“Cuando encuentras una coincidencia, resulta muy gratificante […] hasta que tienes que informar a la familia”

Una cicatriz, un tatuaje, un hueso roto, un cepillo de dientes guardado en una bolsita, una dentadura.

Estas son algunas de las pistas que la antropóloga Robin Reineke busca cada vez que tiene ante ella los restos de una de los centenares de personas que mueren a diario intentando cruzar el desierto de Arizona. 

Robin forma parte del “proyecto de migrantes desaparecidos”, asignado a un equipo del depósito de cadáveres del condado de Pima, Arizona. 

El trabajo del equipo consiste en tratar de identificar los cadáveres de los centenares de hombres y mujeres que mueren cada año en su búsqueda de una vida mejor en Estados Unidos. Se trata de hacer coincidir los restos con los millares de casos de personas desaparecidas denunciados.

La oficina alberga en la actualidad los restos de 800 personas no identificadas, así como información sobre alrededor de 1.500 personas desaparecidas, en su mayoría de México, Guatemala, El Salvador y Honduras, entre otros países. 

El panorama es tan espantoso, que parece increíble.

Entre 1998 y 2008, al menos 3.557 personas murieron en el desierto, según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos. Sin embargo, los grupos de derechos humanos sitúan la cifra en cerca de 5.300. 

Robin dice que, a lo largo del verano, reciben varias llamadas al día. A veces la persona al otro lado del teléfono les alerta de que alguien se ha separado del grupo o se ha quedado rezagado y no se lo ha vuelto a ver.

Sabe que, cuando se recorren kilómetros a pie, bajo un sol abrasador, sin apenas nada que beber y con muy pocas indicaciones, las posibilidades de sobrevivir son escasas.

“En 2001, el número de migrantes muertos se incrementó drásticamente. Era terrible. Moría gente en cada rincón del desierto. La descomposición era rápida, así que lo primero era hacer la identificación”, ha contado Robin a Amnistía Internacional.

Las organizaciones de derechos humanos, incluida Amnistía Internacional, han denunciado que algunas de las muertes podrían deberse a la política estadounidense de control de fronteras que se aplica desde 1994, con arreglo a la cual los agentes de vigilancia de fronteras desvían a los migrantes que intentan entrar en el país hacia rutas poco fiables y sumamente peligrosas.

Tras la aplicación del plan, la proporción de muertes de migrantes no dejó de crecer. Según cifras oficiales, en 1996 hubo menos de 2 muertes por cada 10.000 migrantes detenidos. En 2009, la cifra había aumentado a 7,6 por 10.000 detenciones. 

Lectura de huesos

Cada vez que reciben un cadáver o un conjunto de restos, los antropólogos forenses y culturales, como Robin, elaboran un perfil detallado. Examinan las características clave, como las anomalías, la altura y el peso. 

“Utilizamos técnicas tradicionales de antropología forense para comparar a la persona desaparecida con la muerta.”

“Lo ideal sería poder poner muestras de ADN de todo el mundo en un base de datos y buscar luego coincidencias al azar, pero es carísimo”, ha explicado Robin a Amnistía Internacional. 

Si los datos parecen los de alguien cuya desaparición se ha denunciado, el equipo forense prepara una comparación de ADN con los familiares, con esperanza de confirmar la identidad. 

Pero, para centenares de familias, averiguar lo que les ha ocurrido a sus seres queridos parece a veces un sueño imposible. 

La última vez que “Marcela” y “Carolina” supieron algo de su madre, “Mayra”, fue en 2009. Las niñas, que eran de México, vivían en Estados Unidos con su padre, y la madre pensaba reunirse con ellos. 

Pero lo más probable es que, sin papeles, el terrible viaje fuera mortal. 

La familia de Mayra sabe que ésta partió a pie para cruzar la frontera de México con Estados Unidos y el desierto de Arizona. 

Pero, como les ocurre a centenares de personas más todos años, nunca se la volvió a ver.

Sus hijas siguen buscándola o esperan todavía encontrar siquiera sus restos.

“Para las familias, las personas desaparecidas no están muertas. Es duro, porque la esperanza puede ser destructiva en este contexto. A veces, al cabo de muchos años, la familia me dice: ‘Quizá la detuviera la patrulla de fronteras y la tengan en una cárcel secreta, o a lo mejor resulta que ha encontrado trabajo y no quiere hablar conmigo’. Puede que fuera así, pero, por las circunstancias de la desaparición, en muchos casos es sumamente improbable”, explica Robin.

A veces se encuentran coincidencias, y Robin, junto con representantes de la embajada, se encarga de informar a la familia. Suele hacerse por teléfono, y normalmente es la llamada más terrible que la familia tendrá que atender. 

“Todo el trabajo de cada día consiste en tratar de encontrar coincidencias. Es como un puzzle, y entonces, cuando encuentras una coincidencia, resulta muy gratificante. Es estupendo durante unos dos minutos, hasta que tienes que informar a la familia, lo cual es siempre terriblemente doloroso.” 

Amnistía Internacional pide a las autoridades estadounidenses que reexaminen sus políticas de control de fronteras para garantizar que respetan y protegen el derecho a la vida. En concreto, Estados Unidos debe revisar su política de “prevención por disuasión”, que obliga a las personas migrantes a adentrarse en terrenos más hostiles y hace que corran “peligro de muerte”. 

La organización ha determinado también que, habitualmente, millares de migrantes irregulares son víctimas de secuestro, violencia sexual, reclutamiento forzoso en bandas criminales, tráfico de personas y asesinato cuando cruzan México de camino a Estados Unidos. Amnistía Internacional insta a las autoridades mexicanas a que apliquen medidas de ámbito federal para prevenir, investigar y castigar estos abusos.

No debe permitirse que se produzca ninguna muerte más.