Por qué poner fin al plan de reubicación de personas refugiadas no debe significar poner fin a la reubicación

A veces hay momentos en los que el mundo gira sobre su eje y la vida cambia para siempre. Para Amin y Marian —una pareja siria de Alepo— y sus cuatro hijos de corta edad, ese momento de transformación se produjo una fría mañana del pasado mes de febrero, y yo tuve el privilegio de presenciarlo.

A veces hay momentos en los que el mundo gira sobre su eje y la vida cambia para siempre. Para Amin y su familia ese momento llegó el pasado mes de febrero.

Mónica Costa Riba

Estaba en el norte de Grecia visitando el extenso campo de refugiados de Softex. Ubicado en un almacén industrial abandonado en las afueras de Tesalónica, Softex es un lugar lúgubre en los mejores momentos. En una mañana fría y gris de febrero no es un lugar donde nadie elija estar.

Iba caminando por el piso de cemento del almacén cuando vi a Amin, de pie frente a su tienda de lona, con la capucha subida por el frío.

Me acerqué y me presenté. Me miró con desaliento. Le pregunté si podía hacerle algunas preguntas y tras encogerse de hombros, me hizo pasar a la tienda, donde su esposa, Marian, estaba sentada en el suelo con su hijo de dos años.

“¿Cómo es la vida aquí, en Softex?” Le pregunté. “¿Qué puedo decirle que no esté ya a la vista?”, respondió haciendo un gesto a su alrededor. La pareja empezó a contarme un poco sobre su vida en Siria y cómo habían huido de la guerra. Desde que habían llegado clandestinamente a Grecia desde Turquía en una barca atestada, más de un año atrás, estaban atrapados en campos de refugiados en condiciones espantosas. El estrés y el cansancio de su situación eran perceptibles en sus voces y rostros.

Justo entonces sonó el teléfono de Amin. Respondió y enseguida quedó claro que no era una llamada normal. Amin escuchaba atentamente, con la cara tensa por la concentración. “¿Este jueves?”, preguntó. “¿Tengo que estar en la embajada de Irlanda en Atenas?… ¿Este jueves?… Gracias, gracias, gracias”. La tensión había desaparecido y empezó a sonreír y luego a llorar. “Nos han aceptado en Irlanda. Nos vamos de aquí. Por fin vamos a empezar una nueva vida”, dijo Amin, abrazando con fuerza a su esposa y a su hijo.

Aman, Miriam y sus hijos son algunas de las personas afortunadas. En virtud del plan de dos años de reubicación de emergencia de la UE que termina hoy, los Estados europeos han aceptado a menos del 30 por ciento de las personas solicitantes de asilo a las que se comprometieron a reubicar en septiembre de 2015. De hecho, de las 66.400 personas solicitantes de asilo que están en Grecia y de las 39.600 de Italia que los países europeos prometieron acoger, sólo se han beneficiado del plan 19.740 de Grecia y a 8.839 de Italia.

Los Estados europeos han aceptado a menos del 30 por ciento de las personas solicitantes de asilo a las que se comprometieron a reubicar en septiembre de 2015.

Mónica Costa Riba

Salvo pocas excepciones, la mayoría de los Estados europeos no se ha tomado en serio el plan. No han ofrecido plazas conforme a sus compromisos o han aceptado a solicitantes de asilo a un ritmo muy lento, agravando así el sufrimiento innecesario de hombres, mujeres y niños y niñas atrapados que ya han soportado experiencias traumáticas en sus peligrosas travesías para llegar a Europa.

Entre los peores infractores figuran Polonia y Hungría, que se han negado a aceptar a una sola persona solicitante de asilo de Italia y Grecia. Eslovaquia, que impugnó sin éxito el plan de reubicación ante el Tribunal Europeo, sólo ha aceptado a 16 de las 902 personas solicitantes de asilo que le fueron asignadas, y la República Checa a 12 de 2.691.

España ha cubierto sólo el 13,7% de su cuota; Bélgica, el 25,6%; Países Bajos, el 39,6% y Portugal, el 49,1 %.

Malta es el único país de la UE que ha cumplido sus compromisos. Cabe destacar que Finlandia ha acogido a 1.951 solicitantes de asilo (el 94% de su compromiso), mientras que Alemania es el país que más personas ha reubicado: más de 8.000. Por su parte, Irlanda ha recibido a 459 solicitantes de asilo (el 76,5% de su compromiso). Noruega y Liechtenstein entraron en el plan de forma voluntaria y ambos han cumplido sus compromisos de reubicar a 1.500 y 10 personas, respectivamente.

El plan de reubicación de la UE acordado en 2015 distaba de ser perfecto. Sólo estaba abierto a solicitantes de asilo de nacionalidades con un índice alto de aceptación en Europa (sobre todo sirios y eritreos), lo que dejaba sin ninguna opción segura para ir a otros países de Europa a miles de personas que necesitaban protección que llegaban a Grecia e Italia. Pero a pesar de los defectos, era un primer intento de establecer un sistema temporal basado en la solidaridad interna entre los Estados europeos. Este tipo de iniciativas son muy necesarias, pero aun así no abordan toda la magnitud del problema.

En Grecia, tras el cierre de la frontera entre ese país y Macedonia —lo que se conoce como ruta de los Balcanes—, la “reubicación” en otros países europeos se convirtió en la única alternativa para trasladarse en condiciones seguras a otros países de Europa para miles de personas atrapadas en condiciones terribles.

Europa no puede eludir su responsabilidad de proteger a las personas que huyen de la violencia y la persecución a través de la reubicación y por otros medios, como los visados de trabajo y los procedimientos rápidos de reagrupación familiar.

Ahora que el plan de reubicación de dos años de la UE está llegando a su fin, los Estados europeos deben actuar para garantizar, conforme a sus obligaciones, que todas las personas que llegaron a Grecia e Italia antes de que terminase el plan y con derecho a acogerse a él son reubicadas con rapidez. Esto incluye a muchas mujeres, hombres y niños y niñas que llegaron a las islas griegas tras la firma del acuerdo UE-Turquía, el 20 de marzo de 2016, y que han sido excluidos del plan de reubicación. Además de permitirles que continúen con su vida en condiciones de seguridad y dignidad, la reubicación de estas personas aliviaría la presión y mejoraría las condiciones de las islas griegas, que se han deteriorado con el aumento de llegadas durante los meses de verano.

Europa no puede eludir su responsabilidad de proteger a las personas que huyen de la violencia y la persecución a través de la reubicación y por otros medios.

Mónica Costa Riba

Amin, Miriam y sus hijos aterrizaron por fin en Dublín este mes. En Grecia, Mariam me había dicho: “Seremos felices en cualquier lugar. Sólo queremos vivir en un lugar donde podamos empezar de nuevo y mis hijos puedan volver a la escuela: han perdido demasiadas cosas”. Esperemos que Irlanda sea ese lugar.

Este artículo se publicó originalmente en Euronews.