Ante todo no hacer daño: Garantizar los derechos de las personas menores de edad intersexuales

“¿Es niño o niña?” Esto es, con frecuencia, lo primero que se pregunta a quienes tienen un bebé.

La pregunta parte del supuesto de que el mundo se divide en dos grupos, el masculino y el femenino, y que las características biológicas y genéticas de todas las personas se ajustan a una de estas dos categorías.

Sin embargo, no siempre es así y, de hecho, lo contrario es mucho más frecuente de lo que se piensa. Se calcula que un 1,7% de los bebés que nacen cada año presentan variaciones de las características sexuales.

Estas variaciones son de distintos tipos: por ejemplo, hay quienes nacen con genitales que no se ajustan a la norma, mientras que otra parte nace con cuerpos femeninos pero cromosomas XY (masculinos) o con cuerpos masculinos pero cromosomas XX (femeninos).

Muchas de estas personas menores de edad son sometidas a cirugía a fin de “normalizarlas”, aunque estas intervenciones no son urgentes y, además, son invasivas e irreversibles. En ese momento, los menores en cuestión no tienen edad para dar su consentimiento y, con frecuencia, no se da a los progenitores ni la información ni la ayuda adecuada para poder decidir con conocimiento de causa qué es lo mejor para sus hijos o hijas. Estas prácticas violan gravemente sus derechos humanos.

Me enfurece pensar lo que me pasó. Deberían haber esperado hasta que tuviera la edad suficiente para tomar mis propias decisiones.

Ditte, activista, Dinamarca

¿Es el género un sistema binario o un espectro?

El término intersexual es un término general que abarca a un amplio grupo de personas cuyas características sexuales quedan fuera del típico modelo binario de masculino y femenino. Algunas de las personas que presentan estas variaciones se consideran intersexuales, mientras que otras no.

Dichas variaciones pueden consistir en diferencias con respecto a los caracteres sexuales primarios –como los órganos sexuales internos y externos, los sistemas reproductivos, los niveles hormonales y los cromosomas sexuales–, o diferencias con respecto a los caracteres sexuales secundarios, que se manifiestan en la pubertad.

La intersexualidad consiste en una serie de características biológicas, no en la identidad de género en sí. Tampoco tiene que ver con la orientación sexual: las personas intersexuales tienen orientaciones sexuales muy diversas.

El caso de Ditte

Nací en 1962. Desde que tengo memoria, sabía que no era un niño como los demás. A los 25 años, decidí que tenía que hacer algo. A lo largo de los años me hice varios análisis de sangre, pero el personal médico siempre dictaminaba que no había nada raro.

Cuando tenía 39 años conocí a un médico que me aseguró que las cicatrices que tenía eran consecuencia de una intervención quirúrgica efectuada durante la niñez.

Una vez que mi padre y mi madre habían muerto, descubrí que tenía un medio hermano. Él me comunicó que en mi niñez a mi padre le había explicado que “la naturaleza había cometido un error conmigo” y que “yo había nacido con ambos sexos”.

Todo el mundo debería tener derecho a ver su historial médico. He pedido información a las autoridades sobre lo que me pasó, pero, de repente, el historial médico de mi primeros 10 años de vida ha desaparecido. Así que me dijeron que tenía que aceptar el sexo que se me había asignado en el registro, y considerarme transexual para, a continuación, solicitar una operación de reasignación de sexo.

No quise pasar por el aro, así que me catalogaron como enfermo mental, perdí mi carrera profesional y sufrí una grave pérdida de ingresos. Las autoridades siguen considerándome transexual.

Por supuesto, me enfurece pensar lo que me pasó. Deberían haber esperado hasta que tuviera la edad suficiente para tomar mis propias decisiones una vez me hubiera informado.

El caso de Sandrao

Hace sólo dos años que descubrí cuál era mi situación, y todavía me cuesta aceptarlo. He olvidado por completo mis primeros 11 años de vida, y estoy tratando de averiguar qué me pasó. Sé que con cinco años me operaron para extirparme los testículos, y que me sometieron a otras operaciones genitales. Sabía que era diferente; pensaba que era un monstruo, o algo así.

Aunque mantener relaciones sexuales con hombres me resultaba doloroso, pensaba que era normal. Me impusieron el rol femenino, lo que suponía llevar falda y tener el pelo largo. He sido muy infeliz durante 34 años.

Este tipo de operaciones se siguen practicando, y el personal médico no da suficiente información a las madres y los padres. En lugar de decir que tu hijo es normal y crecerá sano, el mensaje es que algo está mal y puede arreglarse mediante cirugía.

