En la década de 1990, Shell estaba decidida a obtener beneficios de sus operaciones en el delta del Níger, y nadie podía interponerse en su camino. La empresa* instó al gobierno militar de Nigeria a que se ocupara de las protestas ambientalistas, sabiendo perfectamente lo que eso podía significar. Las fuerzas armadas mataron y torturaron a personas en una brutal campaña de represión que culminó en el vergonzoso juicio y posterior ahorcamiento en 1995 de nueve ciudadanos nigerianos, entre ellos Barinem Kiobel, el esposo de Esther.
En medio de la desolación, Esther Kiobel encontró fuerza para cuidar a sus hijos y enfrentarse a Shell y al gobierno nigeriano. En 2022, un tribunal de Países Bajos falló que no había pruebas suficientes para demostrar la implicación de Shell en la muerte de su esposo. Después de luchar durante casi 30 años contra el enorme consorcio petrolero en los tribunales, Esther sigue demandando justicia para su esposo, y no se detendrá hasta que se limpie su nombre.
“Mi esposo, Barinem Kiobel, fue ejecutado en noviembre de 1995. Era inocente, pero murió como un criminal. Murió porque se atrevió a enfrentarse a Shell y al gobierno nigeriano, dando voz a quienes no podían hacerlo.
Nuestra vida en Ogoniland, Nigeria, era genial. La gente vivía feliz; la pesca y la agricultura eran nuestro medio de vida. Pero tras la llegada de Shell llegó para extraer petróleo, destruyeron nuestra tierra y contaminaron nuestros ríos.
Intentamos hacernos oír, pero Shell, junto con el gobierno nigeriano, no quería que tuviéramos voz. Horrorizado por lo que estaba ocurriendo en Ogoniland, mi esposo, que en ese momento era funcionario público, escribió al gobierno explicando la devastación a la que se enfrentaba su pueblo.
El activismo de mi esposo lo llevó finalmente a la cárcel, junto con otras ocho personas. Las autoridades ni siquiera dijeron a mi esposo por qué lo habían encerrado, sólo que estaba allí por su seguridad. Nadie pensaba que su vida estuviera en peligro en ese momento, que hubiera gente que quería matarlo, trabajaba para el gobierno.
La vida fue brutal
Mientras estuvo en prisión, la vida fue brutal y mis hijos y yo sufrimos abusos constantes. Llevaba alimentos para mi esposo tres veces al día porque temíamos que la comida de la prisión hubiera sido envenenada. En una ocasión, un oficial del ejército me vio. Detuvo su vehículo y se ofreció a llevarme con mi esposo. En cambio, me llevó a su oficina, donde trató de aprovecharse de mí.
Cuando intentó hacerlo de nuevo, lo empujé y grité “no”. Después de plantarle cara, un soldado me ató, me arrojó dentro de una camioneta y me dijo que sabía 200 maneras de matar a una persona, y que emplearía una de ellas conmigo. Me encerraron y, mientras estuve ausente, mi hija de 11 años tuvo que ir a buscar la comida y el agua. En cuanto se acercaba a la prisión, los soldados arrojaban el agua al suelo. Cuando mi esposo se enteró de lo que estaba ocurriendo, se declaró en huelga de hambre y me dejaron en libertad.
Poco después de que se celebrara su juicio, comencé a llevarle alimentos de nuevo. Un día, cuando me dirigía a ver a mi esposo, un soldado me detuvo. Dijo: “Lo han llevado hacia allá”. Me condujo a un patio de la prisión. Cuando nos acercábamos al patio, los militares me hicieron una señal. Mi amigo sabía lo que eso significaba, se volvió hacia mí y dijo: “Los han matado”.
Me desplomé y empecé a gritar. No esperaba que el gobierno nigeriano matara a mi esposo de esa manera. Ni siquiera enviaron a buscarme antes de su ejecución. Cuando por fin llegué al patio de la prisión, lo único que tenía consigo era un peine en el cabello y la Biblia. Antes de enfrentarse a la horca, su último mensaje fue: “Digan a mi esposa que la amo”.
Antes de que mi esposo se enfrentara a la horca, su último mensaje fue: “Digan a mi esposa que la amo”.
Esther Kiobel
Lo ejecutaron junto a otros ocho hombres, unos hombres que no querían que Shell destruyera sus tierras. Después de matar a mi esposo, le aplicaron ácido y lo dejaron en un cementerio junto con los demás. Era un hombre culto. Un hombre que tenía un doctorado.
Aún recuerdo la última vez que vi a mi esposo con vida. Me habló de un sueño reciente en el que intentaba abrazarme, pero yo me alejaba. Yo era demasiado joven para entender lo que eso significaba…
Después de su muerte, mi familia y yo nos fuimos a vivir a un campo de personas refugiadas. Fue duro. Mis hijos no podían ir a la escuela. No era seguro. Sin embargo, tuve la suerte de conocer a Amnistía Internacional en el campo de personas refugiadas. Nos dio esperanza. Nos dio una nueva vida. Hay personas que no tienen voz y necesitan que alguien esté a su lado. Me alegro de que estuvieran a mi lado.
La importancia de los derechos humanos
Con el apoyo de Amnistía, mi familia y yo finalmente nos mudamos finalmente a Estados Unidos, donde un abogado se puso en contacto conmigo para hablar de una demanda contra Shell. La gente había visto lo que había ocurrido y quería ayudarme a emprender acciones. Antes de Amnistía, no sabía mucho de derechos humanos, no sabía que podía luchar contra un gigante empresarial como Shell. Pero con el apoyo de Amnistía y del abogado, otras ocho viudas y yo encontramos fuerza para llevar adelante el caso, y fui yo quien lo presentó en los tribunales.
A mi esposo lo mataron como a un criminal y lo único que yo quería era que su nombre fuera exonerado, y es lo que sigo queriendo. Mi padre solía decirme: “Un buen nombre es mejor que el oro o la plata”. Eso es lo que me dio fuerza para luchar.
No ha sido tarea fácil, y es una lucha que está lejos de haber terminado. Durante los procedimientos judiciales, Shell intentó hacerme callar muchas veces, pero cuanto más daño me han hecho, más fuerte me he vuelto.
A pesar de todo, he perdonado a Shell. Lo único que quiero es que limpien Ogoniland y se ponga fin a la lucha. En mi pueblo hay muchas enfermedades debido a la contaminación. La gente no merece vivir de esa manera. Quiero que lo reparen todo.
En cuanto a mí, he aparecido en un documental titulado Esther and the Law, que me brinda la oportunidad de contar al mundo mi historia. La gente sólo conoce una parte de lo que ocurrió, pero quiero que el mundo sepa todo lo que Shell le hizo a mi tierra, a mi gente, a mi esposo y a mí. Podría haber aceptado el dinero de Shell, pero dije que no, porque me niego a dejar de luchar hasta que el nombre de mi esposo quede limpio. Era un hombre que luchaba por los demás, así que sólo quiero demostrar su inocencia. Quiero que su nombre quede exonerado.”
La historia de Blessing
Durante la entrevista, la hija de Esther, Blessing, de 42 años, escuchó la historia de su madre. Se conmovió hasta las lágrimas cuando los recuerdos afloraron de nuevo.
“Yo tenía 11 años cuando mataron a mi padrastro. Me vi obligada a crecer y a asumir un papel para el que no estaba preparada. Escuchar a mi madre hablar de su historia es devastador y, por horrible que parezca, sé que está quitando importancia a lo que sucedió. Su esposo fue asesinado y lo único que los separaba era una valla.
Mis sueños de una buena educación y una vida mejor se hicieron añicos en un instante cuando me vi obligada a ver a mi madre tratar de aceptar la muerte de su esposo, mientras cuidaba a cinco niños y niñas en un campo de personas refugiadas.
Estoy muy agradecida a Amnistía Internacional; si no fuera por esta organización, no tendría madre. Nos dio esperanza y una nueva vida. Y le dio a mi madre una voz, una plataforma y confianza para alzar la voz. Sin Amnistía, no habría llegado tan lejos en su lucha por la justicia, y hoy es mucho más fuerte gracias a ella. Mi madre nos mudó a Estados Unidos y comenzó un nuevo trabajo. Es una mujer muy fuerte, ¡y eso me ha dado fuerza!
A pesar de todo lo que ha pasado, sigue queriendo que se escuche su voz. Se negó a dejar que esta situación la destrozara, y es increíble verla hacerse más fuerte, inspirar a miles de personas a su alrededor y alentar a la gente a alzar la voz contra la injusticia. Estoy muy orgullosa de ella.
Quiero manifestar mi enorme agradecimiento a Amnistía, que ha estado a mi lado, al de mi familia y al de quienes son menos privilegiados. Estamos vivos gracias a ustedes”.
ayuda a Esther a continuar su lucha por la justicia
*Shell niega esta acusación. Para detalles de la investigación de Amnistía, así como de la respuesta de Shell, véase: Amnistía Internacional, A criminal enterprise? Shell’s involvement in human rights violations in Nigeria in the 1990s.