La terrible experiencia de un londinense torturado en los calabozos sudaneses

Magdy el Baghdady, londinense de 30 años de edad, tenía un plan magnífico.

A principios de 2011 viajó a Sudán para abrir un pequeño restaurante con el fin de contribuir a mantener a su padre enfermo. Conocía algunas personas bien relacionadas en Jartum con quienes había ido al colegio en el norte de Londres. Todo tenía sentido en aquel momento. 

Pero después sucedió algo horrible.

A las dos semanas de aterrizar en Jartum, se pudría en una celda penitenciaria, con marcas y cicatrices de tortura.

Pese a su terrible experiencia, Magdy tiene suerte. Se encuentra sano y salvo en su casa de Reino Unido y ha emprendido una batalla legal contra el Estado sudanés.

Defiende que Sudán violó la prohibición de tortura conforme a la Carta Africana y ha empleado la Convención contra la Tortura –de cuya adopción este año se cumplen tres décadas– para hacerlo.

El caso de Madgy ilustra por qué la Convención contra la Tortura es fundamental en la lucha por la justicia de miles de personas como él. El documento ofrece una definición clara de qué es la tortura y establece las obligaciones de los Estados Partes para acabar con ella.

Aunque Sudán aún tiene que ratificar la Convención, tiene la obligación, conforme al derecho internacional, de poner a disposición judicial a las personas responsables de torturas: Madgy está intentando asesgurarse de que Sudán cumple esa obligación.

“Un espía israelí”

Poco después de llegar a Jartum se encontró en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Madgy aterrizó en Jartum el 27 de enero de 2011. Poco podía sospechar que las protestas que habían comenzado en Egipto un par de días antes iban a transformar el panorama político de la región, y su vida.

Muchas personas consideraban que las protestas en Egipto suponían una oportunidad para la justicia, pero el gobierno de Sudán las consideraba una amenaza potencial a su régimen.

Madgy recuerda su llegada a Jartum con una sonrisa, pero los días agradables no duraron mucho.

En la noche del 14 de febrero, mientras cocinaba pollo y alubias para cenar, 20 hombres armados derribaron la puerta del apartamento que había alquilado en la capital sudanesa e irrumpieron en él. Le gritaron en árabe, un idioma que Magdy no entendía, le vendaron los ojos, le pusieron grilletes en los pies y se lo llevaron.

Posteriormente, el joven se dio cuenta de que se lo llevaban a las oficinas del tristemente célebre Servicio de Inteligencia y Seguridad Nacional (NISS por sus siglas en inglés).

“En aquel momento no sabía que hacer. Estaba consternado. Durante mucho tiempo pensé que se trataba de una broma, que todo se aclararía rápidamente”, manifestó.

El interrogatorio empezó nada más llegar al cuartel general del NISS.

Lo acusaron de ser un espía del gobierno israelí y un activista que estaba fomentando una revolución en Sudán.

“Allí tenían a personas con los ojos vendados y grilletes en los pies casi todo el tiempo. No había agua ni comida. La celda era muy pequeña y hacía muchísimo calor, pero sólo nos daban un sorbo de agua de vez en cuando”, explica Magdy.

Pasó ocho días en las celdas del edificio de los servicios de inteligencia.

Sus familiares no sabían dónde estaba y no había ni un solo abogado. 

Posteriormente lo trasladaron a la prisión Kober, conocida por sus brutales métodos de interrogatorio.

Escondidos

Los agentes de inteligencia tenían muy claro lo que querían: que confesase que era un espía. Y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para conseguirlo.

“Tenía contusiones por todo el cuerpo. No tenía forma de defenderme porque no podía ver quién me golpeaba, sólo podía oírles. Solamente paraban cuando se cansaban. En una ocasión me golpearon tan fuerte que después ni siquiera era capaz de andar. Incluso me rompieron varios dientes”, señaló.

Magdy estaba en una celda minúscula de dos metros por tres con varios hombres más, también acusados de ser activistas o espías.

“Los agentes tenían unos tubos grandes [de plástico]. Recuerdo que [allí] había dos chicos, de quizás 16 o 17 años. Los golpearon delante de todo el mundo hasta que los chicos defecaron. Es muy duro ver a un hombre adulto golpear a un chico hasta que éste empieza a sangrar. No mostraron arrepentimiento ni contención alguna”.

“Cuando se llevaban a alguien para interrogarlo, volvían en un estado terrible. En esas situaciones, yo no sabía qué se suponía que debía hacer, cómo ayudarles. Algunas personas sangraban, incluso por el ano”, explicó.

Magdy pasó ocho meses en prisión. No sabía si iba a volver a ver el mundo. Un día, mientras estaba sentado en el suelo de su pequeña celda, apoyado en la pared, un guardia se acercó y sin avisarle ni darle una explicación, le dijo: “Puedes irte”.

Magdy se pasó los dos meses siguientes con sus amigos, intentado recuperarse.

“Cuando salí, había perdido mucho peso. No podía dormir ni comer. Durante meses tuve que tomar píldoras para dormir y no salía de la habitación”.

Por suerte, como ciudadano británico, Magdy pudo contar con la ayuda de un gobierno extranjero que contribuyó a su puesta en libertad. Con la ayuda de la embajada británica en Sudán, finalmente le permitieron abandonar el país y regresar a Reino Unido el 30 de diciembre de 2011.

“Volver a casa y estar en un entorno seguro fue un gran alivio, pero no podía evitar sentirme mal por las personas que seguían estando allí.”

Desde su regreso, trabaja para ayudar a sacar a la luz el uso generalizado de la tortura en Sudán.

Junto a la organización internacional de derechos humanos REDRESS, ha presentado una demanda judicial contra el Estado sudanés para que las personas responsables de haberle torturado comparezcan ante la justicia.

La demanda está pendiente ante la Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos –el principal organismo africano de derechos humanos– que está analizando las alegaciones después de que el Estado sudanés no investigase la denuncia de Magdy acerca de las torturas que sufrió.

Magdy no tiene grandes esperanzas de conseguir que se haga justicia, pero dice que continuar con la demanda es fundamental para asegurarse de que los abusos que él y otras personas sufrieron salen a la luz.

“No dejo que esta experiencia me afecte negativamente. Estoy más centrado y decidido que nunca a buscar justicia. No dejaré que esto me destruya”, manifestó.