Preso de conciencia ruso: Las cartas de Amnistía fueron una “conexión con la libertad”

Enviado a una colonia penitenciaria en el Ártico por un delito que no cometió, el preso de conciencia ruso Igor Sutyagin vivió durante unos minutos en el “mundo libre” con cada tarjeta postal que recibió de simpatizantes durante los 11 años que pasó en la cárcel. En octubre de 1999, mientras esperaba un taxi para viajar al aeropuerto, Sutyagin encontró a la puerta de su casa a siete miembros del Servicio Federal de Seguridad. “Era un taxi muy extraño.”“Me invitaron a mantener una ‘conversación’ en la oficina del Servicio Federal de Seguridad. […] La conversación duró 10 años, 8 meses y 7 días. Porque nunca regresé.” “Pensé que tenían interés en comprender la verdad de la situación. Pero no era la verdad lo que necesitaban.” “En mayo del año siguiente, el investigador jefe de mi caso me dijo con toda franqueza que sabía perfectamente que el caso estaba vacío, pero que también sabía perfectamente que si me dejaba en libertad, al día siguiente él o uno de sus colegas estaría entre rejas.”En 2004, Igor Sutyagin, analista militar privado e investigador, fue declarado culpable de espionaje, en un juicio extremadamente injusto en el que no se aportaron pruebas de que hubiera entregado a nadie información que no fuera de acceso público en los medios de comunicación. Enviado en 2005 a una colonia penitenciaria rusa en la remota provincia septentrional de Arkhangelsk, donde dice que “hasta los mosquitos se ponen chaqueta de piel para volar”, ha contado a Amnistía Internacional que las cartas de simpatizantes liberaron su imaginación. “Las cartas que recibí […] me mantuvieron muy cerca de la vida en libertad. Las innumerables cartas que me remitieron miembros de Amnistía Internacional me conectaban con el mundo entero.”Sutyagin cita al poeta y ex preso político ruso Igor Guberman: “‘Mientras tenga conexión con la libertad, no pertenezco por entero a la prisión, porque parte de mí vive allá, y sólo parte de mí está encarcelada aquí.’ Yo sólo tenía una parte de mí allá.”Las misivas que más le gustaban eran las que tenían imágenes que avivaban su imaginación en un entorno desolado: “¡Mirar un canguro, por ejemplo!”  “Cuando se ve una imagen de Australia, de Japón, de Italia, la imaginación te lleva hasta allá. […] Vivía allá durante varios minutos, en una ciudad italiana, en la costa francesa, en un lindo jardín de algún lugar de Japón […].” “Era así como esas imágenes de miembros de Amnistía me sacaban de la cárcel.” “La cárcel es el mundo donde nada sucede”, dice una y otra vez, y Sutyagin descubrió que sus carceleros también sufrían aburrimiento. Sus cartas entretenían a los funcionarios de prisiones, y a él lo protegían. “Para ellos es divertido charlar con alguien que tiene alguna conexión con el extranjero. […] Y les previene contra algunas acciones realmente desaconsejables.”  “Saben que esa persona es de alguna manera intocable.” A principios de 2010, en su cuarto y último campo penitenciario, el de Arkhangelsk, un funcionario de prisiones se acercó al lugar donde estaba, señaló con un gesto el lavamanos, y dijo: “Mira, este jabón es muy malo. Lo que necesitas aquí es jabón francés. ¿A quién tienes en Toulouse?” Sutyagin dijo que no conocía a nadie.   “Me estás mintiendo”, dijo el funcionario. “Has recibido una carta de Toulouse y tienes que escribirles y encargarles un buen jabón francés. Y yo vendré aquí a lavarme las manos.” La carta era una felicitación de cumpleaños de Bernard Burgan, miembro de Amnistía Internacional Francia, y era una tarjeta que llevaba una ilustración de un barco de vapor con un cielo azul. “Señor Sutyagin, en contra de lo que piensa, no está solo en el mundo”, había escrito Burgan. Es probable que Sutyagin regalase a otros reclusos otras tarjetas remitidas por Bernard, para que pudieran reciclarlas para escribir a sus seres queridos, o a los artistas que había entre ellos, para que tuvieran algo que pintar que no fuera nieve y alambre de espinos. Pero la tarjeta del cumpleaños, Sutyagin se la guardó. Le gustaban los barcos. Debido en parte a esa atención permanente de los grupos de derechos humanos y sus miembros, Sutyagin fue uno de los presos a quienes Rusia intercambió por miembros de una “red de espionaje” rusa descubierta en Estados Unidos en 2010. Al quedar en libertad en julio, Sutyagin quedó exiliado de hecho, encerrado en el mundo de países extranjeros de cuyas imágenes se había nutrido durante tanto tiempo en la cárcel. “Funcionarios rusos y estadounidenses me dijeron […] ‘Conservas tu pasaporte ruso, eres ciudadano ruso. Puedes viajar a Rusia libremente y sin problemas. El caso está cerrado.’ Pero al quedar en libertad no tenía documento alguno.”“La BBC se puso en contacto con el servicio federal criminal ruso para preguntar por esos documentos, y la respuesta oficial fue: ‘Sutyagin los ha recibido.’ Así que siguen mintiendo.” Al menos, en el “mundo libre”, Sutyagin ha podido conocer por fin a Bernard Burgan de Toulouse y darle las gracias por el barco que aún guarda. Cuando Sutyagin eligió un lugar de Londres para conocer a Burgan, el amante de la historia y las máquinas militares optó por las orillas del río Támesis para poder ver el navío de la Armada británica Belfast. Burgan le confesó su preocupación por el hecho de que sus cartas pudieran estar llenas de detalles muy corrientes o triviales, irrelevantes para un hombre recluido en un campo penitenciario aislado por la nieve.  Antes al contrario, Sutyagin le dijo que aquellos relatos triviales fueron “la oportunidad para que un preso percibiera la vida exterior.”  Continuó componiendo una carta imaginaria para su antiguo yo en la cárcel: “Es muy útil tener una descripción para saber, mira, ahí está el río, y ahí hay un gran barco que, en realidad, hace 60 años viajó a Rusia con el convoy del norte y se llama Belfast. Y saber, cuando vives en [el campo penitenciario de] Kholmogory, que hace 60 años ese Belfast llegó a Arkhangelsk con los británicos para ayudar al pueblo ruso.”“Llegó literalmente a Arkhangelsk, y estuvo amarrado a unos 300 metros de mi campo [penitenciario].” “Así que ésta es –dijo refiriéndose al navío militar retirado– la conexión entre mi yo de aquí y mi yo de allá.”