La carnicería humana de la guerra de Arabia Saudí en Yemen

Rahma es un niña cinco años, que yace inconsciente en la unidad de cuidados intensivos del Hospital 22 de Mayo, de Adén, ciudad de sur de Yemen. Tiene la cara llena de quemaduras, la cabeza envuelta en vendas que le cubren múltiples heridas, y los ojos cerrados debido a la hinchazón de los párpados. Cuando recobre el conocimiento –si es que lo hace, porque los médicos no pueden asegurarlo– descubrirá que nunca va a volver a ver a su madre.

Naama, su madre, es uno de los 10 miembros de su familia –entre ellos 5 mujeres y 4 niños– que murieron el 9 de julio, en un ataque aéreo que destruyó el colegio Musaab bin Omar del pueblo de Tahrur, situado al norte de Adén. El colegio albergaba a familias desplazadas por el conflicto entre la coalición militar liderada por Arabia Saudí y los grupos armados huzis y sus aliados, que tomaron el control de la capital yemení, Saná, y de grandes zonas del país a finales del año pasado. En el ataque resultaron además heridos 10 familiares más de Rahma, en su mayoría niños y niñas también.

Una tía suya, Salama, que perdió a tres hijas en el bombardeo, entre ellas una niña de sólo 20 meses, no dejaba de preguntar: “¿Por qué nos bombardearon a nosotros?”. Yo no tenía respuesta para ella. En las semanas que pasé en Yemen, viajando del norte al sur, entre mediados de junio y mediados de julio, conocí todos los días a familias con miembros, a menudo niños y niñas, muertos o y heridos en estos ataques.

Una tía suya, Salama, que perdió a tres hijas en el bombardeo, entre ellas una niña de sólo 20 meses, no dejaba de preguntar: “¿Por qué nos bombardearon a nosotros?”. Yo no tenía respuesta para ella.

Donatella Rovera, asesora general de Amnistía Internacional sobre respuesta a las crisis

Los objetivos declarados de la campaña aérea emprendida hace cinco meses por la coalición son los huzis y sus aliados. Sin embargo, lo cierto es que a menudo son civiles como la pequeña Rahma y su familia quienes están pagando también el precio de esta guerra. Los ataques han matado a centenares de personas que dormían tranquilamente en sus casas, se ocupaban de sus quehaceres cotidianos o se protegían del conflicto refugiadas en algún sitio. Mientras tanto, Estados Unidos ha suministrado las armas que han hecho posibles muchos de estos homicidios.

El conflicto ha empeorado una situación humanitaria ya grave en el país más pobre de Oriente Medio. Antes de que estallara, más de la mitad de la población yemení necesitaba asistencia humanitaria. La proporción ha aumentado ya a más del 80 por ciento, mientras persiste en gran parte del país un bloqueo de las importaciones comerciales impuesto por la coalición y la capacidad de los organismos internacionales para entregar la ayuda tan desesperadamente necesitada se ve obstaculizada por el conflicto. La muestra más reciente de ello han sido los daños causados la semana pasada por un ataque aéreo en el puerto de Huydayda, ciudad de noroeste de Yemen que es el único punto de entrada de la ayuda humanitaria al norte del país. La situación va a empeorar todavía más: El Programa Mundial de Alimentos de la ONU advirtió la semana pasada del riesgo de hambruna en Yemen para millones de personas, en su mayoría mujeres, niñas y niños.

Las bombas de la campaña aérea dirigida por Arabia Saudí caen con demasiada frecuencia sobre civiles, lo que agrava aún más este desastre humanitario.  En las ruinas del colegio Musaab bin Omar, las escasas pertenencias de las familias que habían buscado refugio allí consistían en unas cuantas prendas de ropa infantil, mantas y cazuelas. No vi ninguna señal de actividad por la que cupiera considerar el sitio un objetivo militar. Lo que sí vi fue los restos del arma empleada en el ataque: la aleta de una bomba MK80 para uso general de fabricación estadounidense, parecida a las encontradas en otros lugares atacados por la coalición

Este no fue en absoluto el único caso de ataques con armas estadounidenses en que murieron civiles yemeníes. Dos días antes, en el cercano pueblo de Waht, otro ataque aéreo de la coalición había matado a 11 personas que oraban en la mezquita. También allí, los supervivientes y los familiares de las víctimas preguntaban, desconcertados por qué los habían atacado. Una de las dos bombas lanzadas en la mezquita no había explotado y seguía casi intacta cuando estuve allí. Era una bomba MK82 para uso general de fabricación estadounidense y con un sistema de espoleta que se fabrica también en Estados Unidos. La bomba, de 227 kilos, llevaba estampada las indicaciones “bomba explosiva” y “tritonal”, como se denomina el tipo de explosivo que contiene estos artefactos.

En las guerras pueden producirse y se producen errores en la identificación de los objetivos y en la ejecución de los ataques. En tal caso, compete a las partes responsables corregir lo que sea necesario para que no se repita el error. Pero nada indica que se esté haciendo así en Yemen: transcurridos cinco meses desde que empezara la campaña de ataques aéreos de la coalición se continúa matando y mutilando a diario a civiles inocentes, lo que hace temer que haya una falta manifiesta de respeto por la vida de los civiles y los principios fundamentales del derecho internacional humanitario. Los ataques efectuados a sabiendas de que causarán víctimas civiles son desproporcionados o indiscriminados y constituyen crímenes de guerra.

