El grave hacinamiento y las terribles condiciones de vida convierten los campos, sobre todo en las islas, en lugares sumamente peligrosos para todas las personas.
Mujeres, niñas y niños y personas que huyen de la persecución a causa de su orientación sexual o identidad de género están más expuestas si cabe a riesgos de seguridad y protección.
“No me siento segura ni cómoda en la tienda de campaña con […] extraños. Salgo del campo a primera hora de la mañana y regreso cuando ya es de noche”, nos dice Maysa*, ciudadana siria de 25 años, cuando hablamos con ella en el campo de Vathy, en Samos.El campo está diseñado para 640 personas, pero ahora viven hacinadas en él más de 3.800, la mayoría en pequeñas tiendas de campaña.
Desde marzo de 2017, Amnistía Internacional ha hablado con más de 100 mujeres y niñas que han huido de su país de origen y viven en campos de refugiados y pisos en las islas griegas o en la Grecia continental.
Demasiado miedo para ducharse
Nos dijeron que actividades cotidianas como ducharse o ir a los sanitarios se habían convertido en misiones peligrosas, ya que muchas de las instalaciones de los campos no tienen cerradura. Además, no hay suficientes sanitarios y duchas para ellas en la zona destinada a mujeres. Debido a la deficiente iluminación, resulta estresante y arriesgado ir a buscar agua o simplemente caminar dentro del campo durante la noche.
“[La] ducha en el campo está fría y no hay cerradura. Los hombres entran cuando estás dentro. No hay luces en los sanitarios. Si es de noche, a veces voy a los sanitarios con mi hermana, o bien orino en un balde”, dice Adèle*, que también vive en el campo de Vathy, en Samos.
Muchas de las mujeres que soportan las penosas condiciones intentan todavía asimilar el trauma de abusos que sufrieron en el pasado. Para esas mujeres, la inseguridad y los peligros a los que hacen frente en Grecia les recuerdan constantemente la violencia de la que intentan escapar.
“Las personas refugiadas necesitan protección Si el gobierno griego no puede ocuparse de nosotros, que nos dejen marchar. Que no nos tengan aquí”, dice Yvette*, de Camerún, cuando nos reunimos con ella en el campo de Moria, en Lesbos.
“No quiero que nadie sepa de mí”
Mujeres perseguidas en su país a causa de su orientación sexual o identidad de género nos dijeron que sienten que el riesgo ahora es mayor. Simone*, una mujer lesbiana de 20 años, salió de su país tras ser objeto de violencia, incluida violación. Nos dijo que miembros de su familia la golpeó brutalmente cuando se enteraron de que era lesbiana. En Samos seguía encontrándose en peligro.
“Aquí me siento muy nerviosa porque comparto el contenedor con cuatro hombres a los que no conozco. No quiero que nadie sepa de mí. Estoy todo el día fuera del campo y no regreso hasta la noche, pero no duermo bien”, dice Simone.
Desde el 20 de marzo de 2016, no se permite que las personas solicitantes de asilo que llegan a las islas se trasladen a la Grecia continental. Esto se debe a un acuerdo entre la Unión Europea y Turquía —el denominado acuerdo UE-Turquía—, en virtud del cual deben ser devueltas a Turquía.
Las personas que intentan lograr la reagrupación familiar, en su mayoría mujeres o personas a las que la legislación griega considera “vulnerables”, deben estar exentas de permanecer en las islas. En teoría, deben ser trasladadas sin demora a la Grecia continental.
Pero la realidad es diferente. Los funcionarios y el personal médico de los campos no siempre poseen las competencias o el tiempo necesarios para identificar a las personas que deben ser enviadas a la Grecia continental. Incluso cuando se identifica a estas personas, tienen que esperar durante varios meses hasta que se encuentra espacio para ellas en el continente.
