“Si quieren saber lo que es pasar miedo, hambre y frío de verdad, vengan aquí.”

Hace poco estuve varios días hablando con mujeres en campos de refugiados de Lesbos y Samos, dos de las islas griegas donde miles de personas refugiadas permanecen atrapadas como consecuencia de una decisión adoptada por los gobiernos de la UE hace dos años.

Fue un crudo recordatorio de lo diferentes que eran nuestras vidas a pesar de que todas vivimos dentro de las fronteras europeas. Actividades cotidianas que damos por hechas, como dormir y darse una ducha, entrañaban dificultades enormes para muchas, y solían hacerlas con miedo.

Sus historias eran un relato escalofriante de las consecuencias de las crueles políticas migratorias de Europa. La cita anterior es de Amal, mujer siriopalestina que había huido de la guerra en Siria. Amal se refería a las condiciones en el campo para personas refugiadas de Moria, en isla de Lesbos. Tenía la mirada triste mientras me hablaba de los primeros días que pasó allí:“Nos tuvieron cinco días metidas en una tienda a la que la gente se refería como ‘la cárcel’. Yo estaba escandalizada y dolida de ver que me trataban como a una delincuente.”

Continúa el sufrimiento

Amal y las demás mujeres a las que conocí son de esas personas de las que ya casi no oímos hablar. Sus vidas están en suspenso debido a las decisiones adoptadas por políticos europeos, a quienes parece no importarles la vida de la gente que vive en los campos de refugiados de las islas griegas.

Hace dos años que la UE y Turquía acordaron que toda persona que llegara de manera irregular a las islas griegas debía ser devuelta a Turquía. Aunque el alcance de las devoluciones no fue el que los dirigentes europeos habrían deseado, el acuerdo tuvo como consecuencia que miles de personas quedaran atrapadas en las islas sabiendo que al final sólo les esperaba su devolución a Turquía. Aun así, las autoridades no les ofrecieron refugio ni servicios adecuados, y la gente está viviendo en condiciones espantosas e inseguras.

Amistades para sobrevivir

Yvette* ofrecía su cama a mujeres embarazadas que llegaban al campo de Moria, en Lesbos.
Yvette* ofrecía su cama a mujeres embarazadas que llegaban al campo de Moria, en Lesbos.

Enseguida tuve muy clara una cosa al conocer a estas mujeres fuertes y resistentes: la amistad es fundamental para superar el día a día y soportar la incertidumbre de no saber lo que te depara el futuro.

Yvette*, de Camerún, se ha convertido en una madre para muchas jóvenes que viven en el campo de refugiados de Moria, en Lesbos. Cuando había graves problemas de hacinamiento en el campo, no dudaba en ceder su cama a mujeres embarazadas.

“Soy madre y comprendo sus dificultades. Me imagino lo duro que debe ser estar embarazada en Moria”, me dijo.

Amina*, una joven yemení, intenta evadirse de las difíciles circunstancias en el campo yendo de vez en cuando a la playa con sus nuevas amigas. Comen juntas y procuran relajarse. Amina me contó que había llorado mucho durante los primeros meses de su estancia en el campo de Moria pero que, por suerte, una amiga de Yemen le había dado consuelo. “No creo que lo hubiera soportado sin ella.”

La vida diaria es deprimente

Las condiciones en el campo de Moria, en Lesbos, son críticas.
Las condiciones en el campo de Moria, en Lesbos, son críticas.

Mujeres y niñas están especialmente expuestas a sufrir violaciones de derechos humanos en tales circunstancias. Cada día es una lucha en el campo, según me contaron las mujeres que conocí. Es casi imposible realizar actividades diarias básicas como lavarse o dormir. Adèle*, una joven de Congo que estaba en el campo de Vathi, en la isla de Samos, me explicó: “En las duchas no hay cerrojos. Los hombres llaman a la puerta diciendo que me dé prisa. Pueden entrar sin más”.

En el campo de Vathi, en Samos, donde ella vive, no hay zonas reservadas a las mujeres. Eso hace que estén especialmente expuestas por la noche. La joven Simone*, de un país del África subsahariana**, está obligada a compartir el contenedor en el que vive con hombres que no conoce. Por eso casi no duerme por la noche.

