Muchos uigures con familiares recluidos en campos políticos en Sinkiang (China) tienen demasiado miedo para hablar públicamente.
Ver a un ser querido erróneamente detenido es un doloroso suplicio. Pero no saber dónde está recluido, ni si está vivo siquiera, es aún peor.
Tal es la situación que deben afrontar cientos de personas uigures, kazajas y de otras etnias musulmanas que viven en el extranjero mientras sus familiares se consumen en campos de detención política de China.
Para empeorar las cosas, su búsqueda desesperada de información se ve obstaculizada por sus propios familiares que siguen residiendo en la Región Autónoma Uigur del Sinkiang. No es porque sus familiares no quieran ayudar, sino porque temen que colaborar signifique ser los siguientes en ir a los conocidos campos.
El gobierno chino prefiere denominarlos, eufemísticamente, “centros de transformación mediante la educación”. Asegura que las personas recluidas en ellos reciben “formación profesional” que les ayuda a combatir sus “ideas radicales”.
No sé si siguen vivos, ni qué más puedo hacer para tener más información sobre ellos.
Alim, uigur residente en Australia, en su búsqueda de sus familiares desaparecidos.
Demasiado miedo para hablar
¿Desde cuándo dicha “formación” incluye someter a tortura y abusos, como varios ex detenidos y familiares de ex detenidos me contaron que ocurre en los campos?
No sabemos lo que pasa en los campos en todo su alcance porque un muro de secreto rodea los programas de “reeducación” y dónde se aplican. Lo que sí sabemos es que a la gente le aterroriza ir allí, y que la mayoría de las personas que han salido vivas de ellos continúan tan asustadas que ni se atreven a describir la experiencia.
“No sé si siguen vivos, ni qué más puedo hacer para tener más información sobre ellos”, dice Alim*, uigur residente en Australia. El padre, la madre y otros familiares de Alim fueron enviados a un campo de reeducación en 2018 y desde entonces no se ha vuelto a saber nada de ellos.
La experiencia de Alim es representativa de las que me han descrito muchos uigures residentes en Japón, Australia y Nueva Zelanda.
Hay personas que han dejado su trabajo para dedicarse a buscar información sobre sus seres queridos en Sinkiang, pero también hay otros familiares, a los que estas personas han recurrido en busca de apoyo, que no siempre están dispuestos a ayudar. Varios uigures residentes en el extranjero me contaron que familiares suyos que aún viven en Sinkiang los habían bloqueado en WeChat, popular red social china, por miedo a sufrir represalias si se pronunciaban.
Quienes viven fuera de China también corren peligro. A muchos les preocupa ser expulsados de su hogar actual cuando expire su pasaporte o visado y, una vez en China, sufrir detención arbitraria.
Se han recibido informes sobre casos de expulsión en Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Tailandia, Pakistán, Suecia y Alemania. Muchas personas uigures con las que hablé tenían demasiado miedo para hacer público su lugar de residencia. Algunas me preguntaron con nerviosismo si yo era chino, y sólo aceptaron hablar conmigo cuando les aclaré que soy chino de Hong Kong.
Tal es el grado de desconfianza y sospecha que aquellas que vivían en Japón me dijeron que ni siquiera se relacionaban con otras personas uigures de su comunidad por miedo a que fueran informantes de las autoridades chinas.
Varias personas han sido liberadas de campos de detención de China. Pero, incluso para las familias que han podido volver a reunirse, el daño causado es tremendo.
En septiembre de 2018 conocí a un grupo de personas kazajas en Almaty (Kazajistán) con familiares detenidos en Sinkiang. Desde entonces me han dado la buena noticia de que muchos de sus seres queridos han quedado en libertad, aunque les ha impactado encontrarse con personas completamente diferentes.
Muchas están asustadas y desorientadas y sufren pérdida de memoria. La mayoría de las que han sido liberadas tienen demasiado miedo para contar nada de lo que han vivido en los campos. Son los efectos evidentes de la “formación profesional”.
La esperanza de reunirse
En este clima de miedo, las personas uigures que viven fuera de China y están buscando a sus seres queridos agradecen hasta la menor muestra de apoyo. Un simple tuit de alguien desde el extranjero interesándose por su situación familiar les hará tener la esperanza de que su caso reciba mayor atención. Además, ese tuit cumple otra función: hace que estas personas no se sientan solas en su desesperación.
Recientemente, varias personas uigures en el extranjero participaron en la campaña online #MetooUyghur. Para muchas, el mero uso de esta etiqueta supuso tomar la difícil y valiente decisión de expresarse públicamente.
Otras se han puesto en contacto con organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional. El vacío informativo en Sinkiang es de tal magnitud que quienes buscan a sus seres queridos no pueden hacerlo por su cuenta.
A pesar del miedo, algunas de estas personas han empezado a contar su historia. Mientras se siga prohibiendo acceder a Sinkiang a observadores independientes de derechos humanos, estos testimonios son fundamentales para tener una visión general de las violaciones de derechos humanos graves y sistemáticas cometidas por el gobierno de China.
Toda persona que cuenta su historia se arriesga, pero cada voz es fundamental para derribar el muro de secreto que rodea lo que está sucediendo en Sinkiang. Es un primer paso valiente para reunir a familias que han quedado rotas.