“Para poder forjar el hierro hay que ser fuerte”. La máxima simple del presidente de China, Xi Jinping, expresada en tono informal durante su primera comparecencia pública cuando ascendió al poder en 2012, a posteriori parece haber constituido la esencia de su programa.
En los cinco años transcurridos desde entonces, Xi no se ha desviado ni un ápice de este objetivo, y ha emprendido una campaña sin precedentes para consolidar su poder personal, utilizando con habilidad una popular campaña contra la corrupción para acabar metódicamente con cada facción y grupo de interés rivales en el seno de la enorme burocracia china. De los principitos al ejército, de la “banda del petróleo” a las empresas estatales, de la Liga de la Juventud del Partido Comunista a los líderes provinciales díscolos, se han asestado duros golpes contra toda fuente potencial de resistencia interna mediante arrestos, degradaciones y detenciones secretas por “violar la disciplina del Partido”.
Represión
Xi también ha golpeado preventivamente a la incipiente sociedad civil de China, lanzando el poderoso aparato de seguridad nacional contra cada disidente, crítico, abogado, escritor, ONG o voz crítica con cuya lealtad al Partido no se pudiera contar. Ha sido una represión que rememora los tiempos más negros de la China posterior a los sucesos de Tiananmen y ha culminado con la grotesca puesta en escena de la muerte del Premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo en un hospital fuertemente custodiado en el noreste de China.
Al tiempo que elimina toda fuente de oposición, Xi también ha prestado atención a afianzar el apoyo popular dentro del país, mediante un cambio radical en los métodos de propaganda y lo que el Partido sigue llamando “trabajo duro”: una combinación de controles ideológicos más estrictos sobre los medios de comunicación (“cuyos apellidos deben ser ‘Partido Comunista’”, según su célebre expresión), sobre las universidades (a las que se imparte instrucciones de “combatir las ideas perniciosas como la llamada independencia judicial y los valores universales”) y una censura sin parangón de Internet (de la que los internautas chinos se burlan ahora diciendo que se ha convertido en una “intranet china”).
Un potente discurso de “rejuvenecimiento nacional”, expresado de forma hábil y moderna que compite con la más atractiva campaña publicitaria en Occidente, y casi un culto a la personalidad centrado en un “Tío Xi” benévolo pero firme que gobierna la gran familia china, ha producido resultados efectivos y ha otorgado a Xi algo que ninguno de sus colegas del Politburó posee: cierta popularidad auténtica.
Acumulación de poder
El XIX Congreso del Partido que se inaugura el miércoles consagrará sin duda a Xi como el líder chino más poderoso desde Deng Xiaoping, tal vez incluso más poderoso que el propio Deng, que tuvo que competir con otros veteranos revolucionarios y con una facción dura que se oponía a su programa de liberalización.
Pero ¿es esto suficiente para comenzar a “forjar el hierro”, como Xi prometió? ¿Producirá esta acumulación de poder sin precedentes las reformas económicas y sociales que permitan abordar, en vez de agravar, los innumerables problemas que amenazan la sostenibilidad del “modelo chino”? ¿O desencadenará a la larga el desprecio de Xi por los derechos humanos precisamente el tipo de inestabilidad social que el gobierno quiere impedir a toda costa? Las señales no son alentadoras y dependen en gran medida de Xi.
La primera barrera que Xi ha erigido para sí mismo es la enorme estructura de seguridad nacional que ha implantado: seis nuevas disposiciones legales, que abarcan desde la ciberseguridad hasta la lucha antiterrorista, otorgan un poder esencialmente omnímodo a un aparato de seguridad secreto que actúa en gran medida al margen de limitaciones legales y ejerce poderes prácticamente ilimitados sobre individuos e instituciones, incluidas las empresas extranjeras. Aunque eficiente para aplastar la disidencia, se está convirtiendo en un Estado dentro del Estado, que no rinde cuentas y está en camino de desbaratar decenios de esfuerzos para construir un ordenamiento jurídico razonablemente justo en el que la ciudadanía y los actores económicos puedan confiar.
Censura
La asfixia de la información y de la libertad de expresión es ahora la ‘nueva normalidad’ en la China de Xi. El apetito de la maquinaria de censura parece insaciable.
El segundo obstáculo es la asfixia de la información y de la libertad de expresión que constituye ahora la “nueva normalidad” en la China de Xi. Desde encarcelar a un bloguero que incorporó información pública sobre huelgas y protestas hasta presionar a Cambridge University Press para que retire publicaciones científicas sobre temas “sensibles”, o prohibir la actuación de Justin Bieber en China, el apetito de la maquinaria de censura parece insaciable, a menudo hasta extremos absurdos.
De este modo, China no sólo da la espalda a las obligaciones internacionales que ha contraído como miembro de las Naciones Unidas y como parte en múltiples tratados internacionales en el área de los derechos humanos, entre otros, sino que también actúa como un mal actor en la época de la información global. Las ganancias a corto plazo que se logran retocando actos y opiniones que podrían avergonzar al gobierno se ven ampliamente contrarrestadas por las consecuencias a largo plazo de un panorama informativo distorsionado y por el silenciamiento de puntos de vista diversos.
Aunque los titulares de los medios informativos que pregonan las inversiones récord dentro del país y en el extranjero siguen confundiendo a muchos líderes extranjeros en cuanto al potencial de cooperación con la nueva “China dinámica” bajo la férrea mano del presidente Xi, la realidad es que Xi ha comprometido peligrosamente un logro fundamental de la época de la Reforma y Apertura. A saber, la concesión a la ciudadanía de un mínimo de derechos que reconocían los límites del alcance del Estado, fomentó la iniciativa empresarial que levantó la economía del país y acercó a China a la categoría de miembro fiable de la comunidad internacional.
La verdadera pregunta en relación con el XIX Congreso del Partido no es si reflejará la consolidación del poder de Xi —que lo hará—, sino si las personas corrientes de China se beneficiarán de ella. Examinando los últimos cinco años, la respuesta es no.
Se ha publicado una versión de este artículo en China File.