En las duchas no hay cerrojos. Los hombres llaman a la puerta diciendo que me dé prisa. Pueden entrar sin más.

Adèle, de Congo

Ni en el campo de Moria (Lesbos) ni el de Vathi (Samos) hay protección policial efectiva. “Todos los días hay casos de acoso o algo peor a mujeres dentro y fuera de Moria”, aseguró Nadia*, una joven afgana que trabajaba con ONG dedicadas al empoderamiento de mujeres y jóvenes en Afganistán.

Según Nadia, no se toma en serio a las mujeres cuando piden ayuda a la policía frente al acoso verbal o físico en el campo de Moria. Las mujeres no pueden hacer otra cosa que protegerse entre ellas.

“Intento estar ocupada para no volverme loca”

Yvette trabaja de voluntaria con una organización que distribuye ropa a otras personas refugiadas. “Intento estar ocupada para no volverme loca”, me dijo. Ayudando a otros también consigue mantener ella misma la cordura.

Amina enseña inglés a los niños del campo, y se le ilumina el rostro cada vez que alguno viene a charlar un rato con ella.

Pero es difícil distraerse con otras cosas cuando tienes un pasado tan tremendo, un presente tan duro y un futuro tan incierto.

Cuando le pregunté a Simone si le gustaba escuchar música, me contestó: “No puedo, tengo demasiadas cosas en la cabeza.” Adèle, del mismo campo, intentó aprender inglés en uno de los cursos impartidos por voluntarios, pero el estrés le impedía concentrarse.

Reanudar la vida

Nadia*, de Afganistán, sueña con volver a estar con sus dos hermanas.
Nadia*, de Afganistán, sueña con volver a estar con sus dos hermanas.

La mayoría de las mujeres que conocí soñaban con reunirse con su familia. Nadia viajó a Grecia con sus dos hermanas menores. A una ya la han trasladado a territorio continental griego, pero Nadia continúa atrapada en Lesbos con la menor de sus hermanas, de 15 años, esperando a que las trasladen igualmente. “Echo de menos a mi hermana”, me contó.

Pero reanudar su vida puede ser muy difícil después de todo lo que han vivido.

Amal trabajaba como estadística médica en Damasco. Después, cuando estuvo en Turquía, sólo pudo encontrar empleo en talleres textiles, a pesar de su formación, pero las condiciones laborales la horrorizaban.

En Lesbos ha encontrado trabajo como intérprete, así que piensa quedarse un tiempo en la isla porque, además, no conoce a nadie más en Grecia. Tiene familia en otros lugares de Europa. “Pero estoy muy cansada para seguir el viaje hasta ellos”, dijo suspirando. La actual política de la UE obliga a Amal a solicitar asilo en Grecia, a pesar de que tiene parientes lejanos en otros países de la UE. No quiere volver a ponerse en manos de traficantes.

No se olviden de ellas

Me conmovieron la franqueza y la dignidad de todas las mujeres que conocí, a pesar de todo lo que les había pasado. Siguen adelante y encuentran fuerzas para protegerse y ayudarse entre ellas. Me indigna ver que han sido abandonadas prácticamente por todo el mundo. Para demasiados políticos de Europa, su sufrimiento parece algo distante y por tanto fácil de ignorar.

Amal tiene un mensaje muy claro para ellos: “Si quieren saber lo que es pasar miedo, hambre y frío de verdad, vengan aquí”.

No olvidemos a estas mujeres ni a todas las demás personas que viven en los campos de las islas griegas. Merecen un futuro. Un futuro que acuerdos como el de la UE y Turquía niegan a miles de personas atrapadas en condiciones terribles.

Debemos exigir responsabilidades por este sufrimiento a nuestros dirigentes políticos en toda la UE. Cambiar esta situación está en sus manos. Y el traslado de personas refugiadas a la seguridad del territorio continental está en manos del gobierno griego.

Súmate a la campaña usando la etiqueta #OpenTheIslands.

Yara Boff Tonella es directora de medios de comunicación de Amnistía Internacional Países Bajos.

*Nombre ficticio para proteger la identidad de las mujeres.
**Se omite el nombre del país de origen de la entrevistada por motivos de seguridad.