La solidaridad no conoce fronteras: Cartas a niñas y niños migrantes en la frontera de Estados Unidos con México

En 2017 y 2018, el gobierno de Trump en Estados Unidos separó a miles de familias migrantes en la frontera de Estados Unidos con México. Niñas y niños fueron arrebatados a sus progenitores y alojados en refugios en todo el país, sin saber si los liberarían, cuándo podrían reunirse de nuevo con ellos o si podrían hacerlo. Los padres y las madres fueron encerrados en centros de detención, a veces sin poder contactar con sus hijos.

En respuesta, el programa global de Educación en Derechos Humanos de Amnistía Internacional se movilizó para educar y activar la red. Estudiantes en aulas de todo el mundo utilizaron materiales proporcionados por Amnistía Internacional para aprender sobre la horrible política y práctica de la separación de familias en la frontera de Estados Unidos con México. Posteriormente, estudiantes de Senegal, Kenia, Venezuela y muchos otros países enviaron mensajes de amor y solidaridad a los miles de niñas y niños migrantes que estaban sufriendo a causa de las indignantes políticas de inmigración del gobierno de Trump.

Un grupo de personas muestra su apoyo a las familias separadas. © Amnesty International
Un grupo de personas muestra su apoyo a las familias separadas. © Amnesty International

Siete meses después: En enero de 2019, una delegación de Amnistía Internacional visitó la frontera de Estados Unidos con México para documentar las condiciones a las que se enfrentan las personas que tratan de buscar asilo en Estados Unidos. La visita a la frontera confirmó lo que la investigación de Amnistía Internacional había documentado previamente: el gobierno de Trump está desafiando el derecho internacional y provocando una crisis en la frontera. Está aplicando unas políticas que ya han causado —y continúan causando— un daño enorme e irreparable a miles de personas.

La delegación de Amnistía Internacional visitó refugios para solicitantes de asilo en el lado mexicano de la frontera, donde las personas migrantes se ven obligadas a permanecer cuando los agentes de fronteras les niegan la entrada a Estados Unidos. A estas familias se las rechaza en los pasos fronterizos oficiales (llamados “puertos de entrada”), se las devuelve a México y se las obliga a esperar durante semanas o meses, a veces en situaciones de peligro e inseguridad, antes de permitirles solicitar asilo. Para muchas personas solicitantes de asilo —especialmente para los menores, las familias, o las personas LGBTI—, la espera en México puede ser extremadamente peligrosa.

La Casa del Migrante es uno de esos refugios en Ciudad Juárez, México. La delegación tuvo la oportunidad de visitar y ser testigo de la sobrecogedora realidad de las familias que esperan para entrar en Estados Unidos. Normalmente, el refugio alberga a 65 familias. Estaba fuertemente custodiado por muros altos, una voluminosa puerta y un guardia. Niños y niñas de incluso tan sólo tres años correteaban y jugaban al fútbol, los adolescentes se sentaban en bancos, las madres cuidaban y daban de mamar a sus bebés. Los adolescentes bromeaban, compartían tentempiés, esperando pacientemente. Un niño pequeño estaba aprendiendo a montar en triciclo. Todo el mundo llevaba una pulsera de plástico numerada. Los números indicaban el turno para solicitar asilo en Estados Unidos que algún día les pedirían los agentes de inmigración mexicanos y estadounidenses.

La delegación se reunió con familias de Cuba, Honduras, Guatemala y otros países, que contaron al grupo cómo habían huido de la persecución y de una de violencia inimaginable.

