Última actualización: 3 de septiembre de 2015 – Un solemne minuto de silencio. En todo el mundo, es la respuesta tradicional cuando unas vidas quedan truncadas por la tragedia.
Ha sido también la reacción habitual a las tragedias en Europa y frente a sus costas que han segado la vida de miles de refugiados y migrantes. No han muerto bajo las bombas en Siria, sino cuando hacían un terrorífico viaje en busca de seguridad y una vida mejor en Europa.
No han muerto bajo las bombas en Siria, sino cuando hacían un terrorífico viaje en busca de seguridad y una vida mejor en Europa.
Gauri van Gulik, directora adjunta del Programa de Amnistía Internacional para Europa y Asia Central.
Pero la magnitud de estas tragedias y su rápida sucesión exigen romper el silencio.
Como tanta gente en todo el mundo, retrocedí espantada al ver que, en sólo una semana, cuatro nuevas tragedias se añadían a la lista creciente de episodios que han hecho que este año ya se hayan alcanzado cifras récord de migrantes y refugiados muertos prematuramente. Según el ACNUR, desde el 1 de enero de 2015 ya son 2.500 las personas que han perecido de camino a Europa.
El 26 de agosto fueron localizados 52 cadáveres en el interior del casco de una embarcación que estaba a unas 30 millas náuticas de la costa de Libia.
El 27 de agosto, la policía de Austria descubrió los cadáveres de 71 personas, entre las que había niños, que estaban apelotonados en el interior de un camión abandonado en la cuneta de la autopista principal que une Budapest con Viena. La policía ha dicho a los medios de comunicación que se sospecha que los muertos eran de origen sirio y que murieron por asfixia.
Esa misma noche conocimos la noticia de otro trágico naufragio frente a la costa de Zuware, Libia, en el que podrían haber muerto hasta 200 personas.
Y ayer, los titulares de la prensa internacional recogían la impactante imagen de un niño pequeño, ahogado y arrastrado por las olas hasta una playa de Turquía, lo que puso de relieve aún más las dimensiones de la crisis. El niño y su hermano, presuntamente procedentes de la localidad siria de Kobani, se encontraban entre las 11 personas que, según se cree, murieron cuando su embarcación sufrió un accidente en ruta a la isla griega de Kos.
Lo que caracteriza a las tragedias es que no suelen ocurrir habitualmente y suceden de manera inesperada, a gente corriente que se ve arrastrada por circunstancias extraordinarias. Los horrores que hemos presenciado la semana pasada no son ni inesperados ni singulares.
Que esté muriendo gente por docenas, ya sea hacinada dentro de un camión o de un barco, cuando se dirigen en busca de seguridad o una vida mejor, es un trágico dedo acusador que señala el fracaso de los dirigentes europeos a la hora de proporcionar rutas seguras para llegar a Europa. Que esté pasando a diario es una vergüenza para Europa en su conjunto.
Que esté muriendo gente por docenas, ya sea hacinada dentro de un camión o de un barco, cuando se dirigen en busca de seguridad o una vida mejor, es un trágico dedo acusador que señala el fracaso de los dirigentes europeos a la hora de proporcionar rutas seguras para llegar a Europa. Que esté pasando a diario es una vergüenza para Europa en su conjunto.
Gauri van Gulik
La semana pasada, en Viena, no muy lejos del lugar donde la policía hizo el macabro hallazgo, los dirigentes de la Unión Europea se reunían con altos representantes de Estados miembros clave de la Unión Europea y de Estados de los Balcanes Occidentales. Aunque no figuraba en el orden del día inicial, el asunto del tratamiento de los refugiados en la región enseguida ocupó un primerísimo lugar en la reunión.
Y no faltaban motivos: esa misma semana, Amnistía había enviado informes desde la frontera meridional de Macedonia con Grecia, donde hasta un total de 4.000 refugiados habían quedado atrapados con el cierre de la frontera por parte de Macedonia. Unidades de la policía paramilitar bloquearon el paso fronterizo con alambre de cuchillas y dispararon granadas paralizantes contra las familias consternadas que venían huyendo de la guerra en Siria.
Otra persona de mi delegación se reunió con una mujer de Damasco que tenía cuatro hijos y se aferraba con fuerza al más pequeño en medio de las explosiones de granadas paralizantes en las proximidades: “Esto me recuerda a Siria. Asusta a los niños; nunca imaginé que me encontraría con esto en Europa. Nunca, nunca”, repitió.
Más al norte en la ruta migratoria de los Balcanes, en Hungría, esta semana la policía disparó gas lacrimógeno en el interior de un centro de acogida masificado, y las autoridades húngaras están en proceso de instalar una alambrada de cuchillas a lo largo de toda la frontera con Serbia para impedir la entrada de refugiados y migrantes.
Por otra parte, una delegación de Amnistía Internacional visitó recientemente las islas griegas de Kos y Lesbos, que están en primera línea de la crisis de refugiados en Europa. Las autoridades, sobrepasadas y sin recursos suficientes, no pueden hacer frente al brusco aumento del número de personas que llegan: 33.000 sólo en la isla de Lesbos, desde el 1 de agosto. Como consecuencia, miles de personas, entre ellas muchos refugiados sirios, soportan condiciones de miseria.
Todas estas crisis son sintomáticas del mismo problema: Europa no acepta su responsabilidad en una crisis global de refugiados sin precedentes en la Historia.
Gauri van Gulik
Todas estas crisis son sintomáticas del mismo problema: Europa no acepta su responsabilidad en una crisis global de refugiados sin precedentes en la Historia. No crea rutas seguras para los refugiados, que respeten los derechos y las necesidades de protección de las personas con la dignidad a la que tienen derecho.Entonces, ¿qué se puede hacer? No más minutos de silencio; ya hemos tenido suficientes. Ya es hora de ejercer el liderazgo.
Los dirigentes europeos, al menos algunos de ellos, parecen haber captado el mensaje. En la cumbre de Viena hubo menos llamamientos a la Fortaleza Europa y a mantener a la gente fuera de sus murallas, y más llamamientos a la solidaridad y la responsabilidad.
La vicepresidenta de la Comisión Europea, Federica Mogherini, no pudo ser más clara en sus comentarios al término de la reunión. Europa, dijo, tiene la “obligación moral y jurídica” de proteger a los solicitantes de asilo.
Sin duda usó las palabras acertadas. Pero ahora deben reflejarse en la adopción de medidas.
Amnistía Internacional lleva años pidiendo que se adopte este enfoque para toda Europa, pero los recientes acontecimientos demuestran que la necesidad de adoptarlo nunca ha sido tan apremiante como ahora. ¿Podríamos estar llegando a un punto de inflexión?
Los dirigentes europeos en todos los niveles deben mejorar la protección y extenderla a un mayor número de personas, hacer un mejor reparto de responsabilidades y demostrar solidaridad con otros países y con los más necesitados.
Como mínimo, deben formar parte de su respuesta un aumento considerable del número de plazas de reasentamiento de refugiados –las propuestas actuales resultan insignificantes si se comparan con el dato de que Turquía acoge a más de 1,8 millones de refugiados sirios–, la expedición de mayor número de visados por razones humanitarias y más modalidades de reunificación familiar.
De otro modo, sería un fracaso moral y de derechos humanos de proporciones trágicas: y ante algo así, sencillamente no podemos guardar silencio.
Nota: Una versión de este artículo apareció originalmente en GlobalPost.