“Incluso en prisión puedes encender una vela”

Waleed Abu al Khair, abogado defensor de los derechos humanos saudí, detenido el mes pasado tras la quinta vista de su juicio por varios cargos, entre ellos “romper la lealtad hacia el gobernante y desobedecerle” y no respetar a las autoridades. Escribió este texto justo antes de ser encarcelado.

Foto tomada por Samar Badawi (esposa de Waleed) cuando Waleed estuvo detenido un par de horas en Yidda en enero de 2014. © particular
Foto tomada por Samar Badawi (esposa de Waleed) cuando Waleed estuvo detenido un par de horas en Yidda en enero de 2014. © particular

Escribir mientras espero entrar en prisión es como despedirse de tus seres queridos antes de emprender una misión difícil y arriesgada en un lugar lejano. No sabes siquiera si lograrás regresar o si volverás a verlos algún día.

Escribo estas palabras mientras espero el momento en que la policía llame y me cite para cumplir una pena de tres meses de prisión. Pero mi encarcelamiento podría prolongarse años, pendiente del resultado de otro juicio por cargos políticos más graves.

Mientras escribo, las ideas se agolpan en mi mente, dejando únicamente un frágil rastro de palabras incisivas, directas y sinceras. Estas son las palabras que me vinieron a la mente hace siete años, cuando me embarqué por primera vez en el viaje de mi trabajo por los derechos humanos.

“¿Odio a alguien?” me pregunto, sobre todo a quienes me han insultado a mí y a mi familia, usando las palabras más crueles, en el curso de las investigaciones. ¿Odio a quienes me impusieron durante años la prohibición de viajar sin ninguna razón legal? ¿Odio al juez que ordenó que me encerraran en la cárcel sólo porque he firmado una declaración en la que pedía juicios justos? ¿O debería odiar al príncipe heredero, cuyos emisarios me han amenazado constantemente con encarcelarme durante años si no firmo una declaración jurada? ¿Odio a los hombres religiosos que redactaron informes atroces sobre mí para las agencias de seguridad, llenos de mentiras y proclamando que yo era un apóstata? ¿O debería odiar a las personas que firman con seudónimo en los medios de comunicación para poder mentir sobre mí y mi familia y así dañar aún más mi reputación?

Busco en lo más hondo de mi corazón y veo que no guardo resentimiento a nadie. Me doy cuenta de que, por el contrario, siento lástima por ellos, como siento lástima por quienes decidieron renunciar a su libertad, igual que el alcohólico que vaga sin rumbo tras entregar voluntariamente su mente al licor.

Y me pregunto si estoy preparado o no para lo que va a suceder. En este momento concreto, recuerdo mis razones y que la vida tiene un objetivo; recuerdo, sí, que quienes vivieron para alcanzar objetivos nobles y elevados han tenido más capacidad para afrontar las dificultades y superarlas. Recuerdo, sí, que si pierdo estas razones moriré; en el mejor de los casos, estaré en el camino de la degradación. En Arabia Saudí vivimos un desafío especial: el desafío de ser libres y de ser dueños de uno mismo, de nuestro propio ser interior, así como el de ser un defensor de los derechos humanos ante un poder político que emplea todos sus recursos y su capacidad para dominar al poder judicial y enviarnos a prisión y silenciar nuestra voz. Ese desafío no es el único, sin embargo. Hay un desafío social aún mayor, pues sufrimos las consecuencias del extremismo y el estancamiento que las autoridades políticas desean perpetuar para reforzar su propia legitimidad. Las autoridades combaten estas cuestiones, pero al mismo tiempo tratan de mantenerlas vivas para fomentar la sensación interna de que la sociedad siempre las va a necesitar. Confían en demostrar que el mundo no tiene intención de presionarlas mientras estén ocupadas combatiendo el extremismo, como afirman, mientras proporcionen petróleo a las superpotencias.

Así, la nación se reduce a un materialismo vacío de significado. Mientras siga manando el petróleo, el mundo mirará hacia otro lado si Arabia Saudí sigue reprimiendo la libertad y los derechos humanos.

La excepción aquí implica a un tipo de personas muy espirituales que sufren mucho a los ojos de los demás, pero que en lo más hondo se sienten exultantes y manifiestamente felices. Se sienten así sencillamente porque se aferran a grandes esperanzas: resisten ante todas las dificultades. Cuentan con el apoyo de activistas por los derechos humanos de todo el mundo y se sienten abrumadas por su bondad y solidaridad. Una de ellas dijo una vez delante de un tribunal, tras haber sido amenazada con la cárcel por el juez que lo presidía: “Incluso en prisión puedes encender una vela”.

El doctor Abdullah al Hamid está ahora en prisión junto con sus camaradas en la labor por los derechos humanos. Son la luz que brilla en esa negra oscuridad. Las estrellas no se ven a la luz del día; los compañeros sólo brillan en la oscuridad de la noche. Brillan contra la oscuridad y la opresión como luchadores por los derechos humanos, la paz social y una patria más gloriosa y soberana.

Las patrias pueden verse atrapadas de la noche a la mañana en conflictos muy difíciles; también pueden convertirse en compañeras por elección que nunca te abandonarán ni te decepcionarán. Este es el camino de todos los camaradas y amigos, pues aman la libertad y trabajan para ella de palabra y de obra.

Puesto que la libertad se cultiva, sus semillas son todos aquellos que han hecho grandes sacrificios y han convertido el cielo en el límite de ese sacrificio. Crearon una sensación de paz interior para sí mismos que sólo ellos pueden entender. Por eso volaré alto con ellos, incluso entre rejas. En prisión nunca necesitaré una ventana que se abra al cielo. No necesito una puerta para explicarle al mundo por qué estoy en prisión. Lo que necesito de verdad está dentro de vuestras conciencias y de todas las conciencias libres.

Siempre habrá almas libres en este mundo a las que no silenciará el petróleo.