El drama de la población civil de Irak

Donatella Rovera, asesora general sobre respuesta a las crisis de Amnistía Internacional

Miles de civiles iraquíes desplazados por el actual conflicto están varados en los puestos de control que separan las zonas controladas por el Gobierno Regional del Kurdistán (KRG) del resto de Irak. Al principio, el KRG permitió entrar en el Kurdistán iraquí a los civiles que huyeron después de que la organización Estado Islámico (antes conocida como Estado Islámico de Irak y el Levante, ISIL) capturase grandes zonas del noroeste de Irak, pero en las últimas semanas y días el gobierno ha restringido drásticamente el acceso.

Algunas de las personas que huyeron buscan refugio en el Kurdistán iraquí, mientras que otras desean viajar al sur, hacia la capital y más allá. Las primeras son en su mayoría musulmanes suníes que temen los ataques aéreos de las fuerzas del gobierno y sus aliados, y el severo régimen del Estado Islámico. Las segundas son musulmanes chiíes de las comunidades turcomana y shabak que tratan de huir hacia el sur, a las zonas de Irak controladas por el gobierno donde la mayoría de la población es chií y donde creen que no hay riesgo de que Estado Islámico tome el poder. 

La repentina captura de Mosul, la segunda ciudad de Irak, el 10 de junio por el Estado Islámico desencadenó el éxodo masivo de cientos de miles de residentes atemorizados hacia la vecina región autónoma kurda, administrada por el KRG.

Con la retirada del ejército iraquí del noroeste de Irak, el KRG ha obtenido el control de la disputada ciudad de Kirkuk, rica en petróleo, y de otras zonas, y en los últimos días ha anunciado sus planes de celebrar un referéndum sobre la independencia, iniciativa a la que se opone férreamente el gobierno central de Irak.

Con independencia de la batalla política entre Bagdad y Arbil, es indispensable que los civiles desplazados por el conflicto puedan refugiarse en las zonas controladas por el KRG y transitar sin riesgos por ellas.

Aunque el discurso político iraquí y el internacional parecen quedarse desfasados con rapidez ante una realidad en el terreno que cambia velozmente, la dimensión sectaria del conflicto es cada día más evidente y las diversas comunidades de Irak se esfuerzan por lidiar con la nueva realidad, preguntándose de forma creciente dónde y cómo pueden estar a salvo.

La comunidad turcomana es un ejemplo claro. Cuando llegué a Irak, justo después de la captura por el Estado Islámico de Tal Afar —donde viven alrededor de 200.000 personas— y otras zonas habitadas mayoritariamente por miembros de la comunidad turcomana, los residentes locales se identificaban en su mayoría como turcomanos. Ahora, apenas unas semanas después, casi todas las personas con las que hablo se identifican como chiíes turcomanos o suníes turcomanos.

Los chiíes turcomanos tratan de huir al reducto chií del sur; los suníes turcomanos ni siquiera contemplan la posibilidad de ir allí: se quedan en el norte, aterrorizados por los ataques aéreos del gobierno contra las zonas controladas por el Estado Islámico.

“No estamos con el ISIL, pero cuando el gobierno bombardea al ISIL estamos en medio y cuando nos matan a nadie le importa”, dijo una mujer cuyos familiares —dos niños de corta edad y sus padres— murieron en un ataque aéreo en Tal Afar el 22 de junio.

Los shabak chiíes que han huido de los pueblos del este de Mosul recientemente capturados por el Estado Islámico, me contaron que algunos de sus familiares habían perdido la vida o habían sido capturados, mientras sus vecinos suníes shabak se habían quedado en los pueblos y no tenían ningún problema con el Estado Islámico.

Muchos civiles turcomanos y shabak chiíes con los que he hablado dicen que sus vecinos suníes están colaborando con el Estado Islámico, mientras que los turcomanos y shabak suníes acusan a los miembros chiíes de su comunidad de estar vinculados a las milicias chiíes armadas progubernamentales.

Aunque por lo general no se ofrecen pruebas que respalden estas historias polarizadas, la percepción puede ser tan importante como la realidad, y está envenenando las relaciones entre comunidades y avivando el fuego de una situación ya inflamada.

Las minorías de Irak, incluidos los cristianos, los yazidíes y otros, se sienten especialmente vulnerables, y sus razones tienen. El Estado Islámico calificó a sus rehenes yazidíes de “adoradores del diablo” en uno de sus recientes vídeos, y el secuestro de dos monjas cristianas en Mosul el 28 de junio son sólo dos ejemplos de una serie de ataques recientes contra grupos minoritarios.

Sin embargo, los miembros de las comunidades mayoritarias de Irak tampoco se sienten a salvo. De hecho, la mayoría de los muertos y desplazados en este conflicto pertenecen a las comunidades mayoritarias chií y suní que eran minoritarias en un lugar y un momento concretos.

Las crecientes especulaciones sobre una posible división de Irak en tres Estados o entidades (la chií, la suní y la kurda) suscitan honda preocupación por el desplazamiento masivo de población que probablemente causaría. A las minorías les preocupa enormemente si, de hacerse esto realidad, sus comunidades seguirían teniendo futuro en Irak. Tanto los dirigentes como los dirigentes en potencia de Irak, y quienes los respaldan en la comunidad internacional, deben actuar con responsabilidad y trabajar para encontrar soluciones a la crisis actual que garanticen que se protege a los miembros de todas las comunidades y se respetan sus derechos.

Este artículo de opinión se publicó originalmente en Al Jazeera online