“Sin educación, se pierde una generación”: Duras lecciones para los refugiados que huyen de la crisis olvidada de Sudán

Un grupo de personas huye de los combates en Kordofán del Sur. FILE Photo 2011 EPA/ PAUL BANKS / HANDOUT

A este rincón olvidado de Sudán del Sur —un país inmerso a su vez en la guerra, las violaciones de derechos humanos y una escalofriante catástrofe humanitaria— continúan llegando refugiados de una crisis de derechos humanos en gran medida ignorada que continúan afrontando enormes dificultades.

Los campos de refugiados de Yida y Adjoung Thok están en el extremo septentrional del estado de Unity (nombre cruelmente irónico para un estado que ha sufrido algunos de los peores combates de la guerra civil que afecta actualmente al país), muy cerca de la frontera que se trazó en los mapas cuando Sudán del Sur obtuvo la independencia de Sudán en julio de 2011.

Han llegado hasta aquí desde el vecino estado de Kordofán del Sur, en Sudán, donde se desarrolla una crisis olvidada de derechos humanos desde hace cuatro implacables años de conflicto armado y bajo el ataque militar masivo e indiscriminado de las fuerzas armadas sudanesas.

Son alrededor de 95.000 personas refugiadas, y siguen llegando más cada día. Imaginen la desesperación que hace que huir a un Sudán del Sur devastado por la guerra sea una opción más atractiva que soportar los bombardeos, el terror y el hambre en Kordofán del Sur.

En el estado de Unity, los refugiados están repartidos en dos campos: 70.000 en Yida, donde estamos hoy, y otros 25.000 en el campo vecino de Adjoung Thok. Esta es la tercera vez en tres años que estoy en Yida con un equipo de Amnistía Internacional. Ya siento el peso del conocimiento de las enormes dificultades que aquí se viven y la resolución de que debemos presionar con más fuerza por soluciones que garanticen que se respetan los derechos de una población increíblemente vulnerable.

Aquí los sobrevivientes de indecibles atrocidades sin fin luchan por normalizar sus vidas, tratando de cubrir sus necesidades básicas de comida, agua, alojamiento y vestido, y quizá de satisfacer incluso el anhelo de una educación muy difícil de recibir.

Desde su creación en 2011, la ubicación de Yida, a sólo unos 20 kilómetros de la frontera con un país donde continúa la guerra entre el ejército sudanés y las fuerzas de la oposición del Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés–Norte (SPLA-N), ha estado rodeada de polémica.

Aquí los sobrevivientes de indecibles atrocidades sin fin luchan por normalizar sus vidas, tratando de cubrir sus necesidades básicas de comida, agua, alojamiento y vestido, y quizá de satisfacer incluso el anhelo de una educación muy difícil de recibir.

Alex Neve

Estuvimos aquí en 2012 y se estaba animando a los refugiados a que se trasladaran a un nuevo campo, Nyel, que se temía iba a convertirse en una enlodada ciénaga durante la estación de lluvias. No funcionó. Estuvimos aquí en 2013 y el plan era trasladarse a la nueva ubicación de Adjoung Thok. Esta vez los refugiados temían estar más cerca de una zona de la frontera controlada por el ejército sudanés, mientras que la frontera próxima a Yida está patrullada por el SPLA-N.

Con el tiempo, sin embargo, Adjoung Thok ha empezado a llenarse, sobre todo con refugiados recién llegados (10.000 desde final de diciembre, la estación seca en la que hubo un aumento de los bombardeos en Kordofán del Sur).

Estos debates sobre ubicación y traslados estaban llenos de temores legítimos y abundantes rumores. Se trataba de atenerse a los principios de protección de los refugiados, pero la política ha desempeñado también un papel.

Así, en esta visita no sorprende que el primer tema en la mente de todos sea, de nuevo, una ubicación nueva y los planes de traslado. Y una vez más hay discrepancias. El gobierno de Sudán del Sur ha aprobado una ubicación, en esta ocasión con el respaldo de la ONU y de los Estados donantes; los líderes de los refugiados presionan a favor de otra. No está nada claro qué pasará. No se va a obligar a los refugiados a subir a los camiones a punta de pistola. Pero hay muchas otras fuerzas en juego que los empujan y tiran de ellos en diferentes direcciones.

Para mí hoy han sido especialmente reveladoras las palabras de uno de los líderes del campo, cuyas variaciones ya había oído antes. Preguntó: “¿Por qué no cuentan nuestras opiniones? ¿Por qué no podemos decidir sobre nuestra propia seguridad, dónde mandamos a nuestros hijos a la escuela y dónde trataremos de reconstruir nuestra vida cultivando un poco de comida?” Recordé la ardiente insistencia de una refugiada, en mi última visita, en que era ella quien sabía mejor que nadie dónde estarían más seguros ella y sus hijos.

Una preocupación acuciante que surge reiteradamente y de forma conmovedora cada vez que he estado aquí es la educación. Y sin duda ha vuelto a ocupar un lugar destacado en todas las conversaciones que hemos mantenido hoy en el campo.

Los donantes internacionales, debido a que creen que los refugiados no deben establecerse a largo plazo en Yida, se han negado a financiar varios programas e iniciativas por temor a que den una sensación de permanencia. Eso ha incluido la escuelas. Imaginen el número de niños en edad escolar en un campo de 65.000 habitantes. Hay alrededor de 16.000 niños sólo en edad de educación primaria. Después de cuatro años en Yida, no hay escuelas financiadas por la comunidad internacional: cuatro años desperdiciados en la vida de un niño. No hay mochilas de UNICEF, no hay maestros pagados por la Unión Europea, no hay cuadernos ni lápices enviados desde Canadá y Australia, no hay escuelas construidas por Sudáfrica. Esto a pesar de que todos los niños, con independencia de sus circunstancias, tienen derecho a recibir educación primaria gratuita y obligatoria.

Naturalmente, se ofrecen escuelas en Adjoung Thok como incentivo para que la gente se traslade allí, y aunque esto ha animado a algunos, la mayoría sigue en Yida. Así, miles de estudiantes están aprendiendo en escuelas improvisadas construidas con los mismos materiales rudimentarios que los albergues donde duermen. Voluntarios de la propia comunidad de refugiados (algunos de los cuales eran maestros, aunque la mayoría no) hacen lo mejor que pueden para enseñar. Y se pide a las familias una tasa escolar (el equivalente a unos 4 dólares al año, cantidad que a la mayoría de las familias de aquí les cuesta reunir y que es contraria al derecho universal a la educación primaria gratuita).

Con independencia de las ventajas de Yida frente a Adjoung Thok o las dos ubicaciones objeto de la disputa actual, hay algo preocupante en el uso de un derecho humano tan importante como el derecho a la educación como moneda de cambio.

Porque, como nos dijo hoy un líder, cuando se detiene la educación, se pierde una generación. Y esta crisis ignorada en un rincón olvidado del mundo no puede permitirse esa pérdida.