Por Barbora Černušáková, investigadora de Amnistía Internacional sobre Eslovaquia, y Lenka Machlicová, Amnistía Internacional Eslovaquia
Para las pequeñas localidades del distrito de Kežmarok, en el nordeste de Eslovaquia, enclavado al pie de los montes Altos Tatras nevados, el invierno puede ser gélido. En una visita reciente no fue el tiempo lo que nos produjo escalofríos, sino la cruda realidad de que muchos niños y niñas romaníes siguen siendo segregados en las escuelas locales.
Regresamos a cinco pueblos de la región la semana pasada, después de una visita anterior en 2012, para comprobar si algo había cambiado para los residentes romaníes de la zona, tres años después de que una sentencia histórica fallase que una escuela de Eslovaquia discriminaba a los niños y niñas romaníes al segregarlos de sus compañeros. Lamentablemente, el único cambio ha consistido en pasar de lo malo a lo peor.
Parece ser que después de la sentencia judicial de 2012, que condenó la segregación ilegítima de alumnos y alumnas romaníes, la separación no sólo ha continuado sino que en realidad está adoptando formas aún más severas. No sólo se segrega a los niños y niñas romaníes en aulas diferentes sino que, en algunos casos, ahora se enfrentan a la perspectiva de asistir a “escuelas de contenedores”, donde están totalmente separados, no sólo de sus iguales, sino de casi todos los demás miembros de la población no romaní. En el contexto de los asentamientos, la ubicación de las escuelas y otros servicios es problemática y se corre el riesgo de que lleve al aislamiento. La mayoría de los residentes no ejercen empleos formales y en realidad no tienen motivos para salir de los asentamientos salvo para ir a la escuela o para visitas ocasionales al médico.
Las escuelas de contenedores están construidas con materiales parecidos a los contenedores para el transporte de mercancías y consisten en un gran edificio de una o dos plantas con la cubierta plana y el espacio interior limitado a pasillos y aulas. Con un costo de 200.000 euros cada uno, resultan mucho más baratos que construir escuelas de ladrillo y argamasa. Aunque algunos de los alcaldes con los que hablamos estaban preocupados por la idoneidad de los contenedores para el frío clima de la región de los Altos Tatras, el principal problema de este proyecto es la ubicación de estas escuelas. Una consecuencia inevitable de levantarlas directamente en asentamientos o barriadas romaníes será la segregación étnica. Los alumnos y alumnas casi nunca saldrán fuera del asentamiento y la mayoría de sus relaciones sociales se circunscribirán a ellos.
Es una ironía cruel que en ningún lugar sea más visible el agravamiento de la segregación que en la localidad de Ostrovany, la que dio origen a la sentencia de 2012. En esta población no hay una escuela ordinaria y los niños y niñas romaníes se inscribían en la escuela especial local o en una escuela ordinaria en la población vecina de Šarišské Michaľany. Fue esta escuela la que el tribunal falló que había violado la legislación contra la discriminación en 2012. Según progenitores y niños y niñas romaníes, tres años después los alumnos y alumnas romaníes siguen estando separados de sus compañeros no romaníes en esta escuela. Además, el ayuntamiento de Ostrovany tiene previsto construir una “escuela de contenedores” directamente en el asentamiento. Una vez abierta la escuela, los niños y niñas estarán aislados de hecho del resto de la sociedad.
Aunque el fallo judicial de 2012 abordaba la situación de una sola localidad, Šarišské Michaľany, los niños y niñas romaníes han sido segregados en escuelas y aulas exclusivas para romaníes en muchos lugares del este de Eslovaquia. En vez de ocuparse resueltamente de esta situación ilegítima, en 2013 las autoridades introdujeron las denominadas “escuelas de contenedores”. Se suponía que eran un arreglo rápido para el problema de la baja capacidad de las escuelas y el elevado número de alumnos y alumnas que aspiraban a ingresar en ellas, sobre todo romaníes. En los últimos tres años, algunas de las escuelas a las que los niños y niñas acudían a diario comenzaron a negarse rotundamente a inscribir a alumnos y alumnas romaníes recurriendo al argumento de la capacidad. Esto aceleró aún más el pánico en algunas localidades, lo que desembocó en la decisión de construir rápidamente sus propias escuelas. Huelga decir que este problema no es precisamente nuevo. En el último decenio se ha agravado mientras las autoridades no hacían nada para atajarlo.
