Joey Mataele, de 54 años, es una activista de Tonga que lleva toda la vida sufriendo abusos. Como “leiti” –persona que ha nacido hombre pero se identifica como mujer–, hace campaña para que se produzcan cambios y pueda ser reconocida por fin como lo que realmente es: una mujer valiente y brillante.
“Sufría acoso de los profesores y de los alumnos. En el camino de vuelta a casa, la gente pasaba por mi lado y me daba manotazos en la nuca o me llamaba “marica”. Yo me peleaba. Estaba siempre metiéndome en peleas”, recuerda Joey Mataele, destacada activista leiti de Tonga.
Joey se crió en el archipiélago pacífico tropical de Tonga, también conocido como Islas de los Amigos por la hospitalidad con que recibieron sus habitantes al capitán James Cook, el explorador que desembarcó por primera vez allí en 1773.
De niña no podía ni soñar con tan cálida acogida de la población tongana. No se sentía aceptada. De hecho, todavía tiene que luchar por su sitio en la comunidad tongana donde nació, porque hay miembros de su propia familia que la rechazaron por ser quien es.
“Mis hermanos y mis primos me insultaban; uno de ellos me ponía una cuerda alrededor del cuello y la apretaba para que me saliera voz de hombre. Una vez casi me estrangula”, recuerda Joey.
A pesar de tan dolorosas agresiones y de la clara advertencia de atenerse al papel asignado a cada género, no se dio por vencida. A los 14 años decidió vivir abiertamente como mujer, enfrentándose a su familia y a sus compañeros de colegio, que la veían como un niño.
“Me sentía más mujer que hombre”, afirma Joey.
Antiguamente no habría sido ningún problema. La Tonga precolonial tenía un concepto flexible del género y era tolerante con las relaciones homosexuales y las personas transgénero, llamadas ahora leitis. Las personas leitis conforman una comunidad que abarca diversas identidades sexuales y de género. Llevaban una vista respetable dentro de la sociedad. Pero con la llegada del colonialismo y el cristianismo a finales del siglo XVIII, la sociedad tongana se volvió más conservadora y religiosa. Debido a ello, las actitudes hacia las personas leitis están ahora empañadas por prejuicios, y los sentimientos anti LGBTI son generalizados.
Las relaciones sexuales consentidas entre hombres son ilegales en Tonga en virtud de los artículos 136–142 de la Ley Penal. Se castigan con hasta 10 años de prisión y flagelación, pero no se tiene constancia de que se haya hecho cumplir la Ley. Las relaciones homosexuales no están reconocidas jurídicamente, y es ilegal cambiarse de sexo. Para acabar con esta discriminación, Joey defiende los derechos de las personas leitis como activista LGBTI.
Así recuerda Joey la primera vez que llevó vestido en público: “La primera vez que me lo puse fue para ir a la iglesia. Iba con mi abuela, que tenía un asiento especial y se ponía siempre delante […] tuve que llevarla hasta su asiento […] y, bueno, ese vestido azul plisado fue la atracción del día.”
Expresar su identidad de género convirtió a Joey en objeto de abusos. Cuanto tenía 14 años fue violada por un hombre que trabajaba para su padre, pero no pudo denunciarlo, porque la violación masculina es ilegal tanto para el violador como para la víctima en Tonga.
“Ese tipo me amenazó con hacerme algo si lo contaba. Pero cuando supe que me había contagiado una enfermedad de transmisión sexual, tuve que decírselo a mi abuela porque sufría mucho.”
Joey no encontró comprensión ni en su propio padre, que pensaba era un pecado que se vistiera de mujer y que había provocado la violación. Le había dicho muchas veces que dejara de “comportarse como una mujer.”
Esta traumática experiencia marcó también un nuevo comienzo para Joey. “Decidí no tolerarlo más”, recuerda. “Dejé el colegio y me puse a trabajar. Tuve en todo momento el apoyo de mi abuela. Me dio su bendición.”
Joey no se considera una víctima, sino un mujer fuerte, que utiliza las experiencias por las que ha pasado para apoyar a sus semejantes y defender los derechos de las personas leitis en Tonga.
“Creo que mis experiencias me ha motivado para hacerme activista, me han fortalecido. Me han capacitado para luchar por los derechos de nuestra gente. No quiero que la generación más joven pase por los mismos problemas que tuve yo en mi infancia”, afirma.
Junto con otras personas leitis, Joey fundó en 1992 la Asociación de Leitis de Tonga para hacer campaña en favor de la despenalización de la homosexualidad y el travestismo.
“Una de las razones de que estableciéramos la asociación es proporcionar un espacio seguro a nuestra gente, nuestra comunidad LGBTI, para que venga y se siente a hablar de nuestros problemas, vea con una mentalidad abierta lo que sucede, cuente lo que sufrimos en la vida […] Al menos tenemos un espacio donde podemos reír, ser como somos y relajarnos.”
Joey, la niña que acababa siempre peleándose a puñetazos, conserva su espíritu de lucha, pero ahora emplea otros métodos. “Ahora no libro ya peleas a cuerpo. Lo hago bien. Me siento a hablar con ellos. Soy una modesta luchadora”, señala, refiriéndose a la labor que realiza para sensibilizar a la gente sobre los problemas de las personas leitis y LGBTI.
Joey y las personas leitis que trabajan con ella hacen también campaña en favor de cambios legislativos que les permitan cambiar de identidad de género para que pueden ser reconocidas como lo que son. Se calcula que hay 400 personas leitis en Tonga.
“No quiero decir que soy transgénero; prefiero decir simplemente que soy una mujer […] cuando el gobierno me permita cambiar mi identidad, mi carné de identidad, el pasaporte y todo eso.”
Poner fin a la discriminación jurídica de las personas LGBTI convertiría por fin Tonga en las Islas de los Amigos para todas las personas que viven allí.