El poder de las palabras en un mundo silencioso

A veces parece que el mundo se divide en dos clases de personas.

Están las que insisten en que el cambio positivo, por medio de los actos de los individuos, es poco probable o inalcanzable. Y quienes siguen estando convencidas de que el cambio se puede alcanzar —quizá, de algún modo, en algún momento— y asumirán riesgos para llegar hasta allí.

A los escépticos les encanta burlarse de quienes creen en las posibilidades de cambio llamándolos “ingenuos”.

A lo largo de mi vida he oído a personas de inteligencia dar explicaciones convincentes de por qué las protestas contra el apartheid nunca lograrían gran cosa en Sudáfrica (decían que el régimen era demasiado fuerte); por qué las protestas en Europa Oriental no acabarían nunca con el régimen comunista de partido único (lo mismo) y por qué las protestas en Birmania contra el régimen brutal de la junta militar no cambiaría nada allí (lo mismo). En cada uno de estos puntos, los escépticos se equivocaron. Las presiones locales y globales se combinaron para hacer el cambio inevitable.

A los escépticos les encanta burlarse de quienes creen en las posibilidades de cambio llamándolos ‘ingenuos’.

Steve Crawshaw, director de la Oficina del Secretario General de Amnistía Internacional

En ese contexto —si el cambio llega a Hong Kong o cuándo llega— será interesante ver cómo el ex secretario particular de Margaret Thatcher, Charles Powell, glosará su afirmación categórica y ligeramente despectiva del año pasado de que los manifestantes de Hong Kong eran “poco realistas”. Les dijo que debían sentirse agradecidos por lo que tenían porque presionar por el cambio no tenía sentido. Había, reconoció, “una pequeña nube negra” en Hong Kong, pero, concluyó, “así es la vida”.

Lo cierto es, sin embargo, que no hay nada inevitable. Desde los cientos de miles de personas que murieron en el genocidio de Ruanda en 1994 hasta los miles que arriesgaron y perdieron la vida en el Mediterráneo en los últimos años, el factor común es la indiferencia de los gobiernos y de sus asesores hacia el sufrimiento humano. La frase de Edmund Burke —“lo único que hace falta para que triunfe el mal es que las buenas personas no hagan nada”— ha resultado verdadera, una y otra vez.

Amnistía Internacional —calificada en la época de su fundación, hace más de 50 años, como “una de las mayores locuras de nuestro tiempo”— se solidariza, como era de esperar, con quienes creen en el cambio y asumen riesgos para hacer del mundo un lugar mejor.

Cada año, Amnistía Internacional elige a un embajador de conciencia. Entre los galardonados en años anteriores figuran Nelson Mandela, Vaclav Havel y Aung San Suu Kyi. Este año, en una ceremonia que se celebra hoy en Berlín, se concederá a la cantante estadounidense Joan Baez y al artista chino Ai Weiwei. Ambos han logrado éxitos notables en contextos muy diferentes. Ambos han hablado cuando habría sido más fácil callar.

Joan Baez fue un icono del movimiento de los derechos civiles. Cantó el himno “We Shall Overcome” ante una multitud de cientos de miles de manifestantes por los derechos civiles en Washington DC. Habló en la famosa marcha de Selma a Montgomery que se enfrentó de forma tan espectacular a la violencia racista, hace 50 años. Siguió pronunciándose sobre todo un abanico de cuestiones de derechos humanos, durante décadas.

Ai Weiwei pudo haber decidido disfrutar sin más de sus éxitos, que incluyen el diseño del famoso y espectacular Estadio Nido de Pájaro para los Juegos Olímpicos de Beijing. Sin embargo, eligió un camino muy diferente. Una y otra vez dijo la verdad al poder. Esa franqueza tiene un precio. Ai Weiwei ha sido sometido a hostigamiento, a palizas, a la cárcel. Hoy sigue estando bajo vigilancia. Pero no se arrepiente. En sus propias palabras: “Retirarse nunca. ¡Retuitea!”

La irreverencia —lo que el activista y autor serbio Srdja Popovic llama “risactivismo”— está en el centro de muchas de las protestas actuales. Pero ser irreverente no es lo mismo que ser poco serio. Es difícil sobrestimar las conexiones entre acciones aparentemente triviales y el cambio social mayor. Del mismo modo, es imposible sobrevalorar la importancia de la disposición a pronunciarse. Como señaló el escritor polaco Czeslaw Milosz: “En una habitación donde la gente mantiene una conspiración de silencio, una sola palabra de verdad suena como un disparo.”

La irreverencia —lo que el activista y autor serbio Srdja Popovic llama ‘risactivismo’— está en el centro de muchas de las protestas actuales. Pero ser irreverente no es lo mismo que ser poco serio. Es difícil sobrestimar las conexiones entre acciones aparentemente triviales y el cambio social mayor. Del mismo modo, es imposible sobrevalorar la importancia de la disposición a pronunciarse.

Steve Crawshaw

En un mundo donde el silencio es siempre la opción más fácil, debemos rendir homenaje a la importancia de hacer ruido político.

Steve Crawshaw es el director de la Oficina del Secretario General de Amnistía Internacional y coautor de Small Acts of Resistance: How Courage, Tenacity and Ingenuity Can Change the World, www.smallactsofresistance.com, que se publicará en chino el mes que viene, en junio.