Vivir bajo el régimen de Pinochet: Un zorro astuto

Oslo, Noruega, 25 de junio de 2013: Es uno de esos momentos en los que el tiempo parece detenerse. El reencuentro de dos hombres cuyas vidas se cruzaron de manera dramática hace casi cuatro décadas. “Usted me ayudó a escapar de Chile”, dice Víctor Hormazábal, de 67 años, estrechando con suavidad la mano de Frode Nilsen.

El ex diplomático, de casi 90 años, lucha por contener las lágrimas al darse cuenta de que Víctor es uno de los cientos de personas a las que ayudó a escapar de los torturadores y verdugos del general Augusto Pinochet tras el golpe de 1973.

Conocido por su vivo interés en cada persona a la que ayudó, Frode está visiblemente trastornado por el hecho de no recordar el caso concreto de Víctor.

Pero Víctor sí recuerda. Recuerda cada detalle del papel fundamental que Frode desempeñó para salvar su vida.

Valdivia, Chile, noviembre de 1973: “¿Qué sabes de las armas?”, pregunta una voz enfurecida. Tras la venda que le cubre los ojos, Víctor reconoce a su torturador. Es el teniente que lo interrogó por primera vez cuando lo detuvieron hace semanas. Vacía en la mesa las seis balas de su revólver, vuelve a meter una en el arma y apunta el cañón a la cabeza de Víctor.

“¿Dónde están las armas?”, vuelve a preguntar. “No lo sé”, dice Víctor. Este farmacéutico de 27 años, miembro del Partido Socialista y director de la sección local del sindicato de trabajadores de hospital, no sabe nada acerca de los presuntos planes para secuestrar a familiares de personal militar y utilizarlos como medio de presión para acceder a armas y llevar a cabo un contragolpe.

El revólver hace clic. No hay bala. “¿¡Dónde están las armas!?”, grita el torturador. “No lo sé”, repite Víctor. Clic. No hay bala. El revólver hace clic cuatro veces. Entonces, de pronto, el torturador se detiene.

“Al principio tienes miedo. Luego sólo piensas en sobrevivir. Llegas a un punto en el que el cuerpo no aguanta más”, dice Víctor. Aún tiene unas ligeras señales en la frente, donde sus torturadores pusieron los electrodos.

Oslo, septiembre de 1973: “Los chilenos celebran el golpe como los noruegos celebraron el 8 de mayo de 1945 [día en que terminó la ocupación nazi de Noruega]”, dice el entonces embajador de Noruega en Chile, August Fleischer. Le alivia que vuelva a haber gasóleo para calefacción en la capital, Santiago.

El primer ministro noruego, Trygve Bratteli, está furioso. Mientras otras embajadas han abierto sus puertas a los refugiados, Fleischer se niega a hacerlo. Es una situación muy embarazosa para el gobierno laborista.

El veterano diplomático Frode Nilsen es destinado a Chile como enviado especial para cuestiones de asilo, con instrucciones de ayudar a las víctimas de persecución política. Ha pasado tres años en la España del general Francisco Franco, por lo que habla español y ha ayudado a disidentes con anterioridad.

“Me dieron amplia libertad”, recuerda Frode, sugiriendo que desobedeció la mayoría de los códigos diplomáticos para llevar a cabo su tarea. “Tenía de mi parte a nuestro ministro de Asuntos Exteriores, pero debía tener cuidado de no arriesgarme a que me expulsaran. Si tenía que abandonar el país, no podría ayudar a nadie. Así que me aseguré de trabar conocimiento con las personas adecuadas, las que tomaban las decisiones”, explica.

Incluso cenó con el general Augusto Pinochet y su esposa, Lucía Hiriart. Durante la cena tuvo el valor de pedirle directamente a Pinochet que le ayudara con un caso. “Más tarde, durante un acto diplomático, Pinochet me llamó por señas y dijo a quienes estaban con él: ‘Caballeros, éste es el hombre que quiere salvar el mundo’.”

