Más dificultades para las personas refugiadas y migrantes

Salih tenía sólo 10 años cuando las milicias atacaron su aldea en la región de Darfur Septentrional de Sudán: “Fue por la noche. Disparaban y quemaban nuestras chozas. Mataron a mis padres, pero yo logré escapar”. Consiguió llegar a Jartum, donde se quedó hasta que, este mismo año, un tío suyo le mandó dinero desde el Reino Unido para fuera allí a reunirse con él.

Tardó más de un mes en llegar a Libia, cruzando el desierto, y seguir luego hacia el norte, hasta la costa, donde pagó su pasaje en una barca abarrotada de gente para cruzar el Mediterráneo. “La Cruz Roja nos rescató y nos llevó a tierra”, me dijo Salih, de 16 años ya, pero todavía un niño, cuando hablé con él en Ventimiglia, Italia, en julio. Pero en vez de recibir ayuda para ir a reunirse con su tío, quedó atrapado a las puertas de Europa. Y afirma que, en vez de encontrar seguridad en las costas europeas, fue golpeado por la policía italiana a las pocas horas de llegar.

Me golpearon con una porra y sentí una fuerte descarga eléctrica en la espalda. Me desplomé y empecé a vomitar.

Salih, refugiado darfurí

Tras su rescate, Salih y otras personas también recién llegadas fueron llevadas en autobús a lo que se conoce como un “punto crítico” en Tarento. El enfoque de los puntos críticos, que se comenzó a aplicar en 2015 por recomendación de la Comisión Europea, es un sistema que tiene por objeto identificar a todas las personas recién llegadas, evaluar rápidamente sus necesidades de protección y canalizarlas hacia los procedimientos de asilo o devolverlas a sus países de origen. Un aspecto decisivo es que obliga a Italia a identificar y tomar las huellas dactilares a todas las personas recién llegadas. Pero a quienes, como Salih, quieren solicitar asilo en otros países europeos donde tienen parientes, no les interesa en absoluto que las autoridades italianas les tomen las huellas dactilares. Si se las toman, serán enviadas de regreso a Italia, su primer punto de entrada, si intentan seguir su viaje por la Unión Europea.

“No queríamos que nos tomaran las huellas, pero cuatro policías nos bajaron a rastras del autobús y nos llevaron a una oficina donde comenzaron a golpearme”, me contó Salih. “Me golpearon con una porra y sentí una fuerte descarga eléctrica en la espalda. Me desplomé y empecé a vomitar. Al cabo de 10 minutos en el suelo accedí a que me tomaran la huellas”.

La experiencia de Salih no es un caso aislado. Este verano conocí a una veintena de personas refugiadas y migrantes —hombres, mujeres, niños y niñas— que me explicaron cómo la policía las había golpeado, aplicado descargas eléctricas con porras y amenazado por no querer que les tomaran las huellas dactilares. Un niño de 16 años y un hombre describieron cómo la policía los había obligado a desnudarse e infligido dolor en los genitales. Una mujer de 25 años me dijo que, tras tenerla meses detenida, la habían abofeteado reiteradamente para que se dejara tomar las huellas dactilares.

Este abuso, que en algunos casos puede constituir tortura, es un perverso subproducto de la estrategia de reparto de la responsabilidad de Europa. Aunque la conducta de la mayor parte de la policía es profesional, y las huellas dactilares se toman sin incidentes en la gran mayoría de los casos, las conclusiones de un nuevo informe de Amnistía Internacional publicado hoy convierten la conducta de algunos agentes en motivo de gran preocupación. En el informe se exponen también fallos fundamentales de la deficiente política migratoria de Europa.

De hecho, las huellas dactilares de Europa están por toda la escena del crimen. Nadie lo ha resumido con tanta claridad como una persona que trabajaba de intérprete en un punto crítico, a quien citó así un hombre de 22 años con quien hablé: “Explicó que teníamos que dejar que nos tomaran las huellas dactilares porque, si no, Italia recibiría una multa. Dijeron que había otros policías europeos que comprobaban si nos tomaban las huellas a todos. Y la policía italiana golpeaba a quienes no dejaban que se las tomaran.

La llegada de centenares de miles de hombres, mujeres, niños y niñas —que huyen de conflictos, violaciones de derechos humanos y situaciones de pobreza— hace que Italia esté sometida a una presión enorme. A falta de rutas legales y seguras a Europa, las personas refugiadas y migrantes viajan de manera irregular y con considerables riesgos para su vida.

Este abuso es un perverso subproducto de la estrategia de reparto de la responsabilidad de Europa. De hecho, las huellas dactilares de Europa están por toda la escena del crimen.

Matteo de Bellis, investigador de Amnistía Internacional sobre Italia

En un esfuerzo por reducir la presión sobre Italia y otros Estados de primera línea, el enfoque de puntos críticos se combinó con un programa de reubicación de solicitantes de asilo en otras partes de la UE. Sin embargo, el elemento de solidaridad del enfoque de puntos críticos ha resultado en gran medida ilusorio. Sólo 1.200 personas han sido reubicadas hasta ahora desde Italia, de las 40.000 prometidas, y son más de 150.000 las que han llegado al país por mar este año.

Bajo la presión de la UE, Italia ha intentado aumentar el número de migrantes que devuelve a sus países de origen. Para ello, ha negociado acuerdos de readmisión con gobiernos que han cometido atrocidades espantosas. En virtud de uno de estos acuerdos, el pasado 24 de agosto, 40 personas identificadas como ciudadanos sudaneses fueron embarcadas en Italia en un avión con destino a Jartum. Amnistía Internacional habló con dos hombres de Darfur que iban en ese vuelo y que contaron que las fuerzas de seguridad los estaban esperando a su llegada a Jartum para interrogarlos. Uno de ellos afirma que vio como un hombre recibía una paliza y que ahora vive con miedo.

Concebido en Bruselas y aplicado en Italia, el enfoque de los puntos críticos está siendo causa de violaciones espantosas de los derechos de personas desesperadas y vulnerables. Las autoridades italianas son responsables directas de ello, y los líderes de Europa, los responsables políticos.

Mientras tanto, se deja que niños y niñas huérfanos, como Salih, tengan que valerse por sí mismos.

Tras cuatro días en el punto crítico de Tarento, llevaron a Salih a una estación de tren y lo dejaron allí. “Nadie me preguntó si quería solicitar asilo ni mis datos”, me dijo. “Quiero marcharme de Italia. Quiero estar en Inglaterra con mi tío su familia”.

Este artículo fue publicado por primera vez por Quartz.