La semana pasada visitamos cuatro de las seis localidades del distrito de Kežmarok que se han visto afectadas por la baja capacidad de las escuelas. En tres de ellas se habían construido ya y estaban en funcionamiento “escuelas de contenedores”. Como en casi todas las escuelas, las risas y las conversaciones de niños y niñas llenaban el aire durante los recreos. Pero la característica más llamativa de estas escuelas era su homogeneidad étnica: todos los niños y niñas eran romaníes. En un caso, en la localidad de Stráne pod Tatrami, los niños y niñas romaníes están aislados de la sociedad exterior de su asentamiento, ya que la escuela se construyó directamente en el asentamiento. Hay ya en marcha planes para levantar “escuelas de contenedores” en al menos otros tres asentamientos romaníes en otros lugares.
Algunos padres y madres con los que conversamos estaban preocupados pues piensan que la separación de los no romaníes afectará a la calidad de la educación de sus hijos e hijas y a sus perspectivas de futuro.
“Cuando los niños y niñas terminan el noveno curso aquí, no continúan en una escuela de secundaria. Si hubieran estado juntos con los no romaníes, habrían sido más ambiciosos”, nos dijo una madre romaní, Marika.
“Si todos los compañeros de clase de nuestros hijos son también romaníes, ¿cómo podemos esperar que se mezclen y se integren con los no romaníes cuando pasen a la escuela secundaria?”, nos preguntó Imrich, cuyos hijos asisten a un instituto de enseñanza secundaria en la ciudad de Kežmarok.
De hecho, la separación física tiene consecuencias que van más allá de la educación. Jozef vive en un asentamiento a casi 2 kilómetros de la localidad de Rakúsy. El asentamiento está cada vez más aislado de la vida de la localidad, explicó: “Tenemos un centro comunitario, una iglesia. Sólo vamos al pueblo cuando debemos arreglar algo en el ayuntamiento”.
Hasta junio de 2014, Milan y sus amigos de cuarto curso eran trasladados en autobús todos los días desde Stráne pod Tatrami hasta una escuela municipal sólo para romaníes dentro de un edificio en la ciudad de Kežmarok. Milan vive en un asentamiento a 500 metros del pueblo, por lo que el viaje en autobús era una excepcional oportunidad para coincidir con personas no romaníes. En septiembre de 2014 se abrió una escuela de contenedores en su asentamiento. Aunque en general los chicos estaban contentos por tenerla más cerca de sus casas, Milan nos dijo que echa de menos sus viajes a la ciudad.
En las localidades que visitamos, la mayoría de los residentes son romaníes. La mayoría de los no romaníes inscribieron a sus hijos en escuelas de otros lugares, lo que hizo que las escuelas locales se volvieran étnicamente homogéneas.
Aunque las autoridades hablaron de “segregación” en muchas ocasiones cuando conversamos con ellas, lo hicieron en un tono desdeñoso y sarcástico, afirmando que la segregación era inevitable debido a las tendencias demográficas. Como si la igualdad de trato para todas las etnias no fuera una obligación legal sino una especie de lujo. Lamentablemente, este enfoque contribuye de modo considerable a un entorno donde la separación étnica total se convierte en realidad.
En este blog se han usado seudónimos para proteger la identidad de las personas entrevistadas.
Lee el informe de Amnistía Internacional, Unfulfilled promises: Failing to end segregation of Roma pupils in Slovakia