“Cuando mi padre habla con alguien, sientes que está ahí, dedicándote toda su atención. Te sientes importante. Por eso la gente le escuchaba, así consiguió influir en personas poderosas”, dice su hija, Randi Elisabeth Nilsen.

“Todas las personas son valiosas. Esto nunca se debe olvidar”, dice Frode. “Yo era un zorro astuto”, ríe.

Entre noviembre de 1973 y septiembre de 1974 consiguió sacar del país, rumbo a Noruega, a un centenar de refugiados. Examinaba a fondo cada caso que le llegaba a través de una red de contactos. “Elegía a quienes más necesitaban nuestra ayuda”, explica Frode.

Con una mezcla de distracción y confraternización con los guardias militares en las puertas de la embajada, metía y sacaba a gente a escondidas. A veces se trataba de algo tan sencillo como hacer que un auto entrara lo suficientemente despacio por las puertas de la embajada como para permitir que alguien escondido fuera se agachara y entrara corriendo junto al coche ante las mismas narices de los guardias, y alcanzara así, sin ruido, la seguridad.

“A mi primer secretario se le daba de maravilla conducir por los callejones”, dice Frode, explicando cómo llevaban a los disidentes al aeropuerto y los hacían subir a vuelos de Scandinavian Airlines con destino a Oslo.

En 1975, Frode Nilsen regresó a Chile como embajador, cargo que ocupó también de 1988 a 1992. Entonces pudo aprovechar un decreto según el cual ciertos presos políticos podían ser puestos en libertad si obtenían un visado para otro país.

Prisión de Santiago, 1975: “Unos amigos tuyos noruegos me están dando la lata para que te saque”, dice ese hombre impecablemente vestido de traje, sentado ante Víctor. “No conozco a nadie en Noruega…” Su cerebro busca a toda velocidad. ¿Quién es este Frode Nilsen que dice que puede ayudarle a salir de la cárcel? ¿Esa cárcel en la que, a veces, se ha visto obligado a beber agua de los retretes y comer pan mohoso que se ha quedado olvidado en las celdas?

Los “amigos” de Víctor eran el grupo 6 de Amnistía Internacional, con sede en Oslo, que lo había adoptado como “su” preso de conciencia. El obispo de Valdivia recibió después una carta preguntando si podía hacer algo por salvar a Víctor de su condena de muerte. Tras siete semanas de angustiosa espera, la condena se conmutó por cadena perpetua y Víctor por fin pudo dormir de nuevo.

“Yo era escéptico, pero decidí confiar en Frode. Parecía sinceramente interesado en mi caso”, recuerda Víctor.

En dos ocasiones, Pinochet denegó su petición de un permiso para viajar. Más tarde, a Víctor le dijeron que Mónica Madariaga –por aquel entonces ministra de Justicia de Chile, prima de Pinochet y autora de la infame Ley de Amnistía de 1978 que aún protege del procesamiento a muchos simpatizantes del régimen– había deslizado su petición entre un montón de cartas que Pinochet firmó sin examinar detenidamente.

Frode confirma que Mónica Madariaga era uno de sus contactos más valiosos. “Conseguí convencerla para que me ayudara”, dice. “El apoyo que tuve de Amnistía también fue valiosísimo. Cuando negociaba, el hecho de que mi petición estuviera respaldada por Amnistía ayudaba.”

En marzo de 1977, Víctor Hormazábal aterrizaba en Oslo. En el bolsillo llevaba los nombres de quienes le habían apoyado desde Noruega, entre ellos el director del grupo Ljan de Amnistía en Oslo, Carl Halse. Él ayudó a Víctor a obtener un empleo en la Facultad de Ciencias Veterinarias de Noruega, donde trabajó hasta su reciente jubilación. Sigue siendo un miembro activo de Amnistía Internacional Noruega.

Oslo, 1982: : Víctor no puede creer lo que está leyendo. La carta dice que Ramona Albornoz de Carril, “su” presa de conciencia de Argentina, ha sido liberada. Su grupo local de Amnistía ha hecho campaña durante años por su libertad. Sienta bien devolver algo de lo que has recibido.