Aunque Estados Unidos no forma parte oficialmente de la coalición dirigida por Arabia Saudí, está contribuyendo a su campaña aérea con información de inteligencia y medios de repostaje en vuelo para sus cazabombarderos. La suma total de su ayuda a la coalición hace a Estados Unidos parcialmente responsable de las víctima civiles de los ataques ilegítimos. Washington es también desde hace mucho tiempo un importante proveedor de material militar a Arabia Saudí y otros miembros de la coalición, a los que suministra las armas de que están haciendo ahora uso en Yemen. Con independencia de cuándo fueran adquiridas las armas que utiliza la coalición en Yemen –es decir, antes de la campaña aérea o desde su inicio–, los países que las han suministrado tienen la responsabilidad de garantizar que no se emplean para cometer violaciones del derecho internacional.

Yemen estará plagado durante años de peligrosos restos de estas armas de fabricación estadounidense. En Inshur, pueblo próximo a la ciudad septentrional de Sada, vi un campo lleno de submuniciones de racimo BLU-97de fabricación estadounidense, pequeñas bombas del tamaño de una lata de refresco que las bombas de racimo contienen. Hay muchas sin explotar aún en el campo, y son un grave peligro para los habitantes del pueblo, los agricultores y los pastores, que pueden pisarlas sin darse cuenta o, inconscientes del riesgo, levantarlas del suelo. En uno de los hospitales de la ciudad conocí a un niño de 13 años al que le había explotado una bomba de racimo en Inshur al pisarla. Le había roto varios huesos del pie.

Las bombas de racimo está prohibidas por un convenio internacional de 2008. Sin embargo, en la década de 1990, Estados Unidos vendió a Arabia Saudí bombas de racimo del tipo de las que están ahora llenos los campos de Inshur. Cada una de estas bombas de racimo contiene hasta 200 bombas de pequeño tamaño, que se dispersan por una gran superficie el explotar la bomba. Sin embargo, muchas de estas pequeñas bombas no explotan al impactar, por lo que representan un legado letal para los años futuros.

Los ataques aéreos de la coalición han sido especialmente intensos en el norte del país, sobre todo en Sada y sus alrededores, bastión huzi donde viven unas 50.000 personas. Cuando visité la ciudad en julio, me impresionó la magnitud de la destrucción: Sada se encuentra ya en ruinas, con la mayoría de su población desplazada y las viviendas, tiendas, mercados y edificios públicos reducidos a escombros a causa de los bombardeos aéreos implacables y, a menudo, indiscriminados. Un portavoz de la coalición dijo en mayo que la ciudad entera de Sada estaba considerada objetivo militar, lo que constituye una violación del derecho internacional humanitario, que exige a los beligerantes distinguir en todo momento entre civiles y objetivos militares.Se está violando claramente el derecho internacional en Sada y los pueblos circundantes. Una serie de ataques de la coalición contra un pueblo de Sabr, cerca de Sada, mataron al menos a 50 civiles, en su mayoría niños y niñas, e hirieron a otros 9 el 3 de junio por la tarde. La mitad del pueblo quedó completamente destruido.

Los supervivientes me enseñaron montones de escombros donde antes se levantaban sus hogares. Ghalib Dhaifallah, padre de cuatro hijos, que perdió a uno de ellos, Moaz, de 11 años, y a otros 27 familiares en el ataque, me contó que el niño estaba jugando con sus primos en el centro del pueblo, justo en el lugar donde cayó una de las bombas. “Estuvimos días excavando en busca de los cadáveres; reconocimos algunas partes del cuerpo por la ropa sólo”, me explicó.

Estuvimos días excavando en busca de los cadáveres; reconocimos algunas partes del cuerpo por la ropa sólo, me explicó.

Dhaifallah, padre de cuatro hijos, que perdió a uno de ellos, Moaz, de 11 años, y a 27 familiares más en un ataque aéreo

Aunque los incesantes ataques aéreos de la coalición son la principal causa de las muertes de civiles hasta ahora, la población civil puede verse también atrapada en el fuego cruzado entre los huzis y los grupos armados que luchan contra ellos, que están respaldados, tanto unos como otros, por unidades de las ahora divididas fuerzas armadas. Los combates se han intensificado desde que tropas de Emiratos Árabes Unidos se sumaron a la operación terrestre junto con las fuerzas que combaten contra los huzis y volvieron a tomar la ciudad meridional de Adén, la segunda mayor del país, y su puerto principal. A media que los grupos armados huzis se ha retirado de Adén y otras zonas que controlaban hasta hace poco, han ido colocando minas, que se han cobrado ya decenas de vidas de civiles.

Muchos civiles desplazados anteriormente por el conflicto en la zona de Adén no pueden regresar ahora a sus hogares por temor a este letal legado de la guerra.

Parece improbable una solución negociada a esta guerra destructiva, pues todas las partes en el conflicto incumplen constantemente las obligaciones que les impone el derecho internacional. Tal impunidad fomenta, sin duda, la comisión de aún más crímenes. Esta situación debe cambiar. La creación de una comisión de la ONU para investigar los presuntos crímenes de guerra y otras violaciones del derecho aplicable en la guerra cometidas en Yemen por todas las partes podría ser una importante medida de disuasión. Por los medios que sea, la comunidad internacional deben transmitir con rotundidad a los beligerantes el mensaje de que no van a tolerarse más abusos y de que tendrán que rendir cuentas, para garantizar así que no hay más niños ni niñas que sufran la misma suerte que Rahma.

Este artículo de opinión se publicó originalmente en Foreign Policy aquí