compasión.

Angelia Pranthaman

Fue mi hermana, Sangkari, quien me contó los problemas de Pannir. Sangkari y mi padre se enteraron de la detención de Pannir a través del asistente de un pastor de Singapur y de uno de sus compañeros de piso.

La noticia de que había sido condenado a muerte por traficar con 51,84 gramos de heroína nos dejó perplejos. No podíamos creerlo. ¿Cómo había podido ocurrir? No podía dejar de darle vueltas al problema en el que estaba metido. ¿Cómo había acabado en esa situación?

La confusión y la tristeza nos abrumaban. Estábamos paralizados por la incertidumbre y el miedo. Nos cuestionamos cómo habíamos actuado con él, qué se nos había escapado y qué podríamos haber hecho de otra manera. Las consecuencias de sus acciones afectan también a nuestra vida y nos provocan sentimientos mezclados: enfado, tristeza e incredulidad.

Ahí comenzó un viaje sombrío y difícil que pondría a prueba nuestra fe, nuestra resiliencia y nuestro concepto de la justicia y la compasión.

No se hace más fácil

Han pasado ya casi 10 años desde que Pannir fue condenado a muerte. E incluso después de tanto tiempo, no se hace más fácil.

En el corredor de la muerte, Pannir tiene que pedir permiso para todo, y todos sus movimientos están vigilados. Intentamos visitarlo en prisión cuatro veces al mes; una vez yo, la siguiente mi hermana y las otras dos veces mis hermanos.

Pannir Selvam Pranthaman es uno de los varios ciudadanos malasios que actualmente están condenados a muerte en Singapur.

En la prisión no podemos introducir nada. Tras registrarnos, nos inspeccionan minuciosamente, escanean nuestros códigos de barras e introducen nuestras huellas dactilares. Las puertas de la prisión se abren y se cierran rápidamente al entrar. Luego hay que caminar entre cinco y diez minutos por algo parecido a un túnel. Atravesamos varias puertas, otra puerta de acero y luego otra.

Cuando por fin llegamos, Pannir y yo hablamos sobre multitud de temas: la actualidad política, la historia, la inteligencia artificial, las leyes, la educación, los recuerdos de infancia, la música, la poesía y los grandes líderes. A veces, Pannir canta canciones y lee sus poemas. Admiro mucho su talento, y antes de irnos siempre rezamos por él. O rezamos nosotros por él, o reza él por nosotros.

Suspensión de la ejecución

Uno de los momentos más difíciles para nosotros fue la semana previa a la ejecución programada de Pannir, el 24 de mayo de 2019.

No alcanzo a describir del todo la sensación, pero hubo un día, un miércoles, justo antes de que presentáramos su declaración jurada ante el tribunal, en que Pannir trajo la comida, roti canai banjir —desayuno o almuerzo—, a la sala de visitas. Era la primera vez en mucho tiempo que lo veíamos comer. Fue un momento realmente desgarrador, sobre todo para mi madre, que miraba a su hijo comer sin saber si ese sería uno de nuestros últimos momentos juntos. Observamos comer a Pannir mientras hablaba con nosotros. Tengo ese momento grabado en la memoria. Fue verdaderamente desolador.

Nos sentimos muy agradecidos cuando el Tribunal de Apelaciones de Singapur le concedió una suspensión de la ejecución, un día antes de la fecha prevista para llevarlo a la horca.

Sin embargo, desde entonces a mi madre le cuesta visitar a Pannir. Durante la pandemia de COVID-19, cuando se impusieron restricciones a los desplazamientos, se permitieron las llamadas telefónicas, aunque para conseguirlo hicieron falta numerosas demandas y peticiones. Ahora que se han reabierto las fronteras, a quienes no se encuentran bien o tienen alguna enfermedad, y a las madres ancianas, que tampoco pueden viajar, no se les da la oportunidad de llamar por teléfono. No entiendo el porqué. Si están todos pendientes de ejecución.

Por el momento, Pannir lo está afrontando bien. Una de las cosas que le dan fuerza es rezar y estar cerca de Dios. Para mantener la agilidad mental escribe constantemente. Le encanta leer y escribir poesía.

En los intercambios de notas con él he conocido poemas, versos, estrofas y aprendido los matices de la poesía. Pannir ha escrito más de 80 poemas sobre diversos temas, y archivo y registro cuidadosamente sus cartas, que tratan temas extraordinarios y cuentan historias apasionantes sobre la vida y la exploración de nuevas ideas.

Queremos que Pannir siga vivo

Albergamos la esperanza de futuro de mantener a Pannir con vida. Sin embargo, ante la próxima vista judicial, prevista en noviembre, tenemos que seguir peleando por su excarcelación. Aunque le denegaron un recurso para que le concedieran un certificado de ayuda sustancial, creemos que la fiscalía debería reconsiderar su decisión y reconocer la ayuda que Pannir ha prestado a las autoridades. Se necesita más transparencia.

Singapur tiene ahora la oportunidad de sumarse al movimiento global hacia un sistema de justicia más humano.

Angelia Pranthaman

Ahora dirijo la ONG Spread Love / Sebaran Kasih Malaysia, y necesitamos desesperadamente un equipo de personas voluntarias que ayude con el caso de Pannir de principio a fin, turnándose, si es necesario. Necesitamos toda la ayuda posible, y aunque agradecemos el apoyo de organizaciones como Amnistía Internacional, necesitamos más ayuda. La vida de Pannir es valiosa, sin importar si se desarrolla dentro o fuera de la prisión. Hay muchas razones por las que debería seguir vivo, como sus singulares habilidades, sus posibles contribuciones a la sociedad y el impacto que puede tener en los demás.

El gobierno de Singapur debe tener presente que ejecutar a las personas condenadas por tráfico de drogas les niega la oportunidad de reformarse y contribuir positivamente a la sociedad. En el empeño por frenar el narcotráfico, es más eficaz abordar las causas últimas de la pobreza y la falta de oportunidades que imponer la pena de muerte. Singapur tiene ahora la oportunidad de sumarse al movimiento global hacia un sistema de justicia más humano.

Angelia Pranthaman es una activista de derechos humanos malasia. Desde 2017 hace campaña por la excarcelación de su hermano Pannir Selvam Pranthaman, que corre peligro de ser ejecutado en Singapur. Junto a la campaña #SavePannir, dirige la ONG Spread Love / Sebaran Kasih Malaysia, que trabaja con comunidades marginadas para generar un impacto positivo sostenible.

Este artículo se publicó originalmente en The Diplomat.

Mantengamos a Pannir con vida

pide que se anule la sentencia condenatoria dictada contra él