Se trata de un tercer género, y no importa cómo lo llamen mientras que los menores de edad no se sientan inadaptados. Sé que ya no puedo cambiar mi vida, pero sin duda quiero luchar para evitar que se someta a otras personas a estas operaciones.

Progenitores sin ningún respaldo

En Alemania y Dinamarca, donde Amnistía Internacional ha llevado a cabo una investigación recientemente, muchas personas nacidas con variaciones de las características sexuales son operadas cuando son bebés o durante los primeros años de infancia para “normalizar” sus rasgos de género, pese a no estar capacitadas, por edad, para autorizar esas operaciones.

La responsabilidad de decidir si esos menores de edad son o no operados recae sobre los progenitores que, con frecuencia, carecen de la información adecuada para tomar una decisión con conocimiento de causa. A menudo se sienten presionados a “adecuar” a su hijo o hija al rol masculino o femenino, por temor a problemas psicológicos o de acoso en el futuro.

Miles de menores de edad terminan con cuerpos y vidas profundamente alterados por intervenciones médicas invasivas e irreversible que violan sus derechos a la integridad física, a la identidad, a la vida privada y al más alto nivel posible de salud.

Es preciso facilitar a los progenitores la información y la ayuda necesarias para que tomen las decisiones adecuadas, con conocimiento de causa, y pensando en lo mejor para sus hijos e hijas, y no en el aspecto que, según la sociedad, deben tener.

La historia de Stephanie Stine Toft

Desde los primeros años de infancia, me identificaba como niña, pero en la adolescencia mi cuerpo empezó a desarrollarse con características masculinas y femeninas. Crecí mucho, y al mismo tiempo desarrollé pechos femeninos. Intentaba esconder mi cuerpo, y me ponía vendas elásticas en los senos. Engordé, para disimular los pechos con los kilos.

Un día que mi padre y mi madre no estaban en casa lo preparé todo para cortármelos [los genitales], pero me detuve en el último momento. Temía desangrarme hasta morir. Me convencí de que tenía que ser lo más parecido posible a un chico, lo cual resultó mucho más fácil a partir de los 17, cuando empezó a salirme barba. No me gustaba, pero ayudaba a mantener el espejismo. Dejé de mirarme en el espejo.

Aproximadamente a los 21 tuve una crisis psicológica. Pedí que me enviaran a una clínica de sexología, pero en lugar de eso mi médico de familia pidió un examen psiquiátrico. Después de un año, decidí dejar las sesiones de psiquiatría y mi médico me remitió a una clínica de sexología, pero al final dijeron que no me ajustaba al diagnóstico de persona transexual.

Más tarde, me ingresaron durante un periodo de entre un año y un año y medio. Pasado un tiempo me fui a vivir con mi novia de entonces, pero al final acabé por confesarle que no podía seguir viviendo de acuerdo con el estereotipo del hombre de familia. Rompimos, pero mantuvimos la amistad.

Me puse en contacto con un ginecólogo, que me planteó la posibilidad de tratarme con estrógenos e inhibidores de testosterona. Me animó a ponerme en contacto con un endocrino que, a su vez, me remitió a un experto, pero lo único que ofreció fue tratarme con testosterona para “hacerme un hombre” y extirparme los pechos.

Eso fue hace cinco años; ahora estoy intentando de nuevo que me lo cubra el sistema de salud pública.

Médicamente innecesario

La mayor parte de las personas entrevistadas por Amnistía Internacional declararon que las operaciones a las que habían sido sometidas durante la infancia no eran urgentes, y que éstas sólo tenían por objeto adaptarlas al aspecto que, según la norma, “debe” tener un niño o una niña.

Sin embargo, no hay que subestimar las consecuencias de esas operaciones. Muchas de las personas que hablaron con Amnistía Internacional afirmaron padecer aún sus efectos negativos en materia de salud, vida sexual, bienestar psicológico e identidad de género.

Cuando estas operaciones se llevan a cabo sin consentimiento informado ni información adecuada, violan el derecho de la persona a la integridad física y pueden tener consecuencias duraderas sobre su derecho a la salud y sus derechos sexuales y reproductivos, sobre todo porque pueden menoscabar gravemente su fertilidad.

Los cuerpos intersexuales no necesitan normalización

“Los médicos pensaban que hacían algo bueno para que encajásemos mejor en la sociedad, pero no se daban cuenta de que con un cuerpo dañado es peor.”

