Blog – Siria: Los ataques indiscriminados matan, aterrorizan y desplazan a civiles

[Este blog se publicó originalmente en The Telegraph]

Por Donatella Rovera, asesora general de Respuesta a las Crisis, Amnistía Internacional

Ahmad Hamdo, de 11 años, yacía inmóvil sobre una camilla en el suelo del hospital.

Acababa de morir por las heridas de metralla sufridas en el abdomen y la pelvis.

En la misma sala, los médicos trataban desesperadamente de salvar a una niña con graves heridas en la cabeza.

Su padre le agarraba la mano, murmurando: “mi niña, quédate conmigo”. La pequeña murió 10 minutos después. Se llamaba Maram Qaddi y tenía cinco años.

Maram, Hamdo y otra niña de 15 años llamada Doaa murieron cuando las fuerzas aéreas sirias bombardearon sus casas en el pueblo de Ainkawi. El bombardeo causó la muerte de cinco civiles e hirió a decenas más.

Mothanna Abdo, poco más que un bebé, era uno de los heridos que habían llegado al hospital, con unas heridas espantosas en el muslo derecho, donde habían penetrado fragmentos de la bomba. No sé cómo un niño tan pequeño podía soportar tanto dolor. Su madre tenía una herida de metralla muy fea en la espalda.

A diario, niños y niñas mueren y resultan heridos, junto con civiles de otras edades, en bombardeos aéreos indiscriminados y ataques de artillería lanzados por las fuerzas armadas gubernamentales en todo Siria.

Mientras la atención de los medios de comunicación internacionales se centra principalmente en Alepo y la capital, el mundo exterior apenas tiene noticia de los horrores que, en su vida cotidiana, sufren los residentes de Jabal al Zawiya y otros lugares de las regiones de Idlib y norte de Hama.

Todos los días hay civiles que mueren o resultan heridos en sus casas o en la calle, cuando corren para ponerse a cubierto.

Cientos de personas, muchas de ellas niños y niñas, han perdido la vida o han sufrido heridas en los últimos días y semanas.

Los pueblos y ciudades han quedado prácticamente vacíos, y muchos de sus habitantes acampan en los campos de alrededor o se ocultan en cuevas.

Algunos se hacinan en casas de familiares en zonas que, confían, son más seguras. Otros han cruzado la frontera hacia Turquía, o están atrapados en la frontera esperando a cruzar.

En Maaret Misrin –localidad de 40.000 habitantes que, hasta hace poco, daba cobijo a un flujo continuo de familias que huían de los combates–, presencié bombardeos indiscriminados a diario. La ciudad está ahora prácticamente desierta, y no hay lugar seguro para los pocos habitantes que permanecen en ella.

El 9 de septiembre, en el espacio de media hora, cayeron cuatro proyectiles de artillería. Nabila Haddad, madre de cuatro hijos, y su primo Ahmad Haddad murieron, y el hijo de Nabila, de 15 años, resultó herido de gravedad, al igual que otros dos familiares.

El día anterior, mientras me encontraba en la ciudad investigando un ataque aéreo en el que habían muerto varios civiles, dos bombas cayeron sobre una casa familiar en la calle adyacente. Encontramos a sus ocupantes aturdidos, cubiertos de polvo blanco, afortunadamente ilesos. Cuando cayó la bomba estaban todos bebiendo té.

Las mujeres y los niños se apiñaban, aterrados, en una habitación en una parte intacta de la casa. No podía creer la suerte que habían tenido de salir indemnes.

Otros no tuvieron tanta suerte. Una familia me contó cómo sus familiares y vecinos habían muerto y habían sufrido heridas en un ataque lanzado el 18 de agosto: un hombre llamado Nazir Najjar y su hijo de 13 años murieron, y su esposa y otros tres hijos resultaron heridos. En ese mismo ataque murieron también una mujer que vivía en la casa contigua, Yusra Yunes, y el propietario de la tienda de alimentación de la planta baja, Mohammed Aalulu.

Los bombardeos no cesan. Durante los 11 días que pasé en la zona, no hubo ni uno solo en el que no cayeran bombas, y no encontré ni un solo pueblo o ciudad que no hubiera sido bombardeado.

Las víctimas son casi siempre civiles. Esto no es de extrañar, ya que es tristemente sabido que las bombas no guiadas lanzadas desde aviones y los proyectiles de mortero y artillería son imprecisos. Atacan zonas, no objetos específicos, y están pensados para el campo de batalla. Nunca deben utilizarse en zonas residenciales.

El 8 de septiembre llegué a Taftanaz, donde un brutal ataque lanzado por el ejército sirio el pasado mes de abril causó la muerte de decenas de civiles.La localidad, ahora prácticamente desierta, estaba sacudida por fuertes explosiones. Nuestro automóvil tembló cuando dos proyectiles de artillería –casi siempre parecen ir en pareja– cayeron en un solar vacío en las cercanías.No se veía a nadie salvo el convoy de dos automóviles en el que viajábamos, cargado de mujeres y niños que se dirigían a los campos de refugiados de Turquía: difícilmente podría calificárseles de objetivo militar. Unos minutos después, otro proyectil cayó en un solar vacío junto a la calle principal, a unos cientos de metros de nuestro vehículo. Una vez más, no había ningún objetivo militar a la vista. No todo el mundo puede marcharse –hay poco combustible–, y algunos no quieren convertirse en refugiados. Y, donde quiera que haya residentes, hay víctimas, muchas de ellas menores de edad.Al hospital de uno de los pueblos de Jabal al Zawiya llegaron dos cadáveres: un hombre joven y un niño. Al niño le faltaba la mitad posterior de la cabeza. Un hombre que había llevado a algunos de los heridos se acercó a mirarlo y, al verlo, se desmayó.El niño fue identificado más tarde como Abdo Ahmad al Hammami, de nueve años.En una sala de urgencias, un niño de 13 años gritaba de dolor; tenía heridas de metralla por todo el cuerpo y aguardaba su turno para ser atendido después de otras personas con heridas aún más graves. Dos de esas personas murieron en las dos horas siguientes, a pesar de los esfuerzos de los médicos por salvarles la vida.Habían sido víctimas de otro ataque indiscriminado más. Algunos de los heridos y sus familiares me contaron que varios misiles habían estallado en el pueblo de Ehsem, cercano al lugar donde nos encontrábamos, y habían matado y herido a personas en sus casas y en la calle. Cinco personas murieron en el ataque, y al menos diez resultaron heridas. Esa misma situación se repite en todas las zonas que se encuentran bajo el control efectivo de las fuerzas de oposición. Las fuerzas gubernamentales, tras verse obligadas a abandonar la zona, bombardean desde el aire y lanzan proyectiles desde la distancia, pese a saber que las víctimas de esos ataques indiscriminados son casi siempre civiles.