Por Denis Krivosheev, director adjunto del Programa Regional para Europa y Asia Central de Amnistía Internacional
A primera vista, da la impresión de que la vida continúa como siempre en Mariupol, en el sudeste de Ucrania. Esta estratégica ciudad portuaria, separada de Crimea por una exigua extensión de agua, ha “cambiado de manos” dos veces en los últimos dos meses.
Viajamos allí para tratar de documentar las denuncias de abusos y violaciones de derechos humanos en el marco del turbulento escenario del este de Ucrania. El sol brilla, los bancos y los comercios están abiertos, y algunas personas llevan a cabo sus quehaceres cotidianos, pero no muchas. Es la temporada turística. Pero no hay ningún turista. En algunos momentos reina un extraño e inquietante silencio, primer signo revelador de que no todo va bien.
Los habitantes de Mariupol no han asimilado todavía la historia reciente.
En mayo pasado, manifestantes anti-Kiev ocuparon edificios administrativos clave de la ciudad. La policía se limitó a desalojar sus dependencias, delante de una multitud que la aclamaba, y dejó la ciudad a merced de la autoproclamada República Popular de Donetsk (DNR), los paramilitares pro-rusos. El personal militar emplazado en una base cercana también se retiró.
No fue hasta el 13 de junio cuando unidades armadas pro-Kiev entraron en la ciudad y expulsaron a los separatistas, operación que se saldó con ocho muertos, según los informes, y unos 30 arrestados.
Pero Mariupol es relativamente afortunada. Ha habido problemas, pero en número muy inferior a los de muchas ciudades y poblaciones de la región. Y la situación parece haberse calmado. Hasta el punto de que ahora es cada vez más un destino para las personas que huyen de la intensificación del conflicto más al norte. Nos contaron que hace dos semanas sólo había en Mariupol dos familias internamente desplazadas. Ahora hay 52 aquí, y muchas más en ciudades satélites.
Cuando se anunció un alto el fuego el 23 de junio, esperábamos oír que la situación mejoraba. Pero aunque la violencia pueda haber cesado aquí por ahora, reina un ambiente de tensión, recelo y miedo profundamente arraigado que lo impregna todo.
Nos reunimos con Victoria, de profesión contable, en un café cerca del centro de la ciudad. Llega acompañada: dos hombres, sus guardaespaldas. Se sientan incómodos en mesas contiguas a la nuestra, y vigilan las puertas mientras tomamos nuestros cafés y hablamos, con música ambiental de jazz y fotografías en blanco y negro de Marilyn Monroe, Brigitte Bardot y otras estrellas de primera fila de Hollywood cubriendo las paredes. Por lo demás, el café está vacío.
Dada la aparente calma, parece extraño que Victoria, cuya postura pro-ucraniana es bien conocida, necesite guardaespaldas. Pero su cautela obedece a buenas razones. Aunque muchos de los partidarios armados leales a la DNR han pasado a la clandestinidad, no han perdido ni mucho menos su vigor: a menudo encuentra balas depositadas a modo de advertencia en su buzón de correo. Pero hay algo más importante: Victoria cree que el control de Kiev sobre Mariupol puede estar sólo nominalmente. La lealtad de las autoridades policiales y otras está en entredicho, por no hablar de quienes creen que Ucrania está gobernada ahora por una “junta” desde Kiev.
En ausencia de protección del Estado, Victoria dirige ahora una red de voluntarios, un grupo de autodefensa local. Está convencida de que impiden que los separatistas, o “terroristas”, como ella los llama, vuelvan a aparecer. El grupo nació en abril, después de que los enfrentamientos entre manifestantes dejaran a nueve activistas pro-ucranianos en cuidados intensivos. Victoria cree que sólo gracias a los esfuerzos de su organización, cuyos miembros responden de inmediato a los incidentes de violencia, se mantiene el frágil orden en la ciudad.
No es fácil saber hasta qué punto son frágiles el orden en Mariupol y la lealtad de los funcionarios locales. Pero no es frecuente ver policías en la ciudad. La gente se muestra reacia a hablar, incluso algunas de las personas que habían accedido a hablar con nosotros. Un periodista que, según los informes, había sido señalado y secuestrado por la DNR durante las elecciones dejó de improviso de devolver nuestras llamadas.
Nos reunimos con algunas personas internamente desplazadas que han llegado en fechas recientes a Mariupol: en la indigencia, con miedo por su futuro y confusas, dejaron sus posesiones y sus vidas allá en Slavyansk, donde han tenido lugar algunos de los más encarnizados combates militares. Cuando saludamos a un hombre de mediana edad tocado con una gorra con visera, su primera respuesta fue: “¡No les voy a contar nada!”
Es difícil predecir lo que ocurrirá en Mariupol en medio del caos del conflicto y el desorden en el este de Ucrania. Pero hay algunas tendencias muy preocupantes.
Según observadores de la ONU con los que nos reunimos, se ha producido un aumento de los secuestros y de las denuncias de tortura.
En Mariupol, después de que las fuerzas pro-Kiev “liberaran” los edificios ocupados por los pro-rusos, nos dijeron que se había encontrado a unas 50 personas en un sótano, secuestradas, intimidadas y torturadas. No pudimos verificar esta cifra, pero habíamos tenido noticia de casos de esta índole antes de llegar a Mariupol, y hemos documentado otros en Donetsk, Luhansk y otros lugares que ahora están bajo el control de grupos armados anti-Kiev. El bando anti-Kiev ha denunciado secuestros de sus activistas, algo que nos gustaría establecer.
Fuentes fidedignas cercanas al núcleo de la administración de Mariupol expresaron su grave preocupación por el número de diferentes facciones armadas en la ciudad, ya sean pro-rusas, pro-ucranianas o incluso delincuentes oportunistas. No existen estructuras de mando claras, o las que hay son extremadamente confusas, en muchos de los grupos armados de las regiones de Donetsk y Luhansk. Lo mismo parece ser cierto de muchos de los “batallones” integrados por voluntarios que libran batallas en el este en el bando pro- Kiev.
¿Quién controla, pues, Mariupol? Por el momento, la bandera ucraniana ondea en lo alto de los edificios administrativos. Pero la situación puede invertirse con la misma rapidez con que se pulsa un botón. Para la población de Mariupol esto deja un futuro incierto sumido en el recelo, la desconfianza y un miedo absolutamente real al porvenir.
Nota: Este blog se publicó originalmente en Al Yazira.