“Como mujeres, hemos de luchar para conquistar nuestros derechos”

Hay una frase que Soraya, una mujer afgana de 24 años, se repite y les dice a sus amistades, sobre todo en los días que parecen más sombríos que otros:

“Recuerda que delante de ti hay una puerta. Si abres esa puerta, verás la luz. Sólo tienes que llegar a esa puerta.”

Desde marzo de 2017, Amnistía Internacional ha hablado con más de 100 mujeres y niñas que huyeron de su país de origen y viven en campos de refugiados y pisos en las islas griegas o en la Grecia continental.

De Afganistán a Irán y a Grecia

Cuando nos reunimos con Soraya en un centro para mujeres migrantes y refugiadas en Atenas, Grecia, su hija de un año, Mohana, está sentada en su regazo. Mohana nació en Grecia, a miles de kilómetros de Irán, donde Soraya creció, tras haber huido su familia de su país de origen, Afganistán.

Soraya y su hija Mohana.  ©Lene Christensen/Amnesty International
Soraya y su hija Mohana. ©Lene Christensen/Amnesty International

Ahora Soraya espera establecerse en condiciones de seguridad con su propia familia en un país extranjero. Sabe que vendrán días difíciles. Pero el peligroso viaje que emprendió y la lucha para velar por la seguridad de sus tres hijos le han enseñado a no subestimar su propia fuerza.

“Las mujeres tienen derechos. Quiero decidir mi futuro. Lo más importante es lograr este objetivo y que los hombres también lo entiendan.”

Años atrás era una persona que no quería que le hicieran fotografías, pero ahora mira directamente a la cámara. Su voz es firme.

“Como mujeres, hemos de luchar para conquistar nuestros derechos, para nosotras y para nuestros hijos”, dice Soraya.

El peligroso viaje a Europa

Hay momentos en la vida que pueden recordarse en un abrir y cerrar de ojos. Recuerdos que tienen siempre el mismo sabor y el mismo olor. Para Soraya, varios de estos momentos ocurrieron cuando, poniendo en peligro sus sus vidas, intentaba hacer la travesía del mar Egeo con su esposo y sus hijos.

Unos meses antes habían tomado la decisión de huir de Irán. Regresar a su país, el Afganistán asolado por la guerra, era imposible. Para llegar a Europa y a la seguridad que esperaban, no vieron otra opción que arriesgar sus vidas.

Soraya no olvidará jamás el atronador sonido que oyó después de haber caminado durante casi siete horas para llegar a la costa turca. El ruido era cada vez más fuerte, como de maquinaria pesada. Pensó que vería grandes fábricas a la vuelta de la esquina.

Lo que vio fueron olas enormes, batiendo en la costa.

Aquellas aguas embravecidas eran las que debían llevar a Soraya y sus seres queridos a Grecia esa noche. Una pequeña embarcación los esperaba, junto a decenas de personas más que también habían huido de su país de origen. Los traficantes de personas les dijeron que subieran al barco, deprisa.

Estaba oscuro, hacía frío y la situación era caótica.

Luchando para subir a bordo con seguridad junto a su familia, Soraya cayó al agua tres veces. La última vez, empapada, gritó: “¡No!” Gritando, se negó a subir a bordo. “Si subimos ahora a este barco, moriremos”, gritó.

Otras personas comenzaron a secundar sus peticiones de que se suspendiera el viaje. Finalmente, los traficantes accedieron a esperar. Se acurrucaron en torno a una pequeña fogata en la playa, intentando combatir el miedo y el frío intenso. A las cuatro de la mañana, el mar se había calmado ligeramente y los traficantes habían encontrado otro barco. Esta vez zarparon, hacinados, sin apenas poder moverse.

Las imágenes de su hijo temblando y vomitando en la pequeña embarcación de plástico quedaron grabadas para siempre en su mente. Pero sobrevivieron. En la mañana del 12 de marzo de 2016, desembarcaron en la isla griega de Quíos.

“Siempre me felicito por haber pasado ese mar, porque quería labrar un futuro mejor para mis hijos.”

Otra embarcación se había hecho a la mar la noche anterior, sin esperar a que el oleaje amainara. Al día siguiente, Soraya se enteró de que todas las personas que viajaban en ese barco habían muerto.

Cambio de actitud

Después de vivir durante casi un año en condiciones de provisionalidad y en varios campos de refugiados, la familia fue trasladada a un piso en Atenas. Cuando llegaron a Grecia, el objetivo era continuar viaje y solicitar asilo en otro país europeo.

“Pero después conocí a muchas personas griegas en Atenas y vi lo bien que se comportaban con los refugiados”, dice Soraya.

La cálida recepción de la población local le ha infundido esperanza. Está deseosa de aprender griego y quizá, dependiendo de la resolución del proceso de asilo, finalmente pueda considerar a Grecia su hogar.

En Atenas ha conocido a muchas mujeres que han huido de su país y que también hacen frente a la estremecedora incertidumbre de no saber qué les tiene reservado el futuro. Algunas de ellas acuden a la Red Melissa, centro comunitario sólo para mujeres donde Soraya asiste a clases del idioma y recibe apoyo desde hace casi dos años.

Compartir experiencias ayuda a estas mujeres a cobrar fuerza, dice Soraya. Además, su forma de pensar ha cambiado gradualmente en los últimos años, nos dice. Algo cambió dentro en su interior aquella noche en la costa turca. Hacer frente a los traficantes le hizo darse cuenta de que tenía una voz que merece ser escuchada.

Ahora quiere que otras mujeres lleguen a la misma conclusión: Que tienen derechos por los que luchar y que todas deben poder expresar sus opiniones.

“Mi sueño para mí y para todas las mujeres es tener libertad para tomar nuestras propias decisiones.”

Soraya quiere labrar un futuro seguro para ella y su familia.  ©Lene Christensen/Amnesty International
Soraya quiere labrar un futuro seguro para ella y su familia. ©Lene Christensen/Amnesty International