Un grupo de participantes en la campaña. © Alli Jarrar
Un grupo de participantes en la campaña. © Alli Jarrar

En el refugio de Ciudad Juárez —similar a la ciudad fronteriza de Tijuana— había un cuaderno de espiral con los nombres de las personas solicitantes de asilo y el número asignado a cada una de ellas; el mismo que figuraba en sus pulseras. Funcionarios del gobierno notificaron al refugio cuándo llamarían a los siguientes pocos números de personas que tendrían permiso para acercarse al puerto de entrada de la frontera. La idea del cuaderno para apuntar a las personas solicitantes de asilo se ha normalizado tanto que se puede llegar a olvidar que dicha práctica es totalmente ilegal. De hecho, los agentes de fronteras de Estados Unidos tienen la obligación de dejar cruzar la frontera a las personas solicitantes de asilo para que presenten sus peticiones allí mismo, y, en virtud del derecho internacional, es ilegal devolverlas a México, donde podrían correr peligro, sin recibir sus solicitudes de protección.

Grupos de derechos humanos y de solidaridad con las personas migrantes contaron a la delegación que funcionarios estadounidenses dejaban casi cada día en el centro de Ciudad Juárez autobuses llenos de personas migrantes, que bien habían sido deportadas a México o devueltas en la frontera. Algunas veces había 50 personas, otras, 200. Las comunidades fronterizas se esfuerzan por ocuparse de ellas, pero no siempre pueden encargarse de todas, y hay personas de las que se pierde el rastro: desaparecen totalmente o son secuestradas e, incluso a veces, mueren a manos de la delincuencia organizada. Un abogado especializado en asilo contó al grupo que, en los últimos años, cinco de sus clientes habían sido víctimas de asesinato en Ciudad Juárez.

En el refugio, furgones y automóviles policiales estacionaron en la puerta custodiada. Un altavoz comenzó a vociferar números en español a un volumen ensordecedor. Algunas personas corrieron a reunirse con sus familias, agarrar sus pertenencias y formar una fila para salir. Habían oído sus números.

Para la delegación era una situación inverosímil, y era imposible no preguntarse si las personas de la fila sabían lo cruel y despiadado que puede llegar a ser el sistema de inmigración de Estados Unidos, que podría arrebatarles a sus hijos e hijas, o recluirlas a ellas indefinidamente mientras esperan una decisión sobre sus solicitudes de asilo. ¿Saben que pueden pasarles esas cosas? ¿Sigue valiendo la pena? Los grupos de fronteras contaron a Amnistía Internacional que la mayoría de las personas no tienen ni idea de lo que les espera; sólo saben a dónde no pueden regresar de ninguna de las maneras, y no siempre están seguras en México.

Entrega solidaria a la coordinadora del refugio para migrantes en Ciudad Juárez, México. © Margaret Huang
Entrega solidaria a la coordinadora del refugio para migrantes en Ciudad Juárez, México. © Margaret Huang

Miembros hispanohablantes del personal de Amnistía Internacional hablaron con personas cuyo número había sido llamado. “Anda, ¿están con Amnistía?”, preguntó un mujer de la fila que esperaba su turno para entrar en el furgón policial. “Firmo todas sus peticiones,” dijo sonriendo.

Antes de partir, representantes de Amnistía Internacional entregaron personalmente a la coordinadora del refugio (en la foto) cartas de solidaridad escritas por estudiantes de todo el mundo. Prometió entregar las cartas a los niños y niñas del refugio y nos expresó su agradecimiento.

Familias y otras personas en movimiento, como las del refugio, están tratando de reconstruir sus vidas. Muchas de ellas están desesperadas y asustadas por el futuro. Las prácticas del gobierno de Estados Unidos que consisten en poner a personas en peligro, especialmente a aquellas que lo han perdido todo, atentan sin compasión contra su dignidad humana básica y, en muchos casos, vulneran la legislación estadounidense y el derecho internacional.

Gracias a todos los colegios, docentes y estudiantes que contribuyeron con cartas que se entregaron en el refugio. Por desgracia, las prácticas de la separación de familias, las detenciones y las devoluciones continúan en la actualidad, de modo que nuestro trabajo no ha concluido, pero la entrega de cartas en el refugio fue un recordatorio muy potente de que la solidaridad no conoce fronteras.