Por un trabajador de derechos humanos en el terreno, en Gaza
El lunes pasado y las primeras horas del martes fueron el día y la noche más terribles desde que comenzó el actual conflicto. La violencia llegó al final a la zona donde vivo, donde mis hijos, mis vecinos y yo pensábamos que estábamos a salvo.
Tras acabar el trabajo del día reuniendo información sobre el homicidio de los muchachos del campo de refugiados de Shati el primer día de Eid y de los primeros cristianos palestinos muertos en esta guerra –cerca, en ambos casos, de donde vivo– me eché en el sofá y me puse a ver la televisión. Había un apagón, pero había encendido el generador.
Las noticias me ayudan a comprender el panorama general, porque durante el día estoy centrado en casos concretos y en detalles. Poco después de echarme, sobre las diez y media de noche, me quedé profundamente dormido y se me cayó de la mano el mando de la televisión. Me despertó el estruendo de una explosión muy fuerte, a la que siguieron muchas más en rápida sucesión. Estamos acostumbrados al estruendo de las explosiones de los bombardeos israelíes, pero estas eran extremadamente fuertes, así que supimos que se estaban produciendo muy cerca.
Los niños y otros familiares míos que se habían visto desplazados y vivían ahora conmigo llegaron corriendo. Yo seguía tendido en el sofá, agotado. Siempre vienen a mí cuando los bombardeos están cerca o cuando tienen miedo. Creen que puedo protegerlos de ellos o que soy una especie de salvador. Por supuesto, lo cierto es que no hay nada que yo pueda hacer.
Bombas que iluminan el cieloMe levanté y vi que el cielo estaba iluminado por las fuertes explosiones que se estaban produciendo allí cerca, en Al Abbas, Ansar, la zona del hospital de Shifa y el puerto de Gaza. Poco después comenzó un intenso fuego de artillería de los buques israelíes, junto con bombardeos aéreos. El ruido de las explosiones, del cristal al romperse y de los muros al ser derribados era ensordecedor. Dije a los niños y a mis familiares que bajaran a esconderse en el hueco de la escalera y procuraran situarse en el lado este, porque el bombardeo naval venía del oeste, del mar. Las ventanas de mi casa no se rompieron porque las había recubierto de cinta adhesiva en forma de cruz para reforzar los cristales.
Era horrible, absolutamente horrible. El bombardeo continuó hasta las seis de la mañana. No cesó hasta que salió el sol.
Alrededor de las tres de la mañana, el edificio situado al oeste de mi casa y el de enfrente de él fueron alcanzados por misiles disparados por aviones.
Las explosiones eran una mezcla de bombardeos navales y aéreos.
Ningún sitio donde irMi familia y los vecinos estaban aterrorizados, y la gente comenzó a abandonar sus casas, sin saber dónde ir. Mi familia seguía preguntándome si debíamos salir del edificio, y los vecinos también nos decían a gritos que saliéramos, pero ¿dónde íbamos a ir? Dije a todo el mundo que debíamos quedarnos. Imagine: si nos marchábamos, hacia el hospital de Shifa, que fue bombardeado ayer pero está considerado todavía como el lugar más seguro de la Franja de Gaza, para llegar allí teníamos que caminar formando un gran grupo, con niños y procurando ir pegados a las paredes de las casas. Los drones posiblemente no vieran que éramos una familia huyendo, así que era fácil que nos bombardearan. Explique claramente a todos que no teníamos ningún sitio donde ir y debíamos quedarnos debajo de las escaleras, al fondo del edificio.
Algunos vecinos se fueron al hospital de Shifa, y al día siguiente nos contaron que estaba abarrotado. Pensé en la gente que se había visto obligada abandonar sus hogares en Shuyaiya u otros barrios; ahora vivía sin refugio y sin ninguna ayuda. Pensé que quizá pronto estaría como ella. Pero no se lo dije a mi familia.
Pasamos ocho horas escondidos en el mismo sitio. De vez en cuando, uno de nosotros iba a hacer café o té para pasar el tiempo. Pero el ambiente era frenético: mis hijos reían como locos y al instante se echaban a llorar. Hubo en un momento en que mi hijita Huda comenzó a temblar. Tenía el cuerpo frío como el hielo, como si la hubieran puesto en agua helada. Otros niños comenzaron a llorar también.
Medios de comunicación silenciadosLo más terrible fue cuando bombardearon el edificio de los medios de comunicación. Durante los bombardeos dependíamos de las noticias de la radio, que escuchábamos en nuestros teléfonos móviles y es esencial para mantener la comunicación con el mundo exterior. Sin ella no hay más que el estruendo de las bombas. Escuchábamos radio Al Aqsa, pero dejó de emitir tras ser atacada. Buscamos otras emisoras, pero, una tras otras, todas fueron dejando todas de emitir. Para mí era lo más preocupante, porque me daba la sensación de que había perdido el poco control que tenía de la situación.
Estábamos en silencio, salvo por el estruendo de los bombardeos, que al cabo de un par de horas se convierte en ruido de fondo, al que te acostumbras igual que al del generador o el frigorífico.
Rumores y confusión en la oscuridadComenzaron a circular noticias falsas, que provocaban miedo y confusión. Para entonces, con la electricidad completamente cortada también, estábamos en completa oscuridad. Podíamos haber encendido el generador, pero teníamos que oír los aviones de combate y los drones para saber a qué distancia estaban.
A las seis de la mañana, cuando se detuvo el bombardeo, baje a ver cómo estaba mi automóvil, y la zona circundante. Temía que el automóvil hubiera sufrido algún daño, porque, parece mentira, pero en Gaza el seguro no cubre los daños de guerra. Es demencial, pero tenemos guerra continuamente.
Vi un gran cráter en medio de la calle, causado al parecer por proyectiles disparados desde el mar. Daba miedo ver lo cerca que estaba de nuestra casa. Luego fui a ver la casa de mi vecino y comprobé que un misil había atravesado el tejado. Lo mismo había ocurrido en las casas de otros dos vecinos.
Al bombardear nuestro barrio están enviando el mensaje de que, en realidad, no hay ningún lugar seguro en Gaza. Comprendí que, en cualquier momento, mi barrio podía convertirse en Shuyaiya: reducido a escombros por las bombas.
Acostumbrados al terrorTras echar un rápido vistazo al barrio volví a casa y dormí durante un par de horas. Luego me levanté, me duche con agua fría y salí otra vez para el trabajo, como si no hubiera pasado nada. Así es la vida en Gaza: terror de noche y matanzas de día. Te acostumbras a ello; no te queda más remedio.
Hago mi trabajo durante el día, sin pensar en la noche hasta que llega; si no, me preocupo. Lo importante es que toda mi familia y yo nos despertemos sanos y salvo. De todos modos, no tenemos dónde ir; lo único que podemos hacer es seguir en mi casa.
Una meta en medio del peligroEn medio de las penalidades, al menos siento que tengo una meta, y es lo que hace seguir adelante.
Tengo que estar centrado en la documentación y la denuncia de las violaciones de derechos humanos para que el mundo sepa la verdad de lo que está ocurriendo en Gaza. Siento que tengo el deber de servir no sólo a Gaza, sino a toda la humanidad.
Lo que ocurre aquí no es un problema de palestinos únicamente, sino de todo el género humano.