Anjo, activista, Alemania

El caso de Steffi

Tengo 40 años y nací con características “ambiguas”. Descubrí el diagnóstico por casualidad, cuando tenía 11 años. Durante una revisión rutinaria anual, dijeron que “la extirpación de ovarios había cicatrizado bien”. La conversación que tuve luego con mi madre fue demoledora, un punto de inflexión. En un instante, dejé atrás la infancia.

También me habían quitado el útero. No deberían haberlo tocado. Simplemente me dijeron: “con estas pastillas te desarrollarás como mujer…”.

El médico me dijo que era un trastorno tan poco frecuente que no merecía la pena buscar otras personas que lo sufrieran. Le creí. Hasta que tuve 28 años, lo reprimí todo. Fingía ser una niña y una mujer feliz. Nadie sabía lo que pasaba en mi interior.

Mi aprendizaje me llegó gracias a un grupo de autoayuda. Me ayudó mucho psicológicamente ver cómo otras personas gestionaban la situación. Personas que te apoyan y que están ahí.

Me han reconocido un grado alto de discapacidad, y llevo 12 años en tratamiento endocrino. En 2011 presenté una demanda de indemnización ante los tribunales, pero la desestimaron porque, según el tribunal, el diagnóstico del experto [que me operó] había sido “razonable”.

La sentencia me hundió. Sentí que el sistema judicial se desentendía de mí. Pero no me voy a conformar con la opinión de ese experto, voy a recurrir. No sé cómo acabará todo.

Las consecuencias de no actuar

Hasta la fecha se ha investigado, sobre todo, con personas que fueron operadas o tratadas durante la infancia o la adolescencia, pero no con aquéllas que no han sido tratadas. Por tanto, los datos sobre las consecuencias de no intervenir no pasan de ser anecdóticos, mientras que las intervenciones quirúrgicas dejan insatisfechas a las personas que las sufren.

La doctora alemana M* explicó a Amnistía Internacional que había tratado a pacientes adultos con características intersexuales que no se habían operado: “Ninguno dijo estar molesto por no haber sido operado. Algunos de los que no habían sido operados se daban cuenta de que, a la hora de orinar, eran diferentes al resto de los niños […], pero no era un gran problema”.

Asimismo, los y las activistas describieron a Amnistía Internacional los beneficios que habían observado en menores de edad cuyos padres habían aplazado la decisión de operar o no.

No obstante, faltan investigaciones a largo plazo que determinen las consecuencias de no actuar pronto. Para evaluar la idoneidad de la intervención quirúrgica debe tenerse en cuenta, como dato fundamental, la calidad de vida y la salud de las personas que han sido sometidas a ella.

Hablar claro

En la década de 1990, un número cada vez mayor de personas con variaciones de las características sexuales que habían sido sometidas a intervenciones quirúrgicas empezaron a hablar sobre sus experiencias. Muchas de ellas se posicionaron en contra de los tratamientos médicos “normalizadores” y promovieron el uso del término “intersexual”.

Desde entonces, organizaciones, grupos de activistas, defensores y defensoras de los derechos humanos y grupos de apoyo se han esforzado por dar visibilidad a la cuestión. Gracias a este trabajo de incidencia y sensibilización, los derechos intersexuales han sido incorporados a una declaración de 12 agencias de la ONU, que han instado a los Estados a poner fin a la violencia y la discriminación contra las personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales, resaltando la práctica de “cirugías y tratamientos a menores intersexuales que se realizan sin su consentimiento y son innecesarios”.

Cuestionar la situación establecida

Actualmente se conoce mejor la cuestión del sexo y el género, y se sabe que hay personas que no se ajustan al modelo binario de masculino y femenino.

No podemos permitir que se perpetúen —sin ponerlas en cuestión— ciertas prácticas médicas por las que se somete a los menores de edad a dolorosas y, a menudo, perjudiciales intervenciones quirúrgicas para adaptarlos al sistema binario.

Por supuesto, las decisiones han de tomarse caso por caso y, así, habrá algunos en los que, médicamente, exista de verdad la necesidad de intervenir para para proteger la salud de la persona. Pero, como con cualquiera, las personas intersexuales tienen derecho a tomar decisiones informadas sobre su propio cuerpo.

Me operaron y, aunque para mí ya es tarde, no hablar sería apoyar las intervenciones quirúrgicas, y sólo puedo cambiar las cosas si me pronuncio.

D*, Alemania, fue sometidx a cinco operaciones de genitales