La vida en el continente también es difícil para las personas que buscan refugio. Las mujeres y niñas del campo de Skaramagas, a las afueras de Atenas, estaban visiblemente angustiadas cuando nos reunimos con ellas. Muchas tenían miedo, sobre todo después del anochecer, como nos dijo una mujer siria:
“Paso la mayor parte del tiempo en el contenedor porque no me siento segura. Hay mucho alcohol en el campo, y peleas todos los días. No salgo nunca de noche y no dejo que mis hijos se queden solos afuera, ni siquiera cerca. La policía no interviene. No quiere saber lo que está ocurriendo aquí. Nadie nos protege.”
Vivir con miedo
En 2017, el ACNUR recibió informes de 622 personas supervivientes de violencia de género atrapadas en las islas griegas. En casi el 30% de los casos la violencia ocurrió después de que la persona llegara a Grecia. De todos los incidentes registrados por la Agencia en el país durante el segundo semestre del año, el 80% de las personas supervivientes eran mujeres.
Aun siendo alarmantes estas cifras, es probable que la verdad sea aún peor, ya que muchísimos casos de violencia sexual no se denuncian, y ello por diversos motivos. Muchas mujeres y organizaciones que las apoyan nos dijeron que las mujeres son reacias a presentar denuncias formales debido al estigma social, por miedo a represalias de los autores, por falta de confianza en el sistema de protección o porque creen que se quedarán atrapadas en Grecia si denuncian la violencia.
La insuficiencia de recursos y de personal especializado en los campos también impide que se identifique a las personas supervivientes de violencia de género, y por tanto que se les brinde la protección que necesitan. Abigail*, de Camerún, había huido a Estambul para escapar de la violencia en el ámbito familiar, los abusos sexuales y las amenazas de muerto a manos de su esposo. En Estambul encontró un trabajo en condiciones de explotación, pero sufrió abusos sexuales por parte de su empleador. Un traficante de personas la ayudó a cruzar el mar Egeo. Cuando nos reunimos con ella, vivía en una pequeña tienda de campaña en Samos.
“No logro dormir, y todavía tengo muchas pesadillas a causa del pasado”, dice.
Insuficiencias de las medidas para proteger a supervivientes
En junio de 2017, varias autoridades griegas de ámbito nacional y local firmaron un protocolo para coordinar la protección de las personas refugiadas y solicitantes de asilo que son supervivientes de violencia de género. La medida incluye la coordinación de las derivaciones a los 40 centros de atención para mujeres y los 21 refugios administrados por el Estado para todas las mujeres supervivientes de violencia en todo el país, incluidas las ciudadanas griegas.
Se trata de un paso en la dirección correcta, pero el impacto del protocolo sigue siendo muy limitado. Los refugios pueden ser una tabla de salvación para las mujeres que sufren violencia física y psicológica, pero no siempre disponen de intérpretes y de los servicios necesarios para apoyar a las mujeres desarraigadas.
Después de 10 meses viviendo en refugios, dijeron a Ava*, de Afganistán, que tenía que marcharse, lo que supuso para ella una enorme presión. “Logré encontrar algo, pero ¿y las demás?”, nos dijo.
Una de las reivindicaciones claras de Ava y las demás mujeres desarraigadas con las que habló Amnistía en Grecia es que las supervivientes de violencia necesitan una protección mucho mejor. Las autoridades griegas tienen que aumentar el número de personas debidamente capacitadas en los campos de recepción y en las zonas urbanas que puedan detectar y prevenir la violencia contra las mujeres.
También deben garantizar que las mujeres en situación de riesgo pueden quedarse en los refugios hasta que se sientan seguras y tengan medios para comenzar una nueva vida.
Ava continúa preocupada por la suerte de otra mujer a la que conoció en el refugio.
“El mismo día que a mí, también le dijeron que se marchara a una mujer con tres niños. ¿Qué va a hacer? Sigo estando muy preocupada por ella.”
Más información: Mujeres refugiadas en Grecia alzan la voz: lee sus reivindicaciones
Nombre cambiado